El accidente

—Yo le he oído hablarlo. ?No te acuerdas que una vez fuimos a un restaurante chino a comer y Ken se puso a hablar con el due?o?

 

—No, no me acuerdo.

 

—Sí, hombre, que si ?huevos fu yung?, que si ?arroz chaufan?. Deberías hablar con él, eso es lo que deberías hacer.

 

—Esta mierda estaba en tu camioneta. En la tuya, Doug.

 

Betsy asomó la cabeza por la puerta principal y gritó: —?Qué pasa ahí?

 

—?Vuelve dentro! —le gritó Doug, y ella obedeció.

 

—?Sabes lo que creo? —pregunté.

 

—?Qué?

 

—Creo que me la has colado. A lo grande.

 

—Qué dices, hombre. Si hace a?os que nos conocemos.

 

—Por eso mismo me duele tanto. Sé que estás hasta el cuello de mierda, Doug. Sé que tienes a los lobos a tu puerta. Pero se pide ayuda. No se traiciona a un amigo. No tendrías que haber puesto en peligro todo lo que tengo.

 

—En serio, no sé nada de esas cajas.

 

—No vengas ma?ana, Doug. Bueno, solo a recoger tu ranchera.

 

—?Y al día siguiente? ?Qué me estás diciendo? —Entonces cayó en algo—. ?Puedo al menos seguir dejando nuestras cosas en el cobertizo?

 

Cerré de golpe la parte de atrás de la furgoneta y caminé hasta la puerta del conductor con Doug pegado a mis talones.

 

—?Venga, hombre! Este es el peor día de mi vida y vas tú y ?qué? ?Me despides? ?Es eso lo que estás haciendo? ?Qué cojones…?

 

Subí a la furgoneta, cerré de un portazo y bajé los seguros. Por la ventanilla cerrada podía oír a Doug gritándome.

 

—?Se supone que eres mi amigo, hijo de puta! ?Por qué me haces esto? ?Eh? ?Tu viejo jamás me habría tratado así! —Una pausa para recuperar el aliento y luego—: ?Tendría que haber dejado que murieras quemado!

 

Pisé el acelerador y ya estaba en New Haven Avenue cuando tuve que parar en el aparcamiento de una gasolinera. Dejé la furgoneta en punto muerto, apoyé los codos en el volante y me sostuve con fuerza la frente mientras respiraba hondo.

 

—Maldita sea, Doug —dije casi sin voz. Nunca me había sentido más decepcionado, más traicionado.

 

Crees que conoces a alguien…

 

—Yo ya no conozco a nadie —me dije.

 

Cuando llegué a casa estaba oscureciendo.

 

No me gustaba volver a un sitio vacío. Sabía que enviar a Kelly lejos había sido lo mejor, pero en esos momentos deseaba que estuviera allí. Necesitaba a alguien. Y aunque no le hubiera abierto mi corazón a mi hija como habría hecho con Sheila (no iba a descargar sobre una ni?a peque?a toda la decepción que sentía con Doug), al menos sí habría podido abrazarla y sentir sus brazos a mi alrededor, y quizá con eso hubiese sido suficiente.

 

Llegué hasta la puerta principal andando con el mismo ímpetu que un muerto viviente y, cuando iba a meter la llave en la cerradura, vi que estaba entreabierta.

 

Sabía que al marcharme había cerrado con llave.

 

La empujé, aunque con mucha suavidad, solo lo bastante para poder colarme dentro. Creí oír a alguien revolviendo un poco en la cocina.

 

Por lo visto, mi deseo iba a cumplirse finalmente. Había alguien en casa.

 

 

 

 

 

Capítulo 39

 

 

Slocum salía del centro comercial de Connecticut Post, adonde había ido a comprar unas cuantas cosas para Emily, para intentar animarla —unos rotuladores, una libreta, un perrito de peluche y un par de libros de una escritora que se llamaba Beverly Cleary y que él no sabía si le gustarían a su hija, pero que la dependienta de la librería le había recomendado para una ni?a de ocho a?os—, cuando aquel hombre lo llamó por su nombre:

 

—?Agente Slocum? ?Tiene un minuto?

 

Se detuvo justo cuando iba a salir hacia el aparcamiento y dio media vuelta.

 

—Me llamo Arthur Twain —dijo—. Me preguntaba si tendría usted un momento.

 

—Pues no, ahora no tengo tiempo.

 

—En primer lugar, siento mucho lo que le ha pasado a su esposa, se?or Slocum. Necesito hacerle unas preguntas sobre su negocio, esas fiestas que organizaba y en las que vendía bolsos. A la empresa para la que trabajo le han encargado una investigación sobre la violación de marcas registradas. Imagino que ya sabe de lo que le hablo.

 

Slocum sacudió la cabeza.

 

—No tengo nada que decirle. —Paseó la mirada por el aparcamiento en busca de su ranchera. La encontró y echó a andar.

 

Twain lo siguió.

 

—Lo que me gustaría saber, agente, es de dónde sacaban la mercancía. Tengo entendido que conoce usted a un hombre que se hace llamar Sommer.

 

Slocum siguió andando.

 

—?Sabía usted que Sommer es sospechoso de un triple homicidio que tuvo lugar en Manhattan? ?Es consciente de que su mujer y usted han estado haciendo negocios con un hombre que tiene importantes conexiones con el crimen organizado?

 

Slocum apretó el botón del mando a distancia para abrir la puerta.

 

—Me parece que le interesa colaborar conmigo —dijo Twain, hablando esta vez más deprisa—. Si se mete demasiado en ese pozo, ya no habrá vuelta atrás. Por si le apetece que hablemos, estaré hospedado en el Just Inn Time los próximos…