El accidente

—?Qué bien! —repuso ella—. Se va a saltar un día de clase.

 

—Va a estar fuera una temporada —dije—. Un cambio de aires. Quiero que llames a Alfie al parque de bomberos. —Alfred Scranton, Alfie, era el subdirector y el hombre clave en las investigaciones.

 

—Claro —dijo Sally—. ?Ha pasado algo?

 

—Ayer estuve hablando con alguien sobre componentes eléctricos falsos. Material chino o por el estilo, que parece bueno, pero que no es más que mierda.

 

—Papáaa… —me ri?ó Kelly.

 

—?Es por lo del incendio? —preguntó Sally. Un tema algo sensible para ella, teniendo en cuenta que Theo había instalado el cableado de la casa que había ardido. Pero no tenía forma de ocultárselo. Trabajaba en la oficina y todo terminaba pasando por su mesa tarde o temprano.

 

—Sí —dije—. Quiero saber si inspeccionaron bien las piezas que sacaron de ese cuadro de distribución. Quiero saber si eran auténticas.

 

—Venga, Glen. Theo no instalaría algo así en una de tus casas.

 

—Sally, tú haz esa llamada, ?vale?

 

—Entendido —respondió, aunque no sonaba contenta—. No le habrás cogido manía, ?verdad?

 

—?Desde cuándo me conoces, Sally?

 

—Vale, lo retiro. Haré la llamada. —Para cambiar de tema, dijo—: Bueno, y ?qué pasa con Kelly? ?Está bien? ?La vas a sacar del colegio?

 

Kelly se levantó, aclaró el cuenco de los cereales en el fregadero y salió de la cocina.

 

—La verdad es que anoche pasó algo bastante grave —dije.

 

—?Qué?

 

—Alguien disparó contra la casa.

 

—?Qué? Dios mío, Glen, ?cómo fue?

 

Se lo expliqué.

 

—No me lo puedo creer. ?Kelly está bien?

 

—Sí, está genial, teniendo en cuenta lo ocurrido. Primero se muere su madre, luego la madre de su amiga, y ahora esto. Necesita descansar de Milford. O sea, que dile a Doug que hoy él es el jefe. Para cualquier problema, llamadme al móvil.

 

Sally prometió estar en contacto y me dijo que le diera un abrazo a Kelly de su parte.

 

Mi hija estaba ya al pie de la escalera con su bolsa de viaje.

 

—Sally dice que hola —dije.

 

—?Puedes meter esto en la furgoneta? —me pidió—. Quiero comprobar que no me olvido nada.

 

Eso me recordó que tenía que llamar al colegio para decirles que Kelly no iba a ir hasta dentro de unos días. Ya se había perdido la primera clase de ese día, y era muy probable que nos llamaran de un momento a otro, porque yo no había avisado de su ausencia. Llamé a la secretaría, dejé un mensaje en el contestador.

 

Cogí la maleta de Kelly, salí por la puerta y me dirigí a la parte trasera de la furgoneta. Abrí la puerta y cogí un listón de casi un metro que había allí tirado. Como en el garaje guardaba una colección de trozos sueltos de material diverso, pensé que aquel trozo de madera era una buena adquisición.

 

Volvía ya a la casa cuando un Chrysler 300 negro se detuvo al final del camino de entrada. No conocía el coche, pero, en cuanto el conductor bajó, supe quién era aunque no nos habíamos visto antes.

 

Entré en el vestíbulo dejando la puerta entreabierta.

 

—?Kelly!

 

Apareció en lo alto de la escalera.

 

—?Sí?

 

—Escúchame bien. Voy a salir aquí fuera a hablar con un hombre. Cierra la puerta con llave cuando salga. Mira por la ventana. Si pasa algo, llama a emergencias.

 

—?Qué está…?

 

—?Lo has entendido?

 

—Sí.

 

Di media vuelta y ella bajó la escalera corriendo. Una vez fuera, esperé a oír el ruido de la cerradura detrás de mí.

 

Todavía llevaba el listón en la mano.

 

El conductor, un hombre alto y de pelo oscuro, con cazadora de cuero, pantalones negros y zapatos bien pulidos, rodeó el capó del Chrysler y se apoyó en la puerta del acompa?ante. Llevaba gafas de sol y no se molestó en quitárselas.

 

—?Puedo ayudarle en algo?

 

Levantó la mirada hacia la ventana del primer piso, que yo había cubierto con una lámina de contrachapado.

 

—?Alguien le ha roto la ventana de un pelotazo, se?or Garber?

 

—No deje ahí su coche, tengo que salir.

 

—No tardaré mucho. Solo he venido a recoger algo. —Cruzó los brazos sobre el pecho. Miró al listón que llevaba en las manos y decidió que no merecía su atención.

 

—?A recoger qué? —pregunté. Al cruzar los brazos se le habían subido las mangas, y vi en su mu?eca un reloj caro.

 

—Un paquete que su mujer tenía que haber entregado de parte de una amiga suya. Belinda Morton.

 

—Mi mujer está muerta.

 

Asintió con la cabeza.

 

—Da la casualidad de que murió el mismo día en que se suponía que debía realizar la entrega.

 

—No sé de qué me está hablando. —Pero no hacía más que pensar en el sobre, el que Belinda le había dado a Sheila.

 

Se frotó la barbilla con la mano derecha, como si estuviera rumiando qué hacer conmigo. Con ese gesto, la manga se le subió un poco más y dejó ver un tatuaje. Un elaborado dibujo de una cadena le rodeaba la mu?eca.

 

—?Está mirando mi Rolex? —preguntó.

 

—?Falso?

 

Asintió, impresionado.

 

—Tiene buen ojo.