—Tal como dices, estamos los dos bastante afectados.
—?Quién haría algo así? ?Disparar contra una ventana? ?Sabes qué creo? Seguro que no fueron más que unos críos haciendo el gamberro. Unos críos muy estúpidos, ?sabes? Oye, ?te apetece un café? Acabo de poner una cafetera y estaré encantada de traerte una taza.
Dije que no con la cabeza.
—Tengo varias cosas que hacer, Joan. Y los ni?os estarán a punto de llegar.
—?Y si…? Y ya me doy cuenta de que es un gran ?si?… Pero ?y si te traigo un café cuando el se?or Bain venga a dejar a Carlson? ?Te parecería mal que hiciera eso? Es que ese hombre todavía me tiene algo preocupada, y cuanto más a la idea se haga de que tengo a alguien cercano que se preocupa por mí (y no digo que sea eso lo que tienes que hacer, porque lo último que querría es imponerte nada), menos intentará presionarme con eso de si he oído a su hijo decir que su madre se cayó por la escalera. Ya sabes a qué me refiero. A lo mejor, si estás por aquí fuera cuando venga él, delante del garaje por ejemplo, podrías acercarte un poco y decir algo como: ?Oye, ?dónde está ese café que me habías prometido??.
Suspiré. Al margen de lo ocurrido la noche anterior, estaba agotado.
—Claro —dije.
Vi llegar el Explorer rojo quince minutos después. Carl Bain, vestido con el mismo traje que le había visto el otro día, rodeó el vehículo y abrió la puerta de atrás para liberar a su hijo del cinturón de seguridad. Me dispuse a acercarme mirando al césped, como si no me hubiera fijado en él.
Cuando los dos nos acercamos a la puerta, levanté la mirada y dije: —Ah, hola. Buenos días.
—Buenos días —respondió. Su hijo no dijo nada.
—Es que, hummm… Joan me ha dicho que podía pasarme a tomar un café si me apetecía. —Me sentí como un completo imbécil. ?Cómo me había dejado enga?ar para hacer aquel teatro?
La puerta se abrió de golpe y Joan apareció sonriendo, con una taza en la mano.
—Vaya, pero si son los tres hombres más fuertes y guapos que conozco. ?Buenos días, Carlson! ?Qué tal estás?
El ni?o se mantuvo en silencio mientras entraba en la casa. Joan me dio el café.
—Ahí tienes, vecino. ?Qué tal, Carl?
El hombre se encogió de hombros.
—Nos vemos a eso de las seis.
—Muy bien. Bueno, chicos, que tengáis un día fantástico. —Dicho eso, Joan nos cerró la puerta a los dos. Me quedé allí de pie, con un ridículo café en las manos, mientras Bain volvía a su Explorer.
Nunca más, pensé. No me dejaré convencer para hacer algo así nunca más.
—Eh —dije—. Espere.
Bain se detuvo y se volvió.
—?Sí?
—Esto me resulta… muy raro. Joan, la se?ora Mueller, ha estado un poco nerviosa últimamente.
Al instante pareció preocupado.
—?Se encuentra bien? No va a dejar lo de los ni?os, ?verdad? He tardado mucho en encontrar a alguien, y Carlson está muy contento aquí y…
—No, no es nada de eso. Ella… tiene la impresión de que a lo mejor estás preocupado por algo relacionado con tu mujer. Yo no sé nada de ti, Carl, y no sé lo que sucede en tu casa, pero tienes que saber que la se?ora Mueller nunca ha hecho ninguna llamada a nadie acerca de…
—?Adónde narices quieres ir a parar? ?Qué pasa con mi mujer?
Me había arrepentido de acceder al numerito de Joan con el café, y me arrepentí al instante de haber empezado esa conversación.
—Lo único que digo es que, si hay algún problema entre tu mujer y tú, si alguien ha ido a veros por algún rumor, espero que busquéis la ayuda que necesitáis, pero tienes que saber que Joan…
—No sé de qué co?o va esto, amigo, pero si sabes algo de mi mujer, y dónde puedo encontrarla, me encantará saberlo. Si no, métete en tus asuntos.
Me quedé estupefacto.
—?Que dónde puedo encontrarla?
—Christie se marchó poco después de que Carlson naciera —dijo con amargura—. Nos abandonó a los dos. No he visto a esa mujer desde hace casi cuatro a?os. Carlson no la ve desde que tenía cuatro meses. No la reconocería aunque tuviera su propio programa en el Disney Channel.
Capítulo 30
Podría haber vuelto atrás, llamar a la puerta de Joan Mueller y preguntarle qué narices pasaba, por qué estaba jugando así conmigo o si es que simplemente se había vuelto loca, pero tenía un plan mejor. Alejarme de ella todo lo posible.
Mientras Kelly desayunaba sus cereales, le dije: —Cuando vuelvas de estar con tu abuela, ya no irás a casa de la se?ora Mueller después del cole.
—?Por qué no?
—Tiene demasiados ni?os que cuidar. —Y no estaba muy seguro de que pudiera estar al cargo de ellos, pero en esos momentos tenía mis propios problemas—. Nos apuntaremos a alguna actividad extraescolar o algo así.
—Eso, si es que vuelvo al cole —me recordó Kelly.
Llamé a Sally Diehl a la oficina.
—No sé cuándo podré llegar —avisé—. Voy a llevar a Kelly a casa de sus abuelos.