—Me… me han cancelado la visita.
—?Qué estás haciendo en la escalera? Parece que hayas estado llorando.
—Estoy… bien.
—?Estás segura? —preguntó George, buscando algo en el interior de su traje y sacando un sobre marrón—. ?Es posible que tenga algo que ver con que no hayas encontrado esto?
Belinda se recuperó al instante. Enseguida reconoció el sobre. Por su grosor y por la letra de lo que llevaba escrito: la suya.
—Dame eso.
Fue a arrebatárselo, pero él lo apartó y volvió a guardarlo dentro de su chaqueta.
—He dicho que me lo des —repitió Belinda.
George sacudió la cabeza con tristeza, como si su mujer fuese una ni?a que acababa de llegar a casa con un suspenso.
—O sea, que sí era esto lo que esperabas encontrar —dijo.
—Sí.
—Aquí dentro hay sesenta y dos mil dólares. Los he contado. Alguien lo ha dejado en el buzón. ?Sabías que iban a dejarnos esto?
—Son negocios. Es un pago a cuenta para una propiedad que queda en East Broadway.
—?Qué es este número de teléfono que hay aquí? ?Quién hace un pago a cuenta en metálico y ni siquiera espera que le den un recibo como es debido? Además, ?es pura coincidencia que viera la camioneta de Glen Garber alejándose de la casa cuando yo llegaba con el coche? ?Ha sido Glen el que te ha traído un anticipo para una propiedad? ?Te importaría que se lo preguntara?
—No te metas en mis asuntos, George. Ya has hecho suficiente obligándome a hablar de Sheila con esos abogados. ?Sabes cuánto da?o le ha hecho eso a Glen? ?Tienes alguna idea de cómo puede acabar ese asunto? Podría dejarlo en la ruina. En la bancarrota más absoluta.
George se quedó como si nada.
—La gente tiene que aceptar sus responsabilidades, Belinda. Tiene que responsabilizarse mínimamente. Si Glen no estaba al corriente de los problemas que tenía Sheila, cuando sí debería haberlo estado, entonces tendrá que pagar un precio por ello. Y dejar sobres llenos de dinero, como este, por la ranura del buzón es algo que no se corresponde con esa actitud responsable. ?No te das cuenta de los riesgos a los que nos expone esto? ?Tener tal cantidad de dinero en metálico en la casa?
Me doy cuenta, sí. Quería matarlo. Había soportado aquello durante a?os. Trece a?os de aquella mojigatería de mierda. El muy imbécil no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. No tenía ni idea de lo hundida que estaba, y ni siquiera se imaginaba que ese dinero, ese sobre lleno de efectivo, pudiera ser su billete para salir de todo aquello.
—Lo que voy a hacer —siguió diciendo George— es guardar este dinero en algún sitio seguro y, cuando puedas demostrarme a qué responde exactamente y asegurarme de que se va a entregar de una forma responsable, solo entonces estaré encantado de devolvértelo.
—George, no. ?No puedes hacerme esto!
Pero él ya había dado media vuelta y se iba directo hacia su estudio de la planta baja. Cuando Belinda logró alcanzarlo, ya estaba allí dentro, retirando el retrato con bisagras del hijo de puta envarado de su padre, igual de mojigato y sentencioso que George (y muerto, gracias a Dios), para abrir la caja fuerte de la pared.
—Necesito ese dinero —suplicó Belinda.
—Bueno, pues será mejor que me expliques de dónde ha salido y para qué es. —George giró la ruedecilla del cerrojo y la abrió en unos segundos. Lanzó el sobre dentro, cerró la puerta y volvió a girar la rueda—. Espero que no tenga nada que ver con esos complementos de se?ora ilegítimos que solía vender Ann. Esas fiestas repugnantes.
Belinda lo fulminó con la mirada.
—Ya sabes lo que pienso acerca de los que violan las marcas y los copyrights. Vender bolsos que no son lo que fingen ser, que no son auténticos, no está bien. Y la verdad es que ni siquiera sé por qué querría una mujer un bolso en el que pone ?Fendi? o cualquier otra cosa, cuando en realidad no es así. ?Sabes por qué? Porque ella siempre lo sabría. ?Qué aliciente puede tener llevar por ahí algo que sabes que es falso?
Belinda miró el emparrado con el que George intentaba ocultar su calva.
—Por ejemplo —prosiguió su marido—, si yo pudiera conseguir un coche que pareciera un Ferrari por solo una peque?a parte de lo que cuesta, pero que por dentro fuese un Ford…, bueno, pues no es el coche que yo querría.
George en un Ferrari, pensó Belinda. Se lo imaginaba tanto como a un burro pilotando un avión.
—?Qué te pasa? —le preguntó—. Siempre has sido un capullo moralista y pretencioso, pero desde hace unos días ocurre algo más. Te vas a dormir al sofá con la excusa de que te encuentras mal, pero no estás resfriado ni nada parecido, y casi te dio un ataque cuando intenté meterme contigo en la ducha y…
—Tú no eres la única que sufre estrés.
—Pues con esto me estás dando más motivos todavía. Tienes que devolverme ese dinero.
—Depende de ti. Cuéntame qué sucede.