El accidente

Cogió la pila de cajas de DVD y las lanzó por el césped como si fueran Frisbees. Después cogió una silla de cocina y la estampó varias veces contra la cómoda. Betsy y yo nos apartamos y le dejamos hacer. Cuando hubo terminado, dejó la silla en el suelo, se sentó en ella y agachó la cabeza.

 

—?Tenéis adónde ir? —le pregunté a Betsy.

 

—A casa de mi madre, supongo. En Derby.

 

—?Hay sitio ahí para los dos? —quise saber.

 

—Sí, aunque nos lo va a restregar por la cara.

 

—Si te ofrece un sitio para vivir, trágate el orgullo y acepta —dije.

 

—Supongo que es lo que toca.

 

—Doug —dije. No me miró—. Doug. —Poco a poco levantó la cabeza—. Te echaré una mano para cargar todo esto en la ranchera. Puedes dejarlo en el cobertizo. —Era la peque?a nave de la parte de atrás de las oficinas de Garber Contracting, en la calle Cherry, donde guardábamos todo el equipo—. Seguramente tendremos que hacer un par de viajes.

 

Se levantó despacio, cogió un solo DVD (una película de la serie Predator) y caminó hacia su camioneta como si fuera un condenado a muerte. Abrió la puerta de atrás y lo lanzó dentro.

 

A ese paso, íbamos a tardar un buen rato en cargarlo todo.

 

Metí en una maleta varias prendas de ropa que sobresalían y conseguí cerrarla.

 

—Esto seguramente irá a casa de tu madre, ?verdad? —Betsy asintió—. Pues, entonces, será mejor que lo metas en tu coche.

 

Moviéndose igual de despacio que Doug, cogió la maleta y la lanzó al asiento de atrás de su Infiniti. Ninguno de los dos dijo una sola palabra durante la siguiente media hora, mientras los tres íbamos recogiendo sus pertenencias del césped y las íbamos cargando en la ranchera o en el coche. La cómoda y las mesitas bajas no cabían en ningún sitio, así que Doug dijo que volvería por ellas después.

 

—?Te vas a la oficina? —me preguntó.

 

—No —dije—. Antes tengo que hacer otra parada.

 

 

 

 

 

Capítulo 36

 

 

Encontrar la casa de Ward resultó facilísimo. En esa parte de Milford hay muchos edificios viejos y pintorescos, de esos típicamente costeros, construcciones que comparten la clase de detalles arquitectónicos que uno esperaría encontrar en los hogares de la peque?a isla de Martha’s Vineyard o en otras peque?as localidades del cabo Cod. Sheila y yo solíamos hablar de trasladarnos a ese barrio, unas cuantas calles más allá de la nuestra, pero daba igual si te trasladabas una calle más allá o si te ibas a la otra punta del país: la cantidad de cajas que había que mover era siempre la misma.

 

En cualquier caso, todo aquello eran conversaciones de otra época.

 

La que tenía delante era una casa de dos pisos, verde, con tejas de madera y molduras labradas y, tal como había supuesto, con un contenedor para cascotes en la entrada. Aparcadas allí enfrente y en un lateral, había tres camionetas. Una de ellas anunciaba en su puerta a un fontanero, otra llevaba el nombre de una empresa contratista, y en la tercera se leía Theo’s Electric. A unos cuantos metros de la parte de atrás de esa ranchera, un trabajador había dispuesto un par de caballetes para improvisar una mesa en la que estaba cortando listones con una sierra circular.

 

—?Qué hay? —dije—. ?Cómo va eso?

 

El hombre asintió con la cabeza y luego leyó el nombre de la puerta de mi furgoneta.

 

—?En qué te puedo ayudar?

 

—Glen Garber —dije—. ?Eres tú el que está al mando?

 

—No, yo soy Pete. Debes de buscar a Hank. Hank Simmons. Está dentro.

 

Conocía a Hank. Con el tiempo, acabas conociendo a todo el que trabaja en lo mismo que tú.

 

—?Y Theo? ?Está por aquí?

 

—Su camioneta está ahí mismo, así que no debe de andar muy lejos.

 

—Gracias. —Di un paso en dirección a él para admirar la sierra circular—. Muy bonita. ?Es de Makita?

 

—Sí.

 

—?Te importa que le eche un vistazo?

 

Agarró bien la sierra y me la pasó. La cogí y sentí el peso en mi mano. Apreté el gatillo un milisegundo para hacerla rugir.

 

—Muy bonita —repetí. Le di un par de tirones al alargador para poder moverme con ella hacia la parte de atrás de la ranchera de Theo.

 

—?Qué estás haciendo?

 

Me acuclillé junto al decorativo saquito color carne que colgaba del parachoques y me coloqué a una distancia segura. Cuando se realizaba una operación tan delicada como esa, era mejor evitar accidentes.

 

—Pero ?qué narices estás haciendo ahí abajo?

 

Retiré la protección que cubría la hoja circular, la sostuve con una mano y luego apreté el gatillo con el dedo índice. La sierra volvió a la vida con un rugido. Cuidadosamente, descansando el codo en lo alto de la rodilla como punto de apoyo, seccioné la decoración del parachoques de Theo desde bien arriba. Cuando las pelotas cayeron al suelo, solté el gatillo.

 

Dejé que la protección volviera a su sitio y, cuando la sierra dejó de chirriar, se la devolví a Pete.

 

—Una buena máquina —dije—. Gracias.

 

—?Te has vuelto loco? —gritó—. ?Estás tarado?

 

Doblándome por la cintura como si fuese a recoger una pelota de golf, cogí los falsos testículos y, lanzándolos un momento hacia arriba, los sopesé un par de veces en mi mano.

 

—?Dices que Theo está dentro?