El accidente

El ba?o era más o menos lo que podría esperarse de un soltero. No llegaba al nivel de los servicios de una gasolinera de carretera, pero casi. Y el dormitorio era un batiburrillo de ropa de trabajo, botas y sábanas revueltas.

 

—?Alguna vez te quedas aquí a dormir? —le pregunté a Sally. No era una pregunta relacionada con su vida sexual. Es que no podía imaginarla viviendo con ese desorden.

 

Se estremeció.

 

—No, Dios mío. Theo viene a dormir a casa.

 

—Cuando estéis casados, ?os iréis a vivir a tu casa? —Estuve a punto de decir ?la casa de tu padre?.

 

—Sí.

 

—?Hay algo aquí que te parezca extra?o? —pregunté.

 

—Es el mismo horror de siempre —dijo—. ?Adónde habrá ido?

 

—?Podría haber salido con algún amigo? Puede que alguien haya venido a verle y hayan salido a tomar algo.

 

Sally lo pensó un momento.

 

—Entonces ?por qué no se ha llevado las llaves y ha cerrado al salir? Lo último que querría es que alguien le robara la camioneta.

 

—?Has intentado llamarle al móvil? —pregunté.

 

Asintió.

 

—Antes de venir. Y también a su teléfono fijo. En los dos ha saltado el contestador.

 

Reflexioné.

 

—Deberíamos intentarlo otra vez. —Recorrí otra vez el estrecho pasillo y cogí el teléfono de la encimera de la cocina—. Espera —dije—. Comprobaremos el historial de llamadas. Si alguien le ha llamado al fijo y le ha invitado a salir, veremos quién ha sido.

 

Vi el número de Sally, pero nada más en las últimas horas.

 

—Solo tú.

 

—A lo mejor ha sido él quien ha llamado a alguien —sugirió Sally.

 

—Es una idea —repuse, y accedí a la lista de llamadas salientes. No mostraba solo el último número marcado, sino los diez últimos.

 

Theo había hecho tres llamadas en las últimas ocho horas. Una al móvil de Sally, otra al teléfono de su casa, y la tercera, la más reciente, a un número que yo conocía perfectamente.

 

—Ha llamado al móvil de Doug —le dije a Sally—. Parece que más o menos una hora después de haber hablado contigo por última vez.

 

—?Que ha llamado a Doug? —preguntó Sally.

 

—Eso es. —De pronto tuve un mal presentimiento. Si era verdad que Theo no sabía que esas piezas que había instalado eran de mala calidad, y creía que Doug Pinder era el responsable, puede que hubiese querido tener un encuentro cara a cara con él.

 

Sin embargo, la ranchera de Theo seguía allí. ?Podía haberlo pasado a buscar otra persona para llevarlo a ver a Doug? Pero entonces ?por qué no se había llevado las llaves consigo? Uno siempre cierra su casa, nadie deja las llaves por ahí tiradas para que cualquiera pueda robarle la camioneta.

 

—Me pregunto si debería llamarle —dije.

 

—?A quién? —preguntó Sally—. ?A Doug o a Theo?

 

Estaba pensando en Doug, pero ya hacía rato que Sally no había vuelto a llamar a Theo, así que parecía sensato volver a probar.

 

Recorrí la cocina hasta llegar a la puerta, miré fuera con la esperanza de ver aparecer a Theo por el camino de entrada.

 

—Inténtalo otra vez —le dije a Sally.

 

Ella sacó el móvil y apretó un botón. Se puso el teléfono al oído.

 

—Nada —dijo unos segundos después.

 

No estaba seguro, pero me parecía haber oído algo.

 

—Vuelve a intentarlo —dije.

 

Salí a los escalones y me quedé muy quieto, conteniendo la respiración. únicamente se oían los sonidos de la noche. Y entonces, en la lejanía, me pareció oír un teléfono.

 

Sally salió también.

 

—He vuelto a intentarlo, pero sigue sin contestar.

 

—Mira a ver si encuentras una linterna por ahí —dije. Yo tenía una en la furgoneta, pero no quería volver hasta el coche a buscarla.

 

Sally volvió dentro, y un momento después salió con una Maglite de uso industrial.

 

—Quédate aquí —le dije mientras la encendía—. Sigue llamando al móvil.

 

—?Adónde vas?

 

—Tú haz lo que te digo.

 

Bajé los escalones, atravesé lo que hacía las veces de césped delantero de la caravana y me acerqué hasta el control del bosque.

 

—?Has marcado? —grité hacia la caravana.

 

—?Estoy en ello!

 

Por delante de mí, a la derecha, sonó un teléfono. Después de cinco tonos dejó de oírse. Theo debía de haberlo programado para que entonces saltara el buzón de voz.

 

Atravesé unas hierbas altas, moviendo el haz de la linterna de un lado a otro.

 

—?Otra vez! —grité.

 

Unos segundos después, el teléfono volvió a sonar. Me estaba acercando.

 

Había un grupo de árboles hacia la derecha. El sonido parecía proceder del otro lado.

 

El teléfono dejó de sonar.

 

Avancé por la hierba, seguí enfocando la linterna por delante de mí.

 

—?Ves algo? —gritó Sally.

 

—Me parece que debe de habérsele caído el móvil por aquí —respondí—. Vuelve a llamar.