—Yo no puedo hacerlo —dijo Sally—. Soy incapaz.
—óyeme bien —insistí—, si necesitas alguna cosa, dímelo.
Me miró con los ojos llorosos.
—Siento haberme enfadado contigo.
—No pasa nada.
—Ya sé que hiciste lo que tenías que hacer. Lo que pasa es que Theo era mi hombre. Ya sé que no era precisamente don Perfecto, pero creo que me quería.
No dijimos nada más durante algunos minutos. Algo me rondaba la cabeza. Llevaba rumiándolo desde antes de quedarme dormido, y ni siquiera durante los horribles hechos de las últimas horas se me había ido de la cabeza.
—Tengo que hablar contigo de una cosa —le dije.
—?Sí?
—Te va a parecer una auténtica locura, pero tengo que decírselo a alguien.
—?Es sobre Theo?
—No, sobre Sheila.
—Claro. Dime, Glen.
—Ya sabes que la muerte de Sheila nunca me ha cuadrado.
—Sí —dijo en voz baja.
—Aunque no era capaz de hacerme a la idea de que Sheila cogiera el coche con varias copas de más, tampoco había logrado encontrar una explicación lógica a lo sucedido. Pero ahora tengo una.
Sally ladeó la cabeza con curiosidad.
—?De qué se trata?
—En realidad es muy simple. ?Y si alguien la obligó a beber?
—?Qué?
—A lo mejor las pruebas que le hicieron los forenses eran correctas. Sheila estaba borracha, de acuerdo, pero ?y si alguien la forzó a beber en contra de su voluntad?
—Glen, esto es de locos —protestó Sally—. ?Quién le haría algo tan horrible a Sheila?
Apreté el volante.
—Sí, bueno, no lo sé, pero últimamente han pasado un sinfín de cosas extra?ísimas. Tardaría siglos en explicártelo todo, pero…
—?Como eso de que dispararan contra tu casa?
—Sí, eso y un montón de cosas más. Hay un tipo que… Sheila iba a entregarle algo el día en que murió. Todo está relacionado con ese negocio de las fiestas de bolsos que llevaba Ann. Belinda también andaba metida en ello. Y no eran solo bolsos.
—No sé adónde quieres ir a parar, Glen.
—No importa. El caso es que Sheila nunca llegó a verse con él, nunca hizo esa entrega.
—Uf, me va a estallar la cabeza —dijo Sally—. Primero Theo, luego esta teoría tuya sobre Sheila. Pero, Glen, por el amor de Dios, ?qué me estás diciendo? ?Que alguien obligó a Sheila a beber porque querían que tuviera un accidente de tráfico? Venga ya, ?cómo iban a saber que funcionaría? Se podría haber quedado dormida nada más meter la llave en el contacto, o haber acabado en la primera cuneta que encontrara. No podían prever que se metería en dirección contraria por una salida de autopista como hizo.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Lo siento —dijo Sally.
—Entiendo lo que me estás diciendo —repuse—. Pero por primera vez tengo una teoría. Una teoría real y palpable de cómo pudo morir Sheila. A lo mejor… A lo mejor ya estaba muerta antes de que su coche llegara a esa vía de salida. Alguien la emborrachó, acabó con ella, la metió en el coche y la dejó allí.
Me volví para mirar a Sally. Tenía tal expresión de pena en el rostro que sentí vergüenza.
—?Qué pasa? —dije.
—Es que… me siento muy mal por ti. Sé lo mucho que la querías. Vamos, que yo en tu lugar estaría pensando lo mismo. Estaría intentando descubrir cómo ha podido suceder algo así, pero, Glen, no sé…
Alargué un brazo y le aferré la mano.
—No pasa nada. Lo siento. Tú ya tienes bastante con lo tuyo, y yo venga a soltarte teorías descabelladas.
Cuando la policía acabó con nosotros, lo cual no sucedió hasta casi al mediodía, acompa?é a Sally hasta su Tahoe y me aseguré de que se abrochara el cinturón cuando se sentó al volante.
—?Seguro que estás en condiciones de conducir?
Asintió con la cabeza y salió hacia la carretera.
Yo subí a mi furgoneta y me fui a buscar a Doug Pinder, si es que la policía no lo había encontrado ya.
Primero lo llamé al móvil, pero no me contestó. No tenía el número de Betsy, ni tampoco el de casa de su madre, así que decidí que simplemente me acercaría hasta allí. Cuando paré delante de la casa, a eso de la una, había un coche patrulla aparcado al otro lado de la calle. El único vehículo que se veía en la entrada era un viejo Chevrolet Impala, que supuse que sería de la madre de Betsy.
Cuando bajé de la furgoneta, un agente salió del coche de la policía y me dijo: —?Disculpe, caballero!
Me detuve.
—?Puede decirme su nombre, por favor?
—Glen Garber —respondí.
—Identifíquese. —Se acercó a mí. Busqué mi cartera y saqué de ella el carnet de conducir para que pudiera examinarlo—. ?Qué ha venido a hacer aquí, se?or Garber?
—Estoy buscando a Doug Pinder —dije—. ?Usted también?
—?Tiene alguna idea de dónde puede estar el se?or Pinder?
—Deduzco que no está aquí, pues.