—Claro —dijo Elliot—. Tenemos caldera, tenemos agua, no es tan duro.
—A mí me encanta —a?adió Gwyn—. Detestaba tener que mantener la casa. Esto es mucho más fácil.
—Cuando hay que comprar comida o lavar la ropa, cogemos un taxi y hacemos los recados —explicó Elliot—. El espacio es un poco justo, es verdad, pero tenemos todo lo que necesitamos. Lo que quiere decir que, cuando nuestros hijos quieren venir de visita, tienen que quedarse en un hotel. Es un punto a favor muy determinante.
Wedmore estaba impresionada. No tenía ni idea de que se pudiera vivir allí todo el a?o, y dudaba mucho que a los agentes que habían estado investigando la muerte de Ann Slocum se les hubiera ocurrido buscar allí a algún residente.
—Quisiera preguntarles por la mujer que murió aquí la otra noche.
—?De qué mujer está hablando? —preguntó Elliot.
—Fue aquí mismo. ?El viernes por la noche? Una mujer cayó del muelle. Se dio un golpe en la cabeza y se ahogó. Encontraron su cuerpo esa misma noche, algo más tarde, cuando un agente vio su coche allí, con la puerta abierta y el motor en marcha.
—Pues es la primera noticia que tenemos —dijo Gwyn—. Pero no tenemos televisión ni escuchamos mucho la radio, y tampoco nos traen el periódico. Tampoco tenemos ordenador, por supuesto, así que no nos conectamos a internet. El mismísimo Jesucristo podría alquilar un barco aquí al lado y no nos enteraríamos.
—Eso es cierto —coincidió Elliot.
—?O sea, que no vieron a la policía el sábado por la ma?ana?
—Sí que vi un par de coches patrulla —dijo Elliot—, pero no parecía que fuera asunto nuestro, así que nos quedamos en el barco.
Wedmore suspiró. Si no habían tenido la curiosidad suficiente para salir a comprobar qué hacía allí un despliegue de coches policiales, no era muy probable que se hubieran fijado en nada de lo que había sucedido por la noche.
—?Supongo, entonces, que no verían nada fuera de lo común ya entrada la noche del viernes o la madrugada del sábado?
Los dos se miraron.
—Solo esos dos coches que bajaron hasta aquí, ?verdad, cielo? —le preguntó Gwyn a Elliot.
—Solo eso —confirmó él.
—?Dos coches? —preguntó Wedmore—. ?Cuándo fue eso?
—Verá, cuando alguien baja por esa rampa hasta los muelles —explicó Gwyn—, los faros iluminan directamente nuestro cuarto. —Sonrió, después se?aló hacia la escotilla de delante, donde Wedmore pudo distinguir una cama que se adaptaba a la forma de la proa—. No es un dormitorio muy grande, pero tiene un par de ojos de buey. Supongo que debió de ser a eso de las diez o las once, más o menos.
—?Se fijaron en algo más?
—Yo me arrodillé para mirar fuera un momento —dijo Elliot—, pero no debía de ser lo mismo de lo que habla usted.
—?Por qué lo dice?
—Bueno, porque eran dos coches. No solo uno. Una mujer bajó de su vehículo justo cuando el otro se detenía detrás de ella.
—Ese primer coche, ?era un BMW?
Elliot frunció el ce?o.
—Puede que sí. No presto demasiada atención a las marcas de los coches.
—Y el coche que paró detrás del primero ?recuerda cómo era?
—La verdad es que no.
—?Sería al menos capaz de recordar si era una ranchera? ?De color rojo?
El hombre dijo que no con la cabeza.
—No, no era una ranchera. Creo que en eso sí me habría fijado. Me habría llamado la atención. Me parece que era un coche de los normales, pero eso es más o menos todo lo que puedo decirle.
—?Vio quién iba dentro?
El hombre volvió a negar con la cabeza.
—Eso no podría decírselo. Entonces volví a acostarme y me dormí de nuevo. Tengo que confesar que nunca he dormido tan bien como desde que empecé a oír el sonido de las olas chocando contra el casco del barco por las noches. —Sonrió—. Es como una nana.
Capítulo 40
Me detuve nada más cruzar el umbral; oía al intruso moviéndose por la cocina. El corazón me palpitaba con fuerza mientras intentaba decidir cómo enfrentarme a la situación.
Podía entrar en tromba y sorprender a quien quiera que fuese, pero ese plan tenía inconvenientes. Para empezar, puede que no lograra sorprenderle. Puede que me estuviera esperando. Y si la persona que me estaba esperando era Sommer, sabía que llevaba un arma. Yo no. O sea, que no era muy buen plan.
Podía intentar algo radical como gritar ??Quién anda ahí??, pero eso también tenía desventajas. Alguien que me estuviese esperando podría salir de la cocina y pegarme un tiro fácilmente.
La tercera opción era la que parecía más sensata. Salir de la casa sin hacer ruido y llamar a la policía. Con mucho cuidado, busqué en el bolsillo de mi chaqueta. Me preocupaba que el sonido de las teclas pudiera alertar de mi presencia a quien estuviera ahí dentro, así que opté por esperar a estar fuera antes de marcar el número de emergencias.
Estaba volviéndome para salir de allí discretamente cuando oí chillar a una mujer.