El coleccionista

—Por favor, de verdad necesito ese cuerpo. Te prometo que cuando vuelva las cosas cambiarán. Quieres agua, ?verdad? Y has dicho que hace demasiado calor, ?verdad? Dime dónde está y tendrás agua y aire fresco. Si no me lo dices, eso significa que no quieres ser mi amigo, por lo que tal vez cierre esta escotilla y no vuelva jamás.

Por más que Cooper desee no volver a ver a Adrian en su vida, quedarse encerrado ahí dentro sería una manera demasiado terrible de morir.

—Te diré dónde está —dice Cooper—, y luego empezaremos a trabajar en equipo, ?de acuerdo?

—De acuerdo.

—Pero primero, Adrian, aún no me has dicho dónde está la chica de anoche.

—Enterrada, por supuesto.

—?Muy lejos del edificio?

—Creo que la policía ya la ha encontrado —dice Adrian.

—?Mierda! —exclama Cooper antes de descargar el pu?o contra la puerta. El cuerpo les dará muchas pruebas sobre las que podrán trabajar—. ?Y el cuchillo?

—El cuchillo está aquí —dice Adrian—. No lo tiraría jamás.

Bien. Algo es algo

—Oye, es hora de que me dejes salir. No puedo permitir que me atrapen, que nos atrapen. Tenemos que alejarnos de Christchurch. Tenemos que intentar salir del país. Si trabajamos en equipo, todo irá bien, pero tienes que empezar por dejarme salir y tenemos que confiar el uno en el otro.

—Has dicho que me contarías dónde está la chica —dice Adrian, casi lloriqueando.

Sí, sabe perfectamente lo que ha dicho, pero su mente no para de dar vueltas, tanteando cualquier posibilidad.

—Hay un camino que rodea el lugar por detrás —dice Cooper para indicarle dónde se encuentra la chica que el a?o pasado se dio por vencida y acabó muriendo—. No lo dejes, llega hasta un muro bajo de ladrillos. Sigues hasta el extremo del muro de ladrillos y tuerces a la derecha. Camina quince metros en paralelo respecto al edificio y encontrarás una zanja. Continúas alejándote del edificio siguiendo la zanja unos veinte o treinta metros más y encontrarás un árbol caído. Pasas por encima de él, caminas diez metros más y allí es donde está.

Adrian cierra la escotilla.

—Eh, eh, Adrian —dice Cooper, golpeando la pared, pero Adrian se ha ido y lo único que Cooper puede hacer es recostarse y esperar.





40


Adrian está nervioso. Necesita hacer algo para liberar la rabia y solo hay un par de cosas que se le dan bien. Le arde la cara y sigue rascándose, arrancándose cabellos incluso, mientras sale a toda prisa hacia el coche. Se lo había dejado en marcha. Era poco probable que alguien fuera a robárselo. Mientras estaba allí arriba mirando a esos tipos, los veía como a hormigas. Acercaba la yema del dedo índice a la del pulgar frente a sus ojos y hacía como si los aplastara, luego transformaba su mano en una pistola y fingía que los disparaba. Eso es lo que debería haberles hecho a aquellos chicos de su clase. Debería haber conseguido una pistola y haber acabado con ellos en lugar de matar a sus estúpidas mascotas.

Arranca una rama del árbol bajo el que tiene aparcado el coche y la utiliza para alcanzar el punto que tanto le pica en la espalda. Se ara?a la piel, pero nota un alivio inmediato. Empieza a tener el dorso de los brazos marcados, con la piel levantada, en carne viva. Eso solo le ocurre cuando el estrés le sobreviene de golpe. Parte la rama en dos y la tira en el camino de entrada a la casa. Tiene ganas de gritar, de liberar energía. Solía ponerse así durante los a?os que pasó en Grover Hills. Solía alterarse por cosas y luego no era capaz de calmarse. Cosas como no comer nada que no fuera puré de patatas durante cien días seguidos, o que no lo dejaran salir durante todo un verano. Se dejaba llevar por el pánico y se ponía a gritar, luego lo metían en la Sala de los Gritos y lo dejaban allí un par de días, a veces después de pegarlo. Otras lo dejaban solo hasta que desaparecía la frustración y se olvidaba del motivo que lo había enfurecido tanto. En más de una ocasión lo habían dejado allí abajo y había estado golpeando la puerta rogando que lo sacaran de allí, hasta que las manos le sangraban.

Se mete en el coche y sale a toda prisa del camino de entrada. Está oscureciendo, las siluetas lejanas no son más que sombras dentro de otras sombras. En cuanto vuelve a ponerse en marcha empieza a sentirse mejor. Nota cómo se libera un poco la presión que sentía en el pecho, pero aún no es ni mucho menos suficiente.