Sheila jamás habría conducido habiendo bebido tanto como decían que había bebido. En lo más profundo de mi corazón, yo estaba convencido de eso.
?Era posible? ?Era concebible que la muerte de Sheila no fuera lo que aparentaba ser? ?Que, aunque pareciera un accidente, en realidad fuera…?
—?Se?or Garber?
—?Cómo dice?
—?Iba a dejarme ver usted esos bolsos que tenía su mujer? —repitió Arthur Twain.
Lo había olvidado.
—Espere aquí.
Subí al piso de arriba y pasé por delante de la habitación de Kelly, que había dejado la puerta abierta y estaba sentada a su escritorio, delante del ordenador. Entré un momento.
—Hola —dije.
—Hola —contestó sin apartar los ojos de la pantalla—. ?Qué quiere ese hombre?
—Ver algunos bolsos de tu madre.
Me miró de pronto con expresión de alarma.
—?Para qué quiere ver un hombre los bolsos de mamá? ?Es que quiere uno para su mujer? ?No los estarás dando, verdad?
—Claro que no.
—?Los vas a vender? —Su tono era acusador.
—No. Solo quiere verlos. Investiga para descubrir quién fabrica bolsos de marca falsos y luego les cierra el negocio.
—?Por qué?
—Porque la gente que los fabrica está copiando los originales.
—Y ?eso es malo?
—Sí —dije. Allí estaba yo, defendiendo los argumentos de Arthur cuando, un momento antes, había intentado echarlos por tierra—. Es como si tú copiaras a otro ni?o del colegio. No sería correcto.
—O sea que es estafar —dijo Kelly.
—Sí.
—Y ?mamá estafaba porque tenía esos bolsos?
—No, tu madre no estafaba, pero la gente que los fabrica sí.
Kelly se debatía intentando tomar una decisión. Supuse que se trataba de volver a estar de buenas conmigo o no.
—Aún sigo enfadada.
—Lo entiendo.
—Pero ?te puedo ayudar?
—?Con qué?
—Con los bolsos.
Le hice una se?al para que me siguiera al vestidor de Sheila. Había algo así como una docena de bolsos en la estantería que quedaba por encima de las perchas. Yo se los iba pasando a Kelly y ella se los iba colgando de los brazos. Estaba adorable arrastrando todo ese cargamento de bolsos al piso de abajo, al salón, e intentando mantener el equilibrio al mismo tiempo.
—Vaya, mira lo que tenemos aquí —dijo Arthur justo cuando Kelly estuvo a punto de tropezar con él.
Mi hija bajó entonces los brazos y los bolsos cayeron formando dos montones, uno a cada lado de ella.
—Lo siento —dijo—. Pesan mucho.
—Pues eres una ni?a muy fuerte para haberlos bajado todos desde arriba.
—Tengo mucho músculo en los brazos —dijo Kelly. Se lo demostró adoptando una pose de musculitos.
—Caray —exclamó Arthur.
—Puede tocar si quiere —ofreció ella.
—No hace falta —dijo él, guardándose las manos—. Tu madre tenía muchos bolsos.
—Estos no son todos —explicó Kelly—. Solo los que más le gustaban. A veces, si tenía un bolso que no usaba nunca, lo donaba para los pobres.
Arthur me miró y me dedicó una breve sonrisa.
—Estos bolsos de aquí… ?son los que tu madre se compró en los últimos dos a?os?
Yo iba a decir que no estaba seguro, pero Kelly se me adelantó.
—Sí. Este —y cogió uno negro con una enorme flor de cuero, negro también, que llevaba una etiqueta de Valentino— se lo compró cuando fue a Nueva York con su amiga, la se?ora Morton.
Menuda amiga.
—Se nota que no es auténtico —dijo Kelly, abriéndolo— porque no lleva ninguna etiqueta en el interior indicando dónde lo fabricaron, y el forro no es tan agradable, y si se intenta con ganas hasta se puede despegar la etiqueta de fuera.
—Esto se te da muy bien —dijo Arthur.
—Vaya, estoy criando a una aprendiza de detective Nancy Drew.
—Y este se lo ganó después de la fiesta que organizó la madre de Emily en nuestra casa.
Arthur realizó una inspección más detenida.
—Una copia bastante buena de Marc Jacobs.
Kelly asintió, asombrada.
—Mi padre jamás sería capaz de ver algo así. —Y me miró.
—Y este —dijo Twain— es una imitación estupenda de Valentino.
—Caramba —dijo Kelly—. ?Usted debe de ser el único padre del mundo que sabe eso! ?Es usted padre?
—Sí, sí que lo soy. Tengo dos ni?os peque?os. Bueno, ya no tan peque?os.
Kelly levantó uno de los bolsos.
—A mi madre también le gustaba mucho este.
Era un bolso de tela color tabaco con ribetes de piel, una correa fina y cubierto por un mosaico de símbolos con la forma de una ?F?.
—Un Fendi —dijo Arthur, cogiendo el bolso para inspeccionarlo—. Muy bonito.
—?Una buena copia? —pregunté.
—No —dijo—. Este no es una copia. Este es de verdad. Fabricado en Italia.
—?Está seguro? —pregunté.
Arthur asintió con la cabeza.
—Puede que su mujer lo encontrara rebajado, pero si tuviera que comprárselo en la Quinta Avenida le pedirían unos dos mil dólares.