El accidente

—Pues resulta que, en lugar de ponerle una multa a ese tío, Darren empieza a preguntarle por su negocio, de qué va, cómo funciona. Se le ocurre que sería una buena forma de que Ann hiciera entrar algo de dinero en casa, porque fue más o menos por entonces cuando se quedó sin trabajo, y la policía también había empezado a recortar las horas extras. Así que el tipo puso en contacto a Darren con sus proveedores, una gente de Nueva York.

 

—De acuerdo. —Me llevé la mano que tenía libre a la frente. Sentía que se aproximaba un gigantesco dolor de cabeza.

 

—Ann dijo que podíamos ganar muchísimo dinero, y no solo con los bolsos. Dijo que también había relojes, joyas, DVD, materiales de construcción… Ella contaba ya con un par de clientes para algunas de esas cosas, pero resulta que organizar las fiestas de bolsos la tenía ocupada todo el día. A mí no me propuso vender bolsos, porque entonces entraríamos en competencia directa la una con la otra, pero me dijo que si quería hacerme cargo de alguna de las otras mercancías… Y, bueno, el negocio inmobiliario ha estado bastante parado últimamente, así que le dije que vale, que me quedaba con los medicamentos.

 

—Drogas.

 

—Ya te he dicho que no es exactamente eso. No es que haya montado un laboratorio de metanfetamina. Son fármacos legítimos de prescripción médica, los traen del extranjero. La mayoría llega a través de Chinatown… ?Alguna vez has estado en Canal Street?

 

—?Cómo se metió Sheila en esto? ?Cómo es que acabó con todo este dinero? ?Por qué iba a hacer ella la entrega?

 

—Sheila sabía que a ti las cosas te iban mal, Glen. Se había apuntado a ese curso para ayudarte, pero entonces pasó lo del incendio y, como no tenías casi ninguna obra en perspectiva, ella quería poner de su parte. Acababa de entrar en lo de los medicamentos, solo había realizado un par de ventas, lo justo para poder comprarle a Kelly algo de ropa nueva.

 

Ay, Sheila, pensé. No tenías que hacer esto.

 

—El dinero, Belinda.

 

—Ann y Darren. Tenían que hacer un pago. Para eso eran los sesenta y dos mil dólares. A veces se lo llevaba yo. Les gusta que les des el dinero en persona.

 

—?A quiénes?

 

—A los proveedores. No creo que Ann ni Darren se hayan visto nunca cara a cara con ellos, pero teníamos una persona de contacto. No sé exactamente cómo se llama, pero…

 

—?Sommer? ?Un tío alto, pelo negro? ?Zapatos elegantes? ?Rolex falso?

 

—Podría ser él. El caso es que yo iba a Nueva York y, normalmente, me limitaba a dejar el dinero en un buzón o algo así, aunque a veces, cuando Ann venía conmigo, ella se lo entregaba en mano. Resulta que el día antes de que yo tuviera que hacer la entrega, recibí dos o tres llamadas de gente, gente que al día siguiente quería ver unas casas de las que tengo en cartera, así que le pedí el favor a Sheila, ya que parecía interesada y además era el día que de todas formas tenía que salir para ir a su clase, tanto si realizaba la entrega de mi parte como si no.

 

Cerré los ojos con fuerza.

 

—Y ella te dijo que sí. —Sheila siempre decía que sí cuando una amiga le pedía ayuda.

 

—Sí. Así que le di el sobre, con un número de teléfono al que llamar si había algún problema.

 

—Sommer —dije—. Sheila hizo una llamada a ese número. Para decir que le había surgido algo. El dinero nunca salió de la casa. ?Por qué no llegó a hacer la entrega?

 

—No lo sé, te lo juro. ?Glen, ahora me dicen que, si no recupero el dinero pronto, podría pasarme algo! Ya hemos conseguido pagarles una parte. Yo he aumentado al máximo el crédito de mi tarjeta para darles diecisiete mil a Darren y Ann, y ellos han puesto otros ocho mil, lo cual hace un total de veinticinco mil. Pero, aun así, todavía nos faltan treinta y siete mil y, si no pagamos pronto, nos van a cobrar una locura en intereses. Ann me dijo, antes de morir, claro, que se había hecho un seguro de vida, pero podrían pasar meses antes de que paguen algo, y esta gente no está dispuesta a esperar.

 

—A lo mejor deberíais llamar a la policía —dije con frialdad.

 

—?No! No, óyeme, si puedo llevarles el dinero, todo habrá terminado. No queremos que la policía sepa nada. George…, él ni siquiera sabe que he estado haciendo esto. Se pondría como loco si supiera que me he metido en algo así.

 

—Y ?qué co?o pasó? —dije, tanto para mí como para Belinda—. Sheila no fue a Manhattan o, si fue, lo hizo sin el dinero. Tampoco llegó a su clase ni…

 

—Esa clase —dijo Belinda—. Al principio le gustaba mucho, pero ese profesor… Estaba ya bastante harta de él.

 

—?Estás hablando de Allan Butterfield? ?La llamaba mucho por teléfono?

 

—Sí, y no creo que fuera por los deberes. Sheila miraba la pantalla del móvil, veía que era él y no contestaba.

 

Todas esas llamadas perdidas en el teléfono de Sheila. Las que, o no oyó, o decidió no contestar.

 

—A lo mejor por eso no fue a clase —aventuré—. Pero entonces ?adónde fue?

 

—Supongo… Supongo que se iría a algún sitio a beber —sugirió Belinda casi sin voz—. Quiero decir que quizá fue más o menos eso lo que sucedió. Quizá, con todo lo que estaba pasando, se sentía muy estresada y solo necesitaba relajarse un poco, ?sabes? Dios mío, yo misma me siento en esa situación.