Eso, evidentemente, no le sentó muy bien. Apartó la silla con un gesto brusco y se levantó.
—Es muy difícil apreciarte, Glen. A veces puedes ser un auténtico cabrón. Ahora tendremos que mudarnos a otra ciudad y yo tendré que buscar trabajo en otra parte. —Salió hecha una furia de mi despacho con un último disparo—: Espero que estés contento.
No lo estaba, la verdad.
Después de eso, Sally se fue a casa. A fin de cuentas, ya era la hora de cerrar. Lo último que me dijo, utilizando frases cortas y secas, fue que Doug había dejado su ranchera llena de trastos en la parte de atrás del cobertizo y que luego se había ido con Betsy en su Infiniti al banco antes de que cerraran para ver cómo salían del lío en el que estaban metidos. Sally dijo que Doug le había pedido que si no me importaría descargarle la camioneta.
Me sostuve la cabeza un momento con ambas manos. Después abrí el último cajón de mi escritorio y saqué de allí una botella medio llena de Dewar’s y un vaso peque?o y me serví un whisky. Volví a ponerle el tapón a la botella y la guardé en el cajón.
Vacié el vaso de un trago y luego me fui al cobertizo. No sabía si podría hacer mucho para ayudar a Doug a salir del apuro en que se encontraba, pero dejar que Betsy y él guardaran allí sus cosas al menos era algo. En el cobertizo había muchísimo sitio y, almacenando sus cosas con un poco de cuidado, tampoco ocuparían demasiado espacio. Descargar la ranchera de Doug le supondría a él una cosa menos de la que encargarse cuando apareciera por el trabajo a la ma?ana siguiente (si es que aparecía).
Me sentía fatal por él. La relación que teníamos era un poco tensa a veces, sobre todo en los últimos tiempos. Cuando mi padre aún vivía, durante muchos a?os habíamos trabajado codo con codo. Y no solo compartíamos el trabajo; también nuestro tiempo de ocio. Jugábamos a cualquier cosa, desde el golf hasta los videojuegos. Nuestras mujeres se compadecían mutuamente mientras sus dos ni?os grandes pasaban la tarde perdiendo el tiempo en una partida de Super Mario Bros. Y para demostrar que no eran solo ni?os, mientras jugaban también se emborrachaban. Doug siempre había sido un tipo despreocupado, alguien que no le veía demasiado sentido a inquietarse por el día de ma?ana si para eso quedaba todavía una noche entera para dormir. La mala suerte fue que se casó con alguien a quien el futuro le importaba menos aún. Como demostraban los últimos acontecimientos, no es que fueran la pareja ideal.
Su actitud indolente ante la vida no había sido ningún problema cuando trabajábamos juntos, pero las cosas habían cambiado después de la muerte de mi padre, cuando yo me hice cargo de la dirección de la empresa y Doug pasó a ser un empleado en lugar de un compa?ero de trabajo. En primer lugar, ya no salíamos los cuatro juntos. Cuando pasé a ser el jefe, a Betsy no le gustó la forma en que se había decantado la balanza entre Sheila y ella. Betsy imaginó que Sheila la trataría con cierta prepotencia, como si de pronto yo me hubiera transformado en Donald Trump y Sheila fuera Ivana, o quien quiera que Trump tuviera por esposa en aquella época.
Esas cualidades que antes me habían unido a Doug, de pronto empezaron a sacarme de quicio. Su trabajo seguía siendo bueno, pero no faltaba el día en que llamara diciendo que estaba enfermo, cuando yo sabía que lo que tenía era resaca. Tampoco prestaba la debida atención a los clientes. ?La gente ve demasiados programas de reformas —solía decir—. Esperan que las cosas queden perfectas, pero en el mundo real nada es así. Esos programas tienen unos presupuestos muy altos.?
A los clientes no les gustaba oír excusas.
Si en el pasado no hubiésemos sido amigos, Doug seguramente no habría creído que podía intentar pedirme adelantos del sueldo. Si no hubiésemos sido colegas, yo le habría dicho que no la primera vez que me lo pidió, y así no habría sentado precedente.
Quería ayudarlo, pero no podía salvar a Doug. Betsy y él iban a tener que tocar fondo antes de poder levantarse de nuevo. Yo entendía perfectamente lo que me decía de los bancos, lo de esas hipotecas que parecían regaladas. él no era el único que se había visto afectado por algo así.
Muchísima gente estaba aprendiendo la lección. Solo esperaba que Doug y Betsy fueran capaces de aprender la suya antes de matarse uno al otro.