El accidente

—?Puedo darle algo? —preguntó Kelly.

 

—No bajes la ventanilla. —Los ojos de la mujer parecían muertos, no esperaba que yo le diera nada. De cada cien coches que se detenían en ese semáforo, ?cuántos le ofrecían algo? ?Dos? ?Uno? ?Ninguno? ?Qué la había llevado hasta ese punto? ?Había sido su vida siempre así? ?O en algún momento había sido como la nuestra? Una casa, una familia, un trabajo normal. Un marido, quizá. Hijos. Y, si había conocido una vida así, ?qué acontecimiento provocó la caída? ?Perdió el trabajo? ?Lo perdió su marido? ?Se les estropeó el coche y, como no tenían dinero para arreglarlo, no pudo seguir yendo a trabajar? ?Se retrasaron en el pago de la hipoteca y perdieron la casa? Y, al perderla, ?su situación fue tan desesperada que ya no pudieron recuperarse? ?Era así como había llegado a ese punto? ?A estar en una salida de autopista, mendigando ayuda?

 

?No podía cualquiera de nosotros acabar así si una parte de nuestra vida empezaba a ir estrepitosamente mal y entonces todo lo demás empezaba a caer como fichas de dominó?

 

Me saqué un billete de cinco dólares del bolsillo y bajé la ventanilla. La mujer se acercó a la parte delantera del coche, cogió el billete de mi mano sin decir nada y luego regresó a su posición.

 

—Con cinco dólares no se puede comprar nada —dijo Kelly.

 

—Dime qué está pasando. —Estábamos en la gigantesca cocina de Fiona, con sus claraboyas, sus encimeras de mármol y sus electrodomésticos de marca Sub-Zero, mientras Kelly y Marcus charlaban en el salón.

 

Le conté la verdad acerca de la bala que había reventado la ventana de Kelly.

 

—Entre eso y Darren Slocum, que no deja de acosar a Kelly, me ha parecido que lo mejor era sacarla de la ciudad. Llévala a hacer algo divertido, solo te pido eso.

 

—?Dios mío, Glen, esto es horrible! Y ?por qué está acosando a Kelly el marido de Ann?

 

Me sonó el móvil. La verdad es que no quería contestar a ninguna llamada en ese momento, pero al mismo tiempo, con la que estaba cayendo, necesitaba saber quién intentaba localizarme.

 

—Espera un segundo —le dije a Fiona. Saqué el teléfono y consulté el identificador de llamadas. Era un número sin nombre, pero me pareció que era el número del parque de bomberos de Milford. Seguramente era Alfie, devolviéndome la llamada. Dejé que saltara el contestador.

 

—Es por esa conversación que Kelly oyó sin querer. La que Ann tuvo por teléfono. Slocum cree que, si consigue que Kelly recuerde algo de ella, le ayudará a saber con quién estuvo hablando esa noche.

 

—?Tú crees que la ni?a lo sabe?

 

—Creo que no. No oyó tanto. Ese tipo se agarra a un clavo ardiendo. Está desesperado. —Me detuve—. Y la verdad es que lo entiendo, así es más o menos como me he sentido yo.

 

Dejé de hablar porque Marcus y mi hija entraron en la cocina.

 

—Nos vamos a comprar helado —dijo Kelly alegremente—. No para comérnoslo allí, sino para traerlo a casa. Y vamos a comprar también sirope de chocolate y sirope de caramelo y sirope de malvavisco.

 

—Cuidaremos bien de ella —dijo Marcus.

 

Quise darle un abrazo a Kelly antes de que se marchara hacia la puerta, y la estreché tanto rato que al final tuvo que zafarse de mí.

 

De nuevo en la autopista hacia Connecticut, en dirección este, comprobé mis mensajes.

 

?Hola, Glen, soy Alfie, de los bomberos de Milford. Oye, esa empleada tuya, Sally, me ha llamado y, qué casualidad, porque yo también pensaba hacerte una llamada hoy mismo. Habíamos enviado a analizar esas piezas del incendio y ayer por la tarde nos remitieron el informe, ya era un poco tarde para llamarte, pero sí, es lo que tú dices, tienes razón. Esas piezas no valían ni para aguantar una linterna encendida. Eran basura. Una basura barata de imitación. Te puede caer encima un camión de estiércol entero, amigo.?

 

Marqué su número.

 

—Siento la mierda de noticia —dijo Alfie.

 

—Dame los detalles.

 

—Enviamos a analizar los fragmentos y las piezas que quedaron de ese cuadro de distribución eléctrico, y eran una porquería. El hilo era tan fino que en cuanto le aplicabas corriente se fundía y desaparecía. Cada vez se ven más piezas de esas. No me refiero a nosotros, aquí en Milford, aunque ese material circula también por la ciudad. Me refiero a todo el país; cada vez es peor. Muchos de los materiales que se utilizan para construcciones nuevas, tío, yo no los instalaría ni en la caseta del perro. Oye, Glen, tengo que enviar esto a la aseguradora, ya lo sabes.

 

—Sí, lo sé.

 

—Y en cuanto descubran que en la casa había material que no cumplía con la normativa, no van a querer pagar. De hecho, puede que te cancelen completamente la póliza. Pensarán que, si has instalado esa clase de mierda en una casa, es muy probable que la estés instalando en todas las que construyes.

 

—Yo no compré esa porquería, Alfie.