El accidente

Pete, estupefacto, asintió.

 

—Bien, pues voy a darle esto —dije, y lo dejé allí plantado, preguntándose sin duda si continuar trabajando o seguirme adentro para ver qué sucedía.

 

Decidió quedarse donde estaba, pero no volvió a poner la sierra en marcha.

 

Yo entré por la puerta principal, que estaba abierta, y oí los sonidos de los obreros resonando por toda la casa. El golpeteo del martillo, el sonido neumático de una pistola de clavos, hombres charlando aquí y allá; todos los ruidos tenían eco porque en la casa no había muebles.

 

En el vestíbulo principal me encontré con un tipo de unos sesenta a?os que me miró de arriba abajo.

 

—?Hola! ?Glen Garber, viejo cabrón! ?Qué tal va eso?

 

—Tirando, Hank —dije—. ?Todavía construyes casas que se vienen abajo si cierras la puerta con demasiada fuerza?

 

—Más o menos —repuso él. Entonces vio las pelotas de furgoneta que llevaba en la mano—. Yo prefiero guardármelas dentro de los pantalones, pero allá cada cual con lo suyo.

 

—Estoy buscando a Theo.

 

—Está arriba. ?Te puedo ayudar en algo?

 

—No, pero a lo mejor yo sí que te puedo ayudar a ti. Te busco antes de irme.

 

Subía la escalera, que estaba forrada con plástico para proteger la moqueta de debajo. Cuando llegué al piso de arriba, llamé a Theo por su nombre.

 

—?Aquí dentro! —gritó.

 

Lo encontré en un dormitorio principal vacío, arrodillado, pelando unos cables para instalar enchufes nuevos. Me quedé en el umbral.

 

—Hola, Glen —dijo—. ?Qué te trae por aquí?

 

Lancé las pelotas extirpadas al suelo, delante de él.

 

—Me parece que esto es tuyo —dije.

 

Sus ojos bajaron hasta el objeto y se puso rojo de ira.

 

—?Qué cojones…?

 

—Fuiste tú, hijo de puta —dije.

 

—?Qué? —exclamó, poniéndose de pie—. ?Que fui yo?

 

—Me han llamado del cuerpo de bomberos.

 

—?Sí? ?Y qué? —Volvió a mirar abajo, a los testículos de goma, como si fueran un perro atropellado en la carretera.

 

—Pues que tú incendiaste mi casa. Esas piezas que instalaste en el cuadro eléctrico eran pura mierda.

 

—No sé de qué me estás hablando.

 

—Supongo que es así como funciona —dije—. Presupuestas un trabajo según el precio de los componentes legales de fabricación nacional, después compras esa basura de imitación que hacen en China o donde sea, que te sale por una mínima parte de lo que cuesta el material de verdad, y te quedas con la diferencia que no está nada mal. El único problema es que ese material no cumple con los estándares de calidad, Theo. Ese material no soporta la tensión. Y los diferenciales no saltan. Y ya tienes toda una puta casa en llamas.

 

Hank Simmons estaba en el pasillo, detrás de mí.

 

—?Qué pasa aquí?

 

—Quédate —dije, volviendo el rostro hacia atrás—. Te interesará saber esto.

 

—No puedes ir por ahí diciendo esas cosas —se defendió Theo y, tras echarle una última mirada a su castrado adorno de parachoques, a?adió—: Y tampoco puedes ir haciendo lo que te dé la gana con la ranchera de nadie.

 

—Es que me ha dado mucha rabia que un tío que no tiene huevos lleve un par colgado del parachoques —dije.

 

Estaba preparado para enfrentarme a él.

 

Cuando llegó su pu?etazo, me agaché y le metí el pu?o derecho directamente en el estómago. Como pelea, le faltó emoción. Mi derechazo lo dejó sin respiración y cayó al suelo.

 

—?Mierda! —aulló, aferrándose el estómago.

 

Hank me cogió del brazo, pero yo conseguí zafarme.

 

—Joder, Glen, ?qué co?o haces viniendo aquí y…?

 

Se?alé al hombre del suelo.

 

—Hank, yo que tú examinaría muy de cerca cualquier cosa que haya instalado en esta casa. Este tío ha incendiado una de mis obras.

 

—?No fue… culpa mía! —consiguió exclamar Theo.

 

—?La casa de Shelter Cove? —preguntó Hank.

 

—Instaló componentes eléctricos de imitación.

 

—Joder.

 

—Sí, no es broma. Y a las compa?ías de seguros no les gusta demasiado pagar cuando has construido una casa con ese tipo de materiales.

 

—Ya ha hecho un par de trabajos más para mí —dijo Hank, preocupado. Entonces miró a Theo, que seguía en el suelo, y dijo—: ?Es verdad? Te juro por Dios que si has…

 

—?Está mintiendo! —resolló Theo mientras se arrodillaba—. ?Te voy a denunciar! ?Te voy a denunciar por agresión!

 

Me volví hacia Hank.

 

—Has visto que ha sido él el que ha intentado pegarme un pu?etazo primero, ?verdad?

 

—Creo que sí —dijo Hank.

 

—Ya nos veremos, Theo —dije.

 

Di media vuelta y empecé a bajar la escalera. Para cuando había salido por la puerta, oí a Theo que bajaba en mi busca. Giré sobre mis talones suponiendo que intentaría abalanzarse sobre mí, pero no lo vi hacer ningún movimiento agresivo.