El coleccionista

Niega con la cabeza.

—Es la primera vez que oigo ese nombre —dice justo antes de intentar cerrar la puerta. Apoyo la mano en ella para impedirlo.

—Es curioso, teniendo en cuenta que pasó una temporada allí. ?Le importaría apagar eso? —pregunto mientras se?alo el televisor con la barbilla.

—?Por qué? ?Le incomoda?

—Supongo que eso significa que tampoco está dispuesto a ponerse unos pantalones.

—Usted haga sus preguntas y lárguese —dice—. Si no le importa.

—El Predicador dice que tenía muchos amigos entre los pacientes de Grover Hills.

—?El Predicador le ha dicho eso?

—Eso ha dicho.

—?Piensa pagarle?

—Ya lo he hecho —digo con una sonrisa.

—?Tiene algo para mí? —pregunta, ya menos nervioso.

Le muestro el dinero que me queda.

—?Qué quiere saber?

—Alguien le ha prendido fuego a la enfermera Deans.

Se echa un poco hacia atrás y sus facciones se tensan, pero luego se relaja de nuevo en cuanto acepta la noticia.

—No puedo decir que me sepa mal oírlo.

—?Alguna idea de quién podría haber hecho algo así?

—Ni idea.

—?Ha oído hablar de Emma Green?

—No.

—?De Cooper Riley?

—No.

—?Ni siquiera en las noticias?

—?Para qué tendría que ver yo las noticias?

—?A quién más podría no entristecerle oír que la enfermera Deans haya muerto?

Se encoge de hombros.

—A todos los que pasaron alguna vez por Grove. No les gustaba a nadie de los que estuvieron allí. Es lo que tienen los centros psiquiátricos.

—?Y qué pasa con usted?

—A mí me cae bien casi todo el mundo.

—Quiero decir si deseaba matarla.

—A mí me gusta el amor y no la guerra —dice.

—?Es usted un pirómano?

—?Qué?

—?Dónde estuvo ayer?

—?Por qué?

—Limítese a responder a la pregunta.

—Aquí. Con Melina. Todo el día.

—?Melina?

—Sí. Es mi chica.

—?Está aquí?

—?Dónde quiere que esté, si no?

—?Puedo hablar con ella?

—No le gustan los desconocidos.

Agito el dinero delante de su cara para recordarle por qué está hablando conmigo. Lo ve y de repente piensa que no está tan mal hablar con desconocidos.

—Que sea rápido —dice.

Acaba de abrir la puerta. La luz que entra en el vestíbulo por las ventanas del piso de arriba no hace ningún esfuerzo por entrar en esa habitación, es como si tuviera miedo del aire viciado y del olor a sexo que se respira allí. Melina está tendida en la cama de cara al televisor. Las cortinas están pasadas, por lo que la mayor parte de la luz que hay en el cuarto procede del televisor. Ritchie retrocede unos pasos y su movimiento crea una corriente de aire que pone en evidencia el hedor que se respira dentro. Estoy al borde de la náusea.

—?Melina? —digo mientras avanzo hacia ella, pero no digo nada más.

—Hágale sus preguntas —dice Ritchie.

Me vuelvo hacia él.

—?Ella es su coartada?

—?Por qué me lo pregunta? —dice—. Es ella quien le dirá que estuvimos los dos aquí juntos.

Bajo la mirada hacia Melina, pero Melina sigue mirando la televisión y me ignora por completo, con la mirada perdida de sus ojos de plástico. Todo su cuerpo está hecho de goma y plástico y debe de pesar unos cincuenta o sesenta kilos. Comparada con una mu?eca hinchable, sin duda puede considerarse una top-model. Apuesto a que tiene mucho mantenimiento.

—?Lo ve? —dice Ritchie.

—?Qué?

—?Lo ve? Ya se lo he dicho, ayer pasé el día entero aquí dentro —dice antes de bajar la mirada hacia Melina—. Lo sé, lo sé —dice—. Lo siento, pero no es culpa mía. Ha venido sin avisar. Y trae dinero.

Se vuelve hacia mí de nuevo.

—Ya le he dicho que no le gustan los desconocidos. Ya tiene lo que ha venido a buscar. Ya la ha oído, va siendo hora de que se largue. —Vuelve a mirarla—. Ya lo sé, cari?o, ya lo sé.

Me acompa?a hasta la puerta y me alegro de que lo haga.

—Lo siento —dice con un susurro de complicidad.

—Es difícil encontrar a la mujer perfecta —digo—. ?Sabe? Con mil pavos podría comprarle unos cuantos vestidos bonitos.

—Supongo que sí.

—Pero necesito que me explique unas cuantas cosas.

—?Como qué?

—Quiero que me hable acerca de la Sala de los Gritos.

—?Quién le ha hablado de ello?

—Otro paciente. ?Lo obligaron a bajar al sótano alguna vez?

—?Quién, yo? No, jamás. Pero es que yo no… Bueno, jamás he… ya sabe, no le he hecho da?o a nadie. Esa sala era para la mala gente y yo no soy mala persona. ?Me da el dinero?

—Todavía no. ?Y qué me dice de los Gemelos?

Baja la mirada.

—?Por qué tiene que hablar sobre ellos? —susurra—. Ahora soy una persona mejor. No quiero tener nada que ver con ellos —solloza sonoramente y empieza a llorar.

—Lo siento, de verdad —le digo, y es cierto—. Oiga, ?alguno de sus amigos de Grover Hills solía matar gatos y desenterrarlos luego?

—Tengo que irme —dice mientras empieza a cerrar la puerta—. Puede quedarse con el dinero.