—La verdad es que no. Pero esa es su especialidad, ?no?
Me miró con curiosidad, pero no dijo nada.
—Usted es Sommer —dije—. Al menos, ese es uno de los nombres que utiliza. Está metido en el negocio de las falsificaciones.
Eso le llamó la atención. Vi que sus ojos parpadeaban detrás de las gafas oscuras.
—El se?or Twain le ha hablado de mí. —No fue una pregunta. Me dio la sensación de que era su forma de hacerme saber que me había estado vigilando, o a Twain, o a los dos.
—?Por qué le llamó mi mujer el día en que murió? —pregunté.
Apartó su cuerpo del coche, cerró y abrió las manos. Yo apreté las mías con más fuerza alrededor del listón.
—Me dejó un mensaje diciéndome que no llegaría —explicó—. ?Por qué cree que me dijo eso?
—No lo sé.
—Yo tengo la teoría de que cambió de opinión. O que alguien le hizo cambiar de opinión. A lo mejor, usted tuvo algo que ver en ello.
—Ahí se equivoca.
Sommer sonrió.
—Mire, se?or Garber, no nos jodamos el uno al otro. Yo ya sé cómo es esto. últimamente han tenido problemas económicos. Su mujer de repente se encuentra con un buen fajo de dinero en las manos. Usted piensa: ?Eh, oye, eso podría solucionarnos unos cuantos problemas?. ?Me sigue?
—No muy bien.
Algo le llamó la atención.
—?Esa vecina suya siempre mira todo lo que pasa aquí fuera?
—Vigilancia vecinal —dije.
La mirada de Sommer se había desplazado de la casa de Joan Mueller a la mía.
—Parece que todo el mundo nos está vigilando —comentó—. Esa debe de ser su hija, la que nos está espiando por la cortina.
Intentando mantener la voz lo más calmada posible y aferrando con fuerza el trozo de madera, respondí: —Si se acerca a mi hija, lo mato de una paliza.
Sommer extendió las manos, como si mi tono lo hubiera dejado perplejo.
—Se?or Garber, ha malinterpretado enteramente mis intenciones. ?Acaso lo he amenazado? ?He amenazado a su hija? Solo soy un hombre de negocios que desea finalizar una transacción. Y aquí está usted, amenazando con atacarme.
Me tomé un momento para pensar cómo quería afrontar la situación.
—Ese dinero, ese paquete, dice usted que Belinda se lo dio a mi mujer para que se lo entregara.
La cabeza de Sommer se movió arriba y abajo apenas un centímetro.
—?Por qué no vuelve a hablar con ella más tarde? —le sugerí—. A lo mejor tiene noticias que darle.
Sommer lo pensó.
—De acuerdo. —Se?aló al listón—. Pero, si no es así, volveré por aquí.
Dio media vuelta, subió al coche y se marchó a toda velocidad. Tanto, que no tuve tiempo de apuntar la matrícula. Unos segundos después, el Chrysler dobló la esquina del final de la calle y desapareció.
—No he llamado a emergencias —me informó Kelly con alegría cuando entré—. Me ha parecido que estabais los dos hablando tranquilamente.
Capítulo 31
Emily Slocum localizó a su padre en el lavabo, afeitándose.
—Papá, hay alguien en la puerta —le dijo en un tono de voz inerte, sin emoción.
—?Qué? Pero si aún no son ni las ocho. ?Quién es?
—Una se?ora —contestó Emily.
—?Qué se?ora?
—Lleva una placa.
Emily entró en la habitación de sus padres para ver la televisión mientras Darren Slocum cogía una toalla y se limpiaba la espuma de afeitar de la cara. Mientras se abotonaba la camisa, miró a su hija. Eso era más o menos lo único que había hecho Emily en los últimos días. Sentarse a ver la televisión, pero sin ver nada en concreto, simplemente con los ojos vidriosos, como si hubiera caído en una especie de trance.
Se abrochó los últimos dos botones y caminó hacia la puerta de entrada. Rona Wedmore estaba de pie en las baldosas que había justo ante el umbral.
—Joder, Rona, ?le has dicho a Emily que eras tú? —Le dio un apretón de manos.
—Sí. Debe de habérsele olvidado —respondió la detective Wedmore.
—Acabo de poner la cafetera. ?Quieres un café?
La mujer dijo que sí y lo siguió hasta la cocina.
—?Qué tal estás?
—No demasiado bien —repuso él, alcanzando un par de tazas—. Estoy preocupado por Emily. No es que esté llorando todo el rato ni nada por el estilo, pero casi preferiría que lo hiciera. Es como si se lo guardase todo dentro. Solo mira con los ojos vacíos.
—Deberías llevarla a que la vea un médico. A lo mejor te aconsejan alguna terapia.
—Sí, a lo mejor. Voy a dejar que se quede en casa toda esta semana. La hermana de Ann está viniendo mucho; me echa una mano. Celebramos el velatorio, gracias por venir, por cierto, y hoy vamos a celebrar un peque?o servicio solo para la familia.
—Tengo que hacerte unas cuantas preguntas más sobre el accidente de Ann, Darren —dijo Wedmore.
—De acuerdo —repuso él—. ?Crema de leche, azúcar?
—Solo —dijo ella, aceptándole la taza—. ?Se te ha ocurrido algo más sobre qué pudo llevar a Ann al puerto a una hora tan avanzada de la noche, sola?