El accidente

—Estás muy equivocado conmigo, tío —dijo—. No fue culpa mía. —Había cierto tono de súplica en su voz.

 

—Seguro que sí —dije, sin ceder terreno—. Estás acabado. Arruinado. Cuando le haya contado a todo el mundo la clase de chapuzas que haces, no va a haber contratista en Connecticut que quiera trabajar contigo.

 

—No me hagas esto, tío. Solo intento hacerlo lo mejor que puedo. Siempre te he dado muy buen resultado.

 

—Tienes suerte de no haber acabado matando a nadie —dije—. Casi me matas a mí.

 

Subí a la furgoneta con una sensación de euforia. Desquitarme de toda mi ira y mis frustraciones con Theo había sido como una especie de catarsis. Además, se lo había ganado a pulso.

 

Sin embargo, la euforia no tardó en desvanecerse y convertirse en remordimiento. Acababa de pegarle un pu?etazo a Theo Stamos, el hombre con el que Sally Diehl tenía intención de casarse, con el que quería pasar el resto de su vida. Y yo acababa de decirle que iba a hacer todo lo posible para que me encontrara otro trabajo jamás.

 

Sally se iba a cabrear mucho.

 

 

 

 

 

Capítulo 37

 

 

Cuando llegué a la oficina, Sally había estado llorando.

 

—Tengo que hablar contigo —le dije.

 

—Ya me he enterado. —No quería mirarme.

 

—Sally, ven a mi despacho.

 

—Vete a la mierda —contestó.

 

—Maldita sea, que vengas te digo. —La cogí del brazo con suavidad, la llevé a mi despacho y la senté en una silla. En lugar de sentarme al otro lado del escritorio, me acerqué otra silla para estar más cerca de ella.

 

—Dice que le has cortado esa cosa —dijo—. De la ranchera.

 

—?Por eso está enfadado? —pregunté.

 

—Y dice que le has pegado. ?Cómo has podido? ?Cómo has podido pegarle?

 

—Mira, Sally, él quiso pegarme primero. Yo solo me he defendido. —No le dije lo mucho que lo había provocado. Cogí un par de pa?uelos de papel de una caja y se los di—. Tranquilízate.

 

Ella se secó los ojos y se sonó la nariz.

 

—Ya has hablado con Alfie, ?verdad?

 

Asentí.

 

—?Qué te ha dicho?

 

—Dice que el cuadro eléctrico no cumplía con los estándares de calidad. Era basura. Piezas baratas de imitación.

 

—?Y has corrido a echarle la culpa a Theo?

 

—Sally, el trabajo lo hizo él.

 

Arrugó el pa?uelo en sus manos.

 

—Eso no quiere decir necesariamente que sea culpa suya. No sé, ?y si alguien le dio esas piezas malas y él no se dio cuenta?

 

—Mira, Sally, de verdad que siento mucho todo esto. Lo siento porque sé que te afecta, porque tú eres muy especial para mí. Ya sabes que Sheila, cuando todavía estaba con nosotros, y yo siempre te hemos tenido en muy alta estima. Kelly te quiere mucho. Me gustaría poder dar marcha atrás para concederle a Theo el beneficio de la duda, porque sé que él significa mucho para ti, pero…

 

—No lo sé.

 

—?No sabes qué?

 

—No sé exactamente cuánto significa para mí, pero es todo lo que tengo en estos momentos.

 

—Bueno, mira, eso es algo que tendrás que descubrir. Y lo que tengo que hacer yo, Sally, es protegerme, a mí y a la empresa, y a la gente que, como tú, trabajáis para mí. Y si alguien realiza un trabajo que es inaceptable, eso nos expone a posibles demandas judiciales. Algo así podría acabar matando a alguien, por el amor de Dios, o sea, que tengo que hacer lo que tengo que hacer. —Le puse una mano en el hombro—. Pero siento mucho haberte hecho da?o.

 

Ella asintió y volvió a secarse las lágrimas.

 

—Ya lo sé.

 

—Y yo sé que está siendo un momento muy duro para ti. Has perdido a tu padre. No tienes más familia aquí para ayudarte.

 

—Es que él… Estaba perfectamente y de repente se murió.

 

—Lo sé —dije—. Es duro. Mira mi padre. Descargando aglomerado de un camión y, un instante después, muerto.

 

Sally asintió.

 

—Tú estuviste ahí —dijo.

 

—Sí, estuve allí cuando murió.

 

—No, me refiero a que viniste al funeral de mi padre. Cuando te vi entrar, no podía creerlo.

 

—Sally, no iba a dejarte sola en un momento así.

 

—Sí, pero tú también tenías que prepararte para tu propio funeral. Siempre me he sentido mal.

 

—?Siempre te has sentido mal por qué?

 

—Por no ir al de Sheila.

 

—No te preocupes ahora por eso.

 

—No, es que me siento muy mal. No sé, si tú pudiste venir al de mi padre, ?por qué no podía ir yo al de tu mujer al día siguiente?

 

—Ha sido muy duro para ti —dije—. Eres solo una ni?a, la verdad. No te lo tomes a mal. Cuando te haces mayor, estas cosas se llevan mejor. —Intenté hacer un chiste—: Aprendes a estar de multiluto.

 

—Pensaba que la multitarea de la oficina era yo. —Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas—. ?Dáselo a Sally, ella es capaz de hacer cien cosas a la vez.? Supongo que no siempre… —Después de un par de toques más con el pa?uelo, preguntó—: ?Theo está acabado de verdad? ?Le dará alguien alguna vez trabajo por aquí?

 

—No lo sé.

 

—él dice que vas a arruinarlo.

 

Dejé escapar un largo suspiro.

 

—Se ha arruinado él solito.