El accidente

—No has tardado nada —dijo Doug con un cigarrillo colgando entre los labios—. Normalmente hay muchos atascos a esta hora del día.

 

—La carretera estaba bastante despejada.

 

—?Por dónde has venido? Yo, cuando vengo, suelo coger…

 

—Doug, déjalo.

 

—Sí, vale, claro. Pero ?quieres esa cerveza?

 

—No.

 

Le dio una larga calada al cigarrillo y luego lo tiró al suelo. Siguió saliendo humo de él.

 

—Oye, te agradezco mucho tu ayuda de esta tarde, y también que hayas calmado una situación tan tensa. Si no hubieras estado ahí, te juro que no sé lo que le habría hecho a Betsy.

 

—Las emociones estaban a flor de piel —dije.

 

—Ahora, aquí, en casa de su madre, las tengo a las dos cargando todo el rato contra mí. Elsie se pone de parte de Betsy en todo. No sabe ver las cosas con perspectiva. Y este sitio huele a meados de gato.

 

—Demos una vuelta —dije, y eché a andar por el camino, hacia la furgoneta.

 

—?Qué tienes en mente, Glen?

 

—Espera un momento. Tengo que ense?arte una cosa.

 

—Claro. ?Supongo que no será una bolsa llena de dinero? —Doug forzó una risa. No respondí.

 

Abrí el compartimento trasero.

 

—He descargado la ranchera —dije.

 

—Ah, qué bien, tío. Te lo agradezco. Espero que no ocupe demasiado sitio en el cobertizo.

 

—He encontrado estas dos cajas junto a la cabina. —Me quedé callado, esperando una reacción. Como no hubo ninguna, continué—: ?Las reconoces?

 

Se encogió de hombros.

 

—Son cajas.

 

—?Sabes lo que tienen dentro?

 

—Yo qué sé.

 

—?Ni una ligera idea?

 

—?Podemos abrirlas?

 

Retiré las solapas de cartón de la primera, hice a un lado los recortes arrugados de periódicos chinos y saqué un interruptor diferencial. Doug, alisando una de las bolas de papel, comentó: —?Cómo puede nadie leer esta mierda? ?Alguna vez te has preguntado cómo fabrican los chinos las máquinas de escribir con tantos millones de letras como tienen? Sus ordenadores deben de tener teclados del tama?o de una autopista. ?Cómo lo harán?

 

—No lo sé —dije.

 

—?Esto estaba en mi ranchera? —preguntó Doug, tirando el papel.

 

—Sí. La otra caja está llena de lo mismo. Interruptores, enchufes, cosas así.

 

—Hummm…

 

—?Me estás diciendo que no lo reconoces?

 

—Son enchufes y demás. Claro que reconozco estas cosas, pero no sé qué hacían en mi ranchera. Son suministros, supongo. ?Tú sabes todo lo que llevas en la furgoneta?

 

—Todo este material incumple los estándares de calidad —dije—. Está hecho en el extranjero, lo hacen para que parezcan piezas legítimas de fabricación nacional.

 

—?Tú crees?

 

—Lo sé. Esto es lo que provocó el incendio en la casa de los Wilson, Doug.

 

—?Esto de aquí? No parece que esté quemado ni nada.

 

—Unas piezas como estas. Hoy he hablado con Alfie, el de los bomberos.

 

Me cogió la pieza de la mano.

 

—Parece buena.

 

—No lleva el sello de certificación. Aunque tengo entendido que algunas los llevan, solo que son sellos falsos.

 

Le dio varias vueltas en la mano.

 

—Joder, pues a mí me parecen iguales a las de toda la vida.

 

Le quité la pieza y la lancé otra vez a la caja.

 

—Acabo de acusar a Theo Stamos de instalar esto en casa de los Wilson. La cosa se ha puesto un poco fea. Me ha jurado por activa y por pasiva que no fue culpa suya. No le he creído. El hecho es que sigo sin creerle. Creo que él instaló estas piezas. Pero lo que me pregunto ahora es si lo hizo a sabiendas.

 

—?A sabiendas?

 

—A lo mejor le cambiaron las piezas.

 

—?Por qué iba nadie a hacer eso? —?De verdad era Doug tan tonto, o solo lo fingía?

 

—Si sustituyes las piezas auténticas por otras de imitación, puedes devolver las de verdad a la tienda y sacarte un beneficio neto.

 

—Sí, supongo que… ?Me estás…? ?Te refieres a mí?

 

—Eso es lo que quiero saber, Doug. Quiero saber si fue eso lo que hiciste.

 

—Joder, ?me tomas el pelo? ?Crees que yo haría algo así?

 

—Jamás lo habría dicho, pero ahora ya no lo sé. Fuiste a hablar con Sally a mis espaldas para intentar que te diera un adelanto. Eso estuvo mal. Me has amenazado con llamar a Hacienda. Estás en pleno colapso financiero, tu mujer gasta dinero como si pudiera imprimir billetes desde el ordenador de casa.

 

—Venga ya, tío. Esa acusación es grave.

 

—Ya lo sé. Y quiero que me expliques por qué estaba esto en tu ranchera.

 

Doug tragó saliva, miró a un lado y a otro de la calle.

 

—Te lo juro, Glen, yo no tengo nada que ver con esto.

 

—No tienes ni idea.

 

—Pues no. —Pareció que se le encendía una bombilla—. ?Sabes lo que creo?

 

—Dime.

 

—Creo que me han liado o algo así.

 

—?Que te han tendido una trampa?

 

—Pues sí.

 

—Y ?quién te ha tendido una trampa, Doug?

 

—Si lo supiera, te lo diría. A lo mejor ha sido KF.

 

—Ken Wang —dije.

 

—él es chino —repuso—. A lo mejor, esos periódicos de la caja son suyos.

 

—Ha crecido en Estados Unidos —dije—. Ni siquiera sé si habla chino.