No dije nada.
—Glen, lo siento mucho. Siento mucho todo lo que ha ocurrido. Siento mucho haberla metido en todo esto, pero no sabemos si tuvo algo que ver con lo que pasó después. A lo mejor… A lo mejor se asustó. Volvió a pensarse lo de vender esos medicamentos y a lo mejor fue a un bar y…
—Cállate, Belinda. Ya he oído bastante. Qué buena amiga eres. Primero metes a Sheila en esto y luego ayudas a los Wilkinson. Eres la mejor.
—Glen —sollozó—. He contestado a tus preguntas. Te he dicho todo lo que sé. Tengo…, tengo que recuperar el dinero.
—Te lo dejaré en el buzón —dije, y colgué.
Capítulo 33
De camino a la autopista, pasé con la furgoneta por delante de la casa de Belinda. No había nadie a esa hora, así que metí el sobre por la rendija del buzón que había en la puerta y oí cómo caía al otro lado. Por un momento había pensado en ponerle unos sellos y dejar en manos del servicio postal estadounidense que Belinda recuperara su dinero. Estaba lo bastante cabreado con ella como para hacerlo, pero al final se impuso el sentido común.
A lo mejor, teniendo en cuenta mis circunstancias y con una demanda pendiente que podía dejarme en la ruina, tendría que haberme quedado con el dinero y no hacer nada. Cualquier granito de arena ayuda. Pero ese dinero no era mío, y creía a Belinda cuando me decía que Sheila solo iba a entregarlo de su parte. Además, era un dinero manchado de sangre. No lo quería, como tampoco quería ninguna visita más de Sommer.
Ese sobre, en cierta forma, ya había cumplido con su cometido: le había sacado información a Belinda.
Por fin sabía qué se traía Sheila entre manos, cuál había sido su plan para conseguir algo de dinero extra. Fuera lo que fuese aquello en lo que mi mujer se había metido, le venía muy grande. Ella jamás se habría involucrado conscientemente en nada con alguien como Sommer. Seguro que no había llegado a conocerlo. Sheila tenía mucho instinto y, de haber conocido a ese tipo, no habría querido tener nada más que ver con él.
Lo creía con toda mi alma.
Cuanto más sabía del último día de Sheila, más convencido estaba de que no había ido a ninguna parte a ahogar sus penas en alcohol para luego subirse al coche y matar a dos personas, además de a sí misma, por mucho que eso fuera lo que parecía.
Tenía que haber algo más, y me preguntaba quién sabría qué era ese ?más?. ?Sommer? ?Slocum?
La próxima vez que viera a la detective Wedmore, tendría unas cuantas cosas que decirle.
De camino a Darien, Kelly preguntó:
—?Cuánto tiempo voy a tener que estar fuera?
—No mucho, espero.
—?Y el colegio? ?No me van a castigar por saltarme tantas clases?
—Si al final estás fuera más de unos días, le diré a tu profesora que te envíe deberes.
Arrugó la nariz.
—?De qué sirve estar de vacaciones si tienes que hacer deberes?
Esa la dejé pasar.
—Oye, tengo que hablar contigo de una cosa muy seria. —Mi hija me miró detenidamente. Sentí una punzada de culpabilidad. Habíamos tenido tantísimas cosas serias de qué hablar durante las últimas semanas, que ya debía de preguntarse cuántas más quedaban aún—. Tienes que ser muy, muy cuidadosa.
—Siempre soy muy cuidadosa. ?Como cuando cruzo la calle y esas cosas?
—Eso también. Pero no quiero que vayas sola a ningún lado. Quédate siempre con la abuela y con Marcus. Nada de irte por ahí. Nada de coger la bici o…
—Mi bici está en casa.
—Es un decir. Pero no te separes de la abuela y de Marcus. En ningún momento.
—Me parece que no va a ser muy divertido.
Cuando abandonábamos la autopista en dirección a Darien, vinos a una mujer de pie al final de la salida. Debía de tener solo unos treinta y tantos, pero parecía el doble de mayor. Junto a sus pies había una mochila hecha pedazos y una cesta de plástico roja, como las que tienen en los supermercados para cuando vas a comprar poca cosa. Dentro llevaba unas cuantas botellas de agua y lo que parecía medio paquete de pan de molde y un bote de mantequilla de cacahuete.
Sostenía un cartel que decía: NECESITO TRABAJO ROPA.
—Madre de Dios.
—El otro día también estaba —explicó Kelly—. Le pregunté a la abuela si podíamos darle algo de ropa, pero ella dijo que no es responsabilidad nuestra solucionar los problemas de todo el mundo.
Sonaba a frase de Fiona. Aunque no le faltaba razón.
—Es difícil arreglarle la vida a todo el mundo, hija.
—Pero si todo el mundo ayudara solo a una persona, muchísima gente recibiría ayuda. Mamá solía decir eso. La abuela tiene un montón de ropa que no se pone nunca.
—Un par de vestidores llenos —comenté.
Habíamos parado en el semáforo y la mujer me miraba a través del parabrisas.