El accidente

—La bala que atravesó la ventana de la habitación de su hija anoche… ?también te parece un peque?o malentendido?

 

—?Joder! ?Crees que yo he tenido algo que ver con eso?

 

—Quien fuera que disparó contra la casa puede que no pretendiera darle a la ni?a, pero está claro que sí quería hacer llegar un mensaje. ?Querías enviarle un mensaje a Glen Garber por haberte tumbado?

 

—Maldita sea, Rona, tienes que creerme, yo no tuve absolutamente nada que ver con eso.

 

—Convénceme. Dime por qué te clavó ese derechazo en la funeraria.

 

—Supongo que crees que ya conoces la respuesta.

 

Ella sonrió sin ganas.

 

—Estabas hablando con Kelly Garber, sin el permiso de su padre. Aunque él te había advertido que no lo hicieras. ?Qué tal te suena eso? —Al ver que Slocum no decía nada, prosiguió—: Ya habías intentado hablar con ella antes, y su padre no te había dejado, o ella no estaba en casa en ese momento. ?Voy bien?

 

—Oh, de maravilla. Estoy impresionado.

 

—Y la razón por la que estabas tan desesperado por hablar con ella es que la ni?a estaba escondida en el armario de tu dormitorio cuando Ann entró allí para hablar por teléfono. Tuvo una conversación de la que prefirió no decirte nada. Esa fue la llamada que la hizo salir, no la de Belinda. Kelly Garber estaba en ese armario mientras tu mujer hablaba con esa persona, y tú quieres enterarte como sea de qué es lo que oyó. —Extendió las manos como si hubiese terminado su actuación—. ?Qué tal?

 

Slocum puso las palmas de las manos sobre la encimera y la empujó con fuerza, como si estuviera intentando que su cocina no se marchara flotando.

 

—Yo no oí esa llamada, y tampoco oí a Ann hablando con esa persona. Esa es la verdad, te lo juro.

 

—Pero sabes que la llamada existió. Sabes que Ann habló por teléfono, y sabes que la ni?a de Garber estaba allí. —Slocum no dijo nada, así que ella siguió hablando, como antes—: Eso es lo que no me cuadra, Darren. En primer lugar, tú eres policía, así que te han entrenado para detectar cosas que no encajan, pero no pareces sentir demasiada curiosidad por las circunstancias que rodearon la muerte de tu mujer.

 

—Eso no es verdad —dijo él, lanzándole un dedo acusador—. Si estás segura de que la muerte de Ann no fue un accidente, quiero saber qué es lo que sabes.

 

—El caso es que empiezo a tener la sensación de que en realidad no quieres saberlo —contestó ella—. Si fuera yo, y alguien a quien conozco hubiera muerto de esa forma, tendría un sinfín de preguntas, pero tú no tienes ninguna.

 

—Eso son chorradas.

 

—Y solo se me ocurren dos, puede que tres razones que puedan explicar eso. Que tú tuviste algo que ver con ello, o que sabes quién lo hizo y quieres ajustar las cuentas por tus propios medios. O…, y esta última posibilidad no la tengo muy definida todavía…, no quieres que nosotros metamos mucho las narices en esto porque vamos a abrir una lata de gusanos que preferirías que siguiera cerrada.

 

—Eres de lo que no hay —dijo—. Ir en contra de tu propio departamento. ?Acaso te pone? Ya sabes lo que dicen de ti los agentes, ?no? ?Sobre cómo llegaste a detective? ?Que fue la gilipollez esa de la igualdad de oportunidades con que intentan compensar la falta de mujeres negras detectives en el departamento?

 

Wedmore ni siquiera pesta?eó.

 

—?Tienes a alguien que pueda dar fe de dónde has estado toda la noche?

 

—?Qué? ?Lo dices en serio? He estado aquí, con Emily.

 

—O sea que, si le pregunto ahora, ?podría decirme que no saliste ni cinco minutos de la casa? ?Es que no ha dormido?

 

—No pienso dejar que molestes a mi hija en un momento como este…

 

—O sea, que me estás diciendo que no puedo confirmar si has estado aquí o no.

 

El rostro de Slocum empezó a congestionarse de ira.

 

—Esta conversación ha terminado.

 

Wedmore no dijo nada.

 

—Desprecias a los tipos que aún llevamos uniforme. Crees que porque te han nombrado detective eres un lince, mientras que el resto de nosotros no somos más que una panda de tarugos.

 

—Una cosa más —dijo Wedmore—. He hecho algunas llamadas. Vas a recibir dinero.

 

—?Cómo dices?

 

—El seguro de vida de tu mujer. Se lo hizo hace apenas unas semanas. ?Cuánto te van a pagar? ?Un par de cientos de miles?

 

—Qué mujer. Tienes una sangre fría…

 

—?Tengo razón, Darren?

 

—Sí, vale, resulta que Ann y yo nos hicimos un seguro de vida. Calculamos que teníamos suficientes ingresos mensuales como para poder permitirnos las cuotas. Queríamos asegurarnos de que Emily estaría bien si a nosotros nos sucedía algo.

 

La mirada de Wedmore decía que no se lo tragaba.

 

—Ya habías estado casado antes, ?verdad?

 

Slocum cerró los pu?os con fuerza, y esta vez su cara se puso roja del todo.

 

—Sí —masculló—. Lo estuve.

 

—?También recibiste dinero por la póliza de tu primera mujer?