Habló a borbotones.
—Ann necesitaba dinero. Siempre iban algo escasos, ella y Darren, incluso con las ventas de bolsos bajo mano. A mí ella siempre me había parecido… cautivadora. Atractiva. Con… mucho carácter. Ella se daba cuenta, se daba cuenta de que a mí me interesaba. No fui yo el que lo sugirió. Yo jamás habría hecho algo así. Fue ella la que me invitó a tomar un café una vez, y luego… me hizo una proposición.
—Una proposición de negocios —dije.
—Eso es. Nos vimos un par de veces en un motel de aquí, en Milford, pero estar aquí, en la ciudad, nos pareció un poco arriesgado, así que empezamos a ir al Days Inn de New Haven.
—Le pagabas para que te pusiera las esposas ?y…?
Miró hacia otro lado.
—Eso llegó más tarde. Al principio solo se trataba de sexo.
—?Las cosas no iban bien en casa, George?
Sacudió la cabeza, reacio a entrar en ese tema.
—Yo solo…, quería algo diferente.
—?Qué le pagabas?
—Trescientos, cada vez.
—Supongo que nada de eso salió a colación cuando estabas en el despacho de esos abogados ofreciendo juicios de valor sobre la personalidad de mi mujer —dije—. Aunque no sé por qué tendría que haber salido. Son cosas completamente diferentes, la verdad.
—Glen, mira, te pido por favor que seas discreto, lo entiendes, ?verdad?
—Sí, desde luego. —Cabrón de mierda, pensé.
—El caso es que ella quería más.
—?Subió la tarifa?
—No exactamente —contestó George. Le di un trago a mi cerveza para dejarle un minuto—. Ann dijo que sería horrible que Belinda se enterase. La primera vez que lo dijo, pensé, sí, claro, estoy totalmente de acuerdo. La segunda vez que lo dijo, me di cuenta de adónde quería llegar. Quería más dinero por tener la boca cerrada. Yo pensé que no sería capaz de decir nada. Eso habría sido una locura. Belinda y ella eran amigas desde hacía mucho tiempo y, si se lo contaba, todo saldría a la luz, Darren se enteraría…
—?Darren no lo sabía? —Eso tenía sentido, pensando en lo que le había ordenado Ann a Kelly: que no dijera nada de lo que había oído.
—él no sabe nada. La verdad es que nunca pensé que Ann fuese a decírselo a nadie, pero tampoco quería arriesgarme. El caso es —y entonces bajó la voz— que una vez me sacó una fotografía con la cámara de su teléfono móvil, cuando yo estaba, ya sabes, atado a la cama. En la foto solo se me veía a mí. Me dijo que sería divertido que alguien se la enviara a Belinda por correo electrónico. Ni siquiera estoy seguro de que de verdad me hiciera la foto. Puede que solo lo fingiera, pero no tenía forma de saberlo. Así que empecé a darle cien dólares más cada vez, y con eso parece que se contentó, hasta que, bueno…
—Hasta que murió.
—Sí.
El chico que había estado tragando vasos de cerveza había parado.
—No puedo más —protestó, riendo—. No puedo.
—?Qué te apuestas? —dijo uno de sus amigos. Otro lo cogió desde atrás, un segundo le sostuvo la cabeza y el tercero le puso la jarra directamente en la boca. Empezó a verter la cerveza, que le caía al chico por la barbilla y por toda la camiseta. Sin embargo, a juzgar por la forma en que se le movía la nuez, parecía que gran parte del líquido también le entraba por la garganta.
Ese chaval iba a acabar completamente borracho dentro de poco. Solo esperaba que esos payasos no pensaran coger un coche…
—Cuando tuvo ese accidente —dijo George—, me quedé de piedra, ?sabes? Se me revolvió el estómago, no podía creerlo. Pero una parte de mí, y detesto decirlo, una parte de mí se sintió aliviada.
—Aliviada.
—Ya no estaría a merced de sus amenazas.
—A menos que de verdad exista esa fotografía. En su teléfono.
—No hago más que rezar por que esté en el fondo del puerto. Cada día que pasa, y que la policía no llama…
—Puede que hayas tenido suerte en eso —dije.
—Sí, espero que sí.
Presioné el interior de mi mejilla con la lengua.
—Tengo que pedirte un favor, George.
—?Qué?
—Me gustaría que consiguieras que Belinda se retractara de lo que les contó a los abogados. Que diga que todo eso de la marihuana lo entendió mal. Que no era más que un cigarrillo turco o algo así. También podría decir que todas las veces que la vio beber, Sheila se comportó de una forma muy responsable, lo cual, por lo que yo sé, es la verdad.
Le dirigí una larga y severa mirada para ver si estaba captando el mensaje.
—También tú me vas a chantajear —dijo—. Si no accedo, se lo contarás a Belinda.
Sacudí la cabeza.
—Yo nunca haría eso. Estaba pensando en contárselo a Darren.
Tragó saliva.
—Veré qué puedo hacer.
—No creas que no te lo agradezco.
—Pero ese dinero. Esos sesenta y dos mil. ?De dónde narices han salido?