—?Ay, Dios mío! ?Casi me da un ataque al corazón!
Estaba en el umbral de la cocina, con una botella de cerveza en la mano y un plato de galletitas saladas en la otra.
A mí también me dio un vuelco el corazón, pero conseguí no gritar.
—Joder, Joan, ?qué estás haciendo aquí?
El color había abandonado su rostro.
—?Has entrado de puntillas o algo así? No te he oído llegar.
—Joan…
—Vale, vale, para empezar, ?por qué no me aceptas esta cerveza? —Me sonrió y dio un par de pasos en dirección a mí. Llevaba unos tejanos ajustados, y otra vez esa camiseta que dejaba ver un poco de su sujetador—. Creo que la necesitas. Había pensado bebérmela yo, pero quédatela tú y ya me abro otra. He supuesto que no pasaba nada si sacaba también algo para picar.
—?Cómo has entrado aquí?
—?Qué? ?Sheila no te lo dijo?
—?Decirme el qué?
—Que tengo una llave de tu casa. Teníamos cada una las llaves de la otra, por si alguna vez había algún problema. Ya sabes, si Kelly venía a mi casa después del colegio, pero necesitaba algo de aquí o ?quién sabe? Kelly no está, ?verdad? Vamos, que antes te he visto llevando su maletita a la furgoneta, así que he supuesto que iba a quedarse en casa de Fiona un par de días, después de que dispararan contra la casa y todo ese jaleo. ?Es eso lo que has decidido? Es lo mejor, desde luego.
Estaba allí plantado; no salía de mi asombro.
—Vuelve a casa, Joan.
Se le demudó el rostro.
—Lo siento. Es que sé que has pasado por muchas cosas y se me ha ocurrido… ?Cuándo fue la última vez que alguien hizo algo agradable por ti? Hace ya mucho tiempo, ?tengo razón? Sheila me explicó que a su madre nunca le habías acabado de gustar, así que no creo que haya sido precisamente un consuelo para ti, estas últimas semanas.
—Carl Bain no tiene mujer —dije—. O por lo menos no vive con él. Los abandonó cuando Carlson no era más que un bebé.
Joan se quedó de piedra. De pronto, el plato de galletitas parecía pesarle mucho.
—?Por qué me contaste ese cuento? —pregunté—. Porque no era más que un cuento, ?verdad? El ni?o nunca dijo nada sobre que su padre le hubiera hecho da?o a su madre. Y tú nunca le dijiste a Sheila que no supieras qué hacer. Porque todo era una patra?a, ?verdad? Te inventaste esas mentiras.
A Joan empezaron a humedecérsele los ojos.
—Solo dime por qué —insistí, aunque creía que ya lo había adivinado.
Vi pánico en su mirada.
—Dime que no has hablado con él.
—Ahora ya no importa. El caso es que lo sé. No puedes hacer algo así. —Sacudí la cabeza—. No puedes. —Le quité la cerveza y el plato de las manos y entré con ellos en la cocina. Cuando me di la vuelta, ella seguía allí, encogida.
—No hago más que pensar que cualquier día entrará por la puerta —dijo—. Que la plataforma se hundió pero que, no sé cómo, Ely logró aferrarse a algún fragmento y que a lo mejor lo recogió un barco en alguna parte; puede que haya perdido la memoria, como en esa película de Matt Damon, ?sabes cuál digo? Entonces Ely la recupera y vuelve a casa. —Se sacó un pa?uelo de papel del bolsillo de los tejanos, se enjugó los ojos y se sonó la nariz—. Pero sé que eso no va a suceder. Lo sé. Lo echo de menos.
—Lo sé —repuse—. Y lo siento.
—Ely… siempre estaba ahí cuando lo necesitaba. Me protegía. Cuidaba de mí. Ahora nadie hace eso. Yo solo…, solo quería sentirme protegida, que alguien estuviera ahí conmigo…
—O sea, que te inventaste esa historia para que yo…
Joan intentó mirarme a los ojos, pero no fue capaz.
—Era una sensación muy agradable, ?sabes? —Se le descompuso el rostro y derramó más lágrimas—. Saber que tú estabas ahí. Que podía acudir a ti.
—Y puedes acudir a mí —dije—. Cuando suceda algo de verdad.
—Lo que sucede es que también yo quería cuidar de alguien. Ely se preocupaba por mí, pero yo también me preocupaba por él. Y ahora, después de todo lo que has pasado, tú también lo necesitas. Necesitas que alguien se preocupe por ti. Pensé… Pensé que podría hacerlo yo. En cuanto a lo que dije acerca del dinero que me llegará pronto, es cierto, te lo juro. Me van a pagar muy bien.
Estuve a punto de acercarme a ella, pero preferí mantener las distancias. Tenía la sensación de que algo podía torcerse muchísimo, y muy deprisa si yo lo permitía.
—Joan —dije con delicadeza—, eres una buena persona. Una persona amable.
—Ya veo que no has dicho ?mujer?.
—Lo eres, no cabe duda —dije—. Pero… no estoy preparado. No sé cuándo saldré de esta. Lo único que me importa ahora, lo único que me preocupa es mi hija.
—Claro —dijo Joan—. Lo entiendo.
Los dos nos quedamos allí inmóviles un momento más. Al cabo, Joan dijo: —Pues entonces me voy.
—Vale.
Se dirigió a la puerta.