El coleccionista

Empujo la puerta con la mano.


—Ritchie…

—Pero Melina…

—Melina puede esperar. Deme un nombre, Ritchie.

—No puedo. Es amigo mío. Mi mejor amigo.

—?Quién?

—Nadie.

—Ha matado a mi gato —digo—. Y ha matado a la enfermera Deans.

—Era una mujer muy dura —dice.

—?Cómo se llama?

—No puedo —dice.

Vuelvo a mostrarle el dinero.

—Podrá gastarse esto en Melina —digo—. ?Prefiere la amistad al amor? ?Es eso? ?Elegirá proteger a un asesino en lugar de comprarle a su chica algo que merece que le regalen?

Baja la mirada y empieza a abrir y cerrar los labios como un pez, aunque sin emitir ningún sonido.

—Ritchie…

—Se llama Adrian Loaner, pero ya no vive aquí. Antes sí, pero luego le ense?é a conducir y se marchó. Era joven cuando llegó a Grove, muy joven, y pasó allí unos veinte a?os.

—?Cuándo se marchó de aquí?

—Hace una semana. Eso es todo lo que sé —dice. Cuando vuelve a levantar la mirada, las lágrimas recorren su rostro.

—Ha hecho lo que debía —le digo.

—Melina… ella no, ella no… ya sabe… y ya sé que no… pero es mejor eso que estar solo.

—Es duro estar solo —digo.

—Siento lo de su gato —dice.

—Yo también.

—Por favor, por favor, no lo mate.

Le muestro el retrato robot del periódico.

—?Adrian es este?

Lo mira un momento y luego ladea la cabeza para cambiar el ángulo, primero hacia un lado y luego hacia el otro.

—Algo —dice—. Quiero decir que tal vez.

—?Cuál era su habitación?

—Aquella —dice mientras se?ala hacia el otro lado del vestíbulo—. Pero está vacía. Es mi mejor amigo, pero no sé adónde ha ido.

Le doy el dinero y entro en el cuarto que hay al otro lado del vestíbulo. Las cortinas están descorridas y el sol cae sobre las tablas del suelo iluminando el polvo del aire. Hay una cama sin sábanas, mantas ni almohada. Todos los cajones del cuarto están abiertos y vacíos. En la habitación no queda nada que pueda levantarse con una sola mano. Adrian Loaner no volverá. Hago las comprobaciones de rigor, miro bajo la cama, busco alguna tabla suelta en el suelo y debajo y detrás de los cajones, pero no se ha dejado nada.

Adrian se mudó hace una semana y empezó una nueva vida en Grover Hills. Pero algo le ha hecho sospechar que hoy era el mejor día para mudarse de nuevo.

Vuelvo al vestíbulo. Oigo cómo Ritchie habla con su novia, pero la conversación me llega apagada. Cuando llego al piso de abajo el Predicador me está esperando junto a la puerta.

—Una cosa más —dice. Tiene un cigarrillo que acaba de encender en una mano y también una cerveza—. ?Cómo le fue por la cárcel, agente? —pregunta. La sonrisa que me dedica está absolutamente exenta de calidez.

De vuelta en el coche, veo que me han pinchado las cuatro ruedas. Llamo a la agencia de alquiler sin apartar la mano de la pistola mientras espero que llegue la grúa.





37


A Adrian se le cala el coche dos veces mientras intenta salir marcha atrás de la entrada de su nuevo hogar provisional. Está entusiasmado con su nuevo alojamiento y a la vez frustrado por haber tenido que salir de Grove, con lo que en un momento pasa de estar contento a triste, y eso dificulta mucho que pueda concentrarse lo suficiente para conducir. Al menos parece que empieza a refrescar un poco y se da cuenta de que tiene más energía gracias a eso. El cuello se le dobla bruscamente hacia delante la tercera vez que se le cala, por lo que decide parar, salir del coche y apoyarse en él un minuto mientras se frota la nuca. Necesita concentrarse.