El coleccionista

Es como usar un cajero automático en el drive-in de una hamburguesería: esto imprime carácter. Ese cambio lo ha provocado una necesidad que jamás habría dicho que tenía. Ver a esa gente en Grover Hills había activado algo en su interior, algo que Cooper etiquetaría como ira, y sabía que si desenterraba a la chica y la colgaba del tejado de Tate la ira desaparecería.

Todas esas ocasiones en las que estuvo encerrado en la Sala de los Gritos, con la sangre chorreándole por los muslos y la piel del rostro marcada por los bloques de hormigón, se evadía de aquella fría sala para pensar en los chicos que tanto da?o le habían hecho e imaginaba que los mataba, que los mataba del mismo modo que sus amigos de la residencia habían matado a otras personas. Cuando todavía era un ni?o, desenterrar animales era una pérdida de tiempo. Ahora se da cuenta de ello porque lo ha experimentado. En aquella época debería haber matado a los chicos que le habían hecho da?o para luego colgarlos, para que fueran sus padres quienes los encontraran.

Ha vuelto al barrio de Tate y eso lo ha puesto algo nervioso. Durante el trayecto de ida no ha parado de mirar todos los coches por si resultaban ser coches de policía. Empezaba a arrepentirse de haberse llevado el coche de la chica. Debería haber seguido con el primer coche, de ese modo la policía no lo estaría buscando. Con este tiempo no ha resultado extra?o andar por la calle sin camisa, pero llevar a una chica muerta sí habría sido raro, por lo que ha aparcado frente a la casa y ha entrado a la chica por la puerta lateral que lleva a la parte trasera del jardín. La otra chica, la viva, seguía durmiendo.

Luego ha regresado al coche, lo ha dejado a la vuelta de la esquina y ha vuelto a la casa a pie. Desde que ha colgado a la chica se ha quedado esperando tras el garaje de Tate para ver su reacción. Desde su posición estratégica no puede verlo, pero sin duda lo oye. Puede oír cómo habla por teléfono, luego un silencio y finalmente oye las arcadas del ex policía cuando empieza a vomitar sobre el césped. Adrian se marea también al oírlo y por un momento alarmante piensa que él también está a punto de vomitar. Aspira una buena bocanada de aire, lo contiene y las ganas desaparecen.

Rodea el garaje hacia la parte trasera de la casa y se queda allí apostado. La luz que sale de las ventanas del comedor y de la cocina se proyecta sobre el césped, a su lado. Puede ver el lugar en el que se enterró y luego él desenterró el gato, y al parecer, vuelve a estar bajo tierra. Llega al extremo de la casa. Tate está de cuclillas al borde de la terraza, aún con el teléfono en la mano. Puede oír a la persona que hay al otro lado de la línea, una voz enlatada que le pregunta a Tate una y otra vez qué es lo que ocurre.

Está contento de no haber hecho ruido, pero tiene la sensación de que Tate sabe que está allí. Hay una pausa, nada más que un segundo pero que parece un minuto, en la que los dos contienen el aliento. Tate tiene vómito en la barbilla y el rostro empapado en sudor, la luz del comedor lo hace brillar, el teléfono en una mano y en la otra…

—No —dice Adrian, que apenas llega a articular la palabra antes de que la pistola se levante hacia él. Adrian nunca había visto una de verdad. Pensaba que Cooper podría tener una, o los Gemelos, pero hasta ahora solo las había visto en televisión. Adrian aprieta el gatillo de su pistola, que en realidad de pistola no tiene más que la forma, y los dos dardos salen disparados de la Taser para impactar en el pecho de Tate, cuyo cuerpo se contrae súbitamente. La pistola que tiene en la mano se dispara y se oye una explosión seguida inmediatamente por el impacto de una bala que se incrusta en la valla de madera que tiene detrás.

La Taser consigue el mismo efecto que ha tenido en el resto de personas. Adrian mantiene el dedo en el gatillo, miles de voltios salen de la Taser por los cables y llegan a las púas que se han clavado en el cuerpo de Tate hasta que se le ponen los ojos en blanco y cae desplomado de espaldas, incapaz de mover los brazos ni las piernas. Adrian corre hacia él y le pone el trapo en la cara a Tate, que ni siquiera puede intentar ofrecer resistencia. Un instante después, ya está inconsciente.

Ha tenido un peque?o susto con la pistola, pero aparte de eso la cosa no podría haber ido mejor. Además, ahora podrá a?adir una pistola a su colección.

—Bienvenido a mi colección —dice, pero ni siquiera puede oír sus propias palabras por encima del zumbido que le llena los oídos. Tira de los dardos que se han clavado en el pecho de Tate, pero han penetrado mucho y tiene que tirar más fuerte para poder arrancárselos. Los enrolla alrededor del arma y se la mete en el bolsillo antes de recoger la pistola.