—No —dije—, pero me gustaría que se quedara contigo. Al menos durante unos días.
—?Por qué? Vamos, que me encanta tenerla aquí, pero ?por qué?
—Kelly tiene que salir de Milford una temporada. Sin ir al colegio, sin nada de qué preocuparse. Es que lo ha pasado muy mal y puede que sea justo lo que necesita.
—Y ?no se retrasará con sus estudios? —preguntó—. ?En ese colegio en el que la llaman ?Borracha??
—Fiona, necesito saber si puedes ayudarme con esto.
—Deja que hable con Marcus y te llamo por la ma?ana.
—Necesito una respuesta ahora. Sí o no.
—Glen, ?a qué viene esto?
Hice una pausa. Quería a Kelly fuera de la ciudad, en algún lugar donde a Darren o a cualquier otro les costara más dar con ella. Sabía que la casa de Fiona tenía un sistema de seguridad muy completo, que disponía de línea directa con la policía, y que Fiona lo tenía siempre activado.
—En casa no está segura —dije.
Se produjo una pausa aún más larga al otro lado de la línea. Al final, Fiona dijo: —Está bien.
Subí arriba y le pedí a Kelly que viniera a mi habitación, donde no pudieran oírnos los policías que aún rondaban por la casa. La senté en la cama, a mi lado.
—He tomado una decisión y espero que a ti te parezca bien —dije.
—?El qué?
—Voy a llevarte con tus abuelos por la ma?ana.
—?Voy a ir al colegio allí?
—No. Serán como unas vacaciones.
—?Unas vacaciones? ?Adónde?
—No sé si te llevarán a algún sitio, aunque supongo que eso también estaría bien —dije.
—No quiero separarme de ti.
—Yo tampoco. Pero aquí no estás segura y, hasta que no pueda garantizar tu seguridad, es mejor que te quedes en algún otro sitio. En casa de Fiona y Marcus estarás bien.
Lo pensó un momento.
—Me gustaría ir a Londres. ?O a Disney World?
—Me parece que no deberías hacerte muchas ilusiones con eso.
Asintió con la cabeza y luego reflexionó un instante.
—Si yo no estoy segura en casa, tú tampoco. ?También tú te irás de vacaciones? ?No podemos irnos los dos?
—Yo voy a quedarme aquí, pero no me pasará nada malo. Tendré mucho cuidado. Voy a descubrir qué está pasando.
Me rodeó con sus brazos.
—Mi cama está llena de cristales —dijo.
—Esta noche duermes en la mía.
Cuando la policía se marchó, Kelly se puso el pijama y se metió bajo las sábanas de mi cama. Se durmió enseguida, lo cual me sorprendió, teniendo en cuenta los acontecimientos de la noche. Supuse que su organismo se lo estaba pidiendo a gritos; necesitaba recargar las pilas para poder enfrentarse a todas esas cosas tan desconcertantes que le estaban ocurriendo.
Mi organismo no funcionaba de la misma manera, no después de que alguien hubiera disparado contra la casa. Sentía la necesidad de hacer patrullas de reconocimiento por todos los pisos. Apagué todas las luces excepto la de la cocina y un piloto nocturno que había en el pasillo, frente a mi habitación. Miré a ver cómo estaba Kelly, bajé al piso de abajo, eché un vistazo a la calle, volví a subir, volví a mirar cómo estaba Kelly.
En algún momento, a eso de las tres, empecé a sentirme bastante cansado. Subí a mi habitación y me acosté en la cama por encima de la colcha, al lado de mi hija.
La escuché respirar. Inspiraba y espiraba, inspiraba y espiraba. Con serenidad. Era el único sonido tranquilizador que había oído en mucho tiempo.
Mi intención era mantenerme despierto, montando guardia, pero al final el sue?o me venció. Mis ojos, sin embargo, se abrieron de pronto con la brusquedad de una puerta de parque de bomberos. Consulté el reloj y vi que eran las cinco y pocos minutos. Me levanté para hacer otra ronda de reconocimiento y decidí que ya no tenía sentido volver a la cama.
Hice algunas cosas por la casa, me ocupé por internet de un par de facturas que había olvidado pagar en la fecha indicada, anoté que estábamos a punto de quedarnos sin zumo de naranja y cereales.
También era el día en que pasaban a recoger la basura. Reuní toda la que había por la casa, incluidas las esposas que Kelly había cogido de casa de los Slocum y que yo había guardado en el cajón de mi mesita de noche. Las tiré a una de las bolsas, saqué a la calle dos cubos grandes, y a eso de las siete el camión ya había pasado y se lo había llevado todo.
Poco después abrí la puerta del garaje y me puse a hacer algo de limpieza cuando, de repente, me di cuenta de que había alguien junto a la parte delantera de la furgoneta. Me sobresalté.
—Buenos días —dijo Joan Mueller—. Hoy has madrugado mucho. La mayoría de los días no te veo salir hasta casi las ocho. Supongo que todo esto te ha afectado bastante.
—Sí —dije.
—?Te ha dicho la policía que vi un coche?
—Sí, me lo han dicho. Gracias por ayudar.
—Bueno, no sé si he sido de gran ayuda. No vi demasiado. Ni la matrícula ni nada de eso. ?Qué tal está Kelly?