El accidente

—Si sabe algo, tendría que decírnoslo —dijo el agente dijo—. Es importante que hablemos con él.

 

—Ya lo sé —repuse—. Ahora mismo vengo de casa de Stamos. Sé lo que ha pasado. Fui yo el que llamó a emergencias. ?Está su mujer, Betsy?

 

El agente asintió. No parecía querer nada más de mí, así que caminé hasta la puerta y llamé. Me abrió una mujer de unos sesenta y pico a?os. Varios gatos se reunieron a sus pies, y tres de ellos salieron fuera.

 

—?Sí?

 

—Soy Glen —expliqué—. Usted debe de ser la madre de Betsy. —Al ver que no lo negaba, proseguí—: ?Está aquí?

 

—?Bets! —gritó la mujer hacia el interior de la casa—. Le juro —me dijo— que esto se ha convertido en un circo de tres pistas. Hay que joderse…

 

Betsy llegó desde el salón; la expresión de su cara decía que no estaba demasiado contenta de verme.

 

—Hola, Glen, ?qué pasa?

 

—Estoy buscando a Doug —dije, y entré con cuidado de no aplastar a ningún gato al cerrar la puerta.

 

—Tú y ese T. J. Hooker de los cojones que está ahí fuera —dijo—. ?Qué co?o pasa?

 

—No lo sé —dije sin rodeos—. Tengo que encontrar a Doug; necesito hablar con él.

 

—Ya hablaste bastante con él ayer. Acusarlo como lo acusaste… Pensaba que eras su amigo.

 

—Y soy su amigo —dije, aunque sabía que no serviría de mucho repetirlo—. ?Cuándo se ha marchado de aquí?

 

—Ni idea —dijo Betsy—. Ha desaparecido en plena noche y se ha llevado mi Infiniti. —Por lo que yo sabía, la ranchera de Doug seguía en la oficina, así que eso tenía sentido—. Ahora no tengo forma de moverme. ?Dónde pu?etas se ha metido? ?Qué quiere la policía de él? ?Es que no tenemos ya suficientes problemas? ?Es esto lo que le hacen a la gente que pierde su casa? ?Empezar a tratarlos como si fueran delincuentes? Se suponía que hoy íbamos a ir al banco para intentar recuperar la casa. ?Cómo narices vamos a hacerlo si él está paseándose por ahí, a saber dónde?

 

Iba a pedirle que le dijera que me llamara si volvía a casa, pero supuse que, con los polis esperándolo ahí enfrente, no iba a tener ocasión de hacerlo.

 

—?Qué co?o creen que ha hecho? —quiso saber Betsy.

 

—?Te dijo Doug si pensaba ir a ver a Theo?

 

—A mí no me ha dicho nada. ?Hablas de ese electricista griego?

 

—Sí.

 

—?Qué ha pasado con él?

 

—Está muerto —contesté.

 

—?Cómo que muerto?

 

—Alguien le ha pegado un tiro esta noche. La policía tiene que hablar con Doug. Si ha estado en casa de Theo, puede que se haya encontrado con algo, que haya oído algo que pueda ayudarles a atrapar al que lo mató.

 

—O sea, que no es que la poli crea que Doug ha tenido algo que ver —dijo—. Es más bien como… ?un testigo?

 

—Solo tienen que dar con él, Betsy. Nada más.

 

—Bueno, pues espero que esté en mi coche cuando lo encuentren, porque yo tengo que ir al banco a intentar recuperar nuestra maldita casa.

 

A continuación decidí probar suerte en la oficina. La puerta de la valla metálica que cierra el recinto de Garber Contracting estaba cerrada. Como no había nadie que pudiera vigilarlo, Ken había cerrado con llave antes de salir hacia la obra que hubiera considerado de mayor prioridad. El Infiniti de Betsy no se veía por ningún lado, pero había otro coche patrulla aparcado al otro lado de la calle, y tuve que pasar por el mismo interrogatorio y explicar que yo no era Doug Pinder.

 

Me pregunté si Doug habría encontrado la forma de colarse dentro y, en cuanto el agente acabó conmigo, abrí y entré en la oficina y luego salí al cobertizo para comprobar si Doug estaba sentado en su furgoneta, ahí atrás. El vehículo seguía allí, pero de él no había ni rastro.

 

En cuanto volví a cerrar la verja, me dirigí a la casa que Doug y Betsy habían perdido el día anterior. Aunque ya no vivieran allí, se me ocurrió que Doug podría haber intentado entrar a la fuerza para coger todo aquello que Betsy y él no habían tenido tiempo de sacar de su casa.

 

Al doblar la esquina, vi el Infiniti aparcado en la entrada. Doug estaba sentado en el escalón de la puerta, medio derrumbado, con los brazos descansando en las rodillas, una botella de cerveza en la mano derecha y un cigarrillo en la izquierda.

 

—Eh, compa?ero —dijo con cierta dificultad mientras una sonrisa le cruzaba por el rostro—. ?Te saco una fría? —Parecía que él ya se había tomado unas cuantas.

 

Caminé hacia allí.

 

—No, gracias.

 

La cerradura de la puerta parecía intacta. Si Doug había entrado en la casa, había encontrado otra forma de conseguirlo.

 

—?Qué estás haciendo aquí? —pregunté.

 

—Esta es mi casa. ?Por qué co?o no iba a estar aquí?

 

—Ahora es del banco, Doug —repuse.

 

—Ah, sí, gracias por recordármelo —dijo con desgana antes de darle otro trago a la botella—. Pero es que siempre me ha gustado salir a sentarme aquí y tomarme una cerveza. Eso aún puedo hacerlo. —Dio unas palmadas sobre el cemento, a su lado—. Ven a sentarte.

 

Me senté en el escalón de cemento.