El accidente

Twain parecía nervioso, pero se mantuvo firme.

 

—Se?or Garber, si cree que sabe todo lo que hay que saber sobre dónde se había metido su mujer antes de morir, si no tiene ni una sola pregunta para la que no encuentre respuesta, entonces, bien, me iré.

 

Me preparé para sacarlo a empujones de mi casa.

 

—Pero si tiene alguna duda, alguna pregunta sobre las actividades de su mujer antes de su muerte, entonces puede que valga la pena que escuche lo que tengo que decir, y puede que incluso quiera responderme a un par de preguntas.

 

Todavía tenía la mano en la puerta abierta. Era consciente de cada una de mis respiraciones, de los latidos que sentía en las sienes.

 

Empujé la puerta hasta cerrarla otra vez.

 

—Cinco minutos.

 

Nos apartamos de la entrada y volvimos a sentarnos en el salón.

 

—Déjeme empezar explicándole, exactamente, para quién trabajo —dijo Twain—. Soy detective privado de Stapleton Investigations, con licencia profesional. Nos ha contratado una alianza de grandes conglomerados de la moda para localizar operaciones de tráfico de mercancía de imitación. Bolsos falsos, sobre todo. Conoce usted el negocio de los productos de imitación, supongo.

 

—He oído hablar de ello.

 

—Entonces, deje que vaya directo al grano. —Arthur Twain sacó un sobre de su chaqueta, y de su interior extrajo una hoja de papel doblado. La abrió y me la tendió. Era una impresión de una fotografía—. ?Reconoce a esta persona?

 

Alcancé la fotografía a rega?adientes y la miré. Un hombre alto con el pelo negro, delgado y con aspecto de estar en forma. Una cicatriz le cruzaba el ojo derecho. La fotografía parecía tomada en una calle de Nueva York, aunque también podría haber sido de cualquier gran ciudad.

 

—No —dije, devolviéndole la fotografía—. No lo he visto nunca.

 

—?Está seguro?

 

—Totalmente. ?Alguna cosa más?

 

—?No quiere saber quién es?

 

—La verdad es que no.

 

—Pues debería.

 

—?Por qué?

 

—Su mujer le llamó el día que tuvo el accidente.

 

—?Sheila llamó a ese hombre?

 

—Eso es.

 

Se me secó la boca.

 

—?Quién es?

 

—No lo sabemos exactamente. Se hace llamar Michael Sayer, Matthew Smith, Mark Salazar y Madden Sommer. Creemos que se llama Sommer. La gente para la que trabaja se refiere a él como ?el solucionador?.

 

—?El solucionador?

 

—Soluciona problemas.

 

—Nunca oí hablar a mi mujer de nadie con alguno de esos nombres.

 

—Pues llamó al móvil de Sommer a primera hora de la tarde. —Volvió a buscar algo en el interior de su chaqueta. Era un cuaderno peque?o, un Moleskine. Fue pasando las páginas hasta encontrar lo que buscaba y entonces dijo—: Eso es, aquí está. Justo después de la una. Deje que le lea el número que tengo apuntado.

 

Recitó una serie de dígitos, que, aunque no los había marcado desde hacía varias semanas, me provocaron un vuelco en el corazón.

 

—?Reconoce este número? —preguntó.

 

—Es el móvil de Sheila.

 

—Su mujer llamó a Sommer desde su móvil a la una y dos minutos del día en que murió.

 

—Debió de equivocarse. Pero ?cómo narices se ha enterado usted de todo esto? ?De dónde ha sacado esos listados de llamadas?

 

—Trabajamos en colaboración con varios organismos policiales. Ellos nos han facilitado la información obtenida en sus vigilancias. Este número al que llamó su mujer, por cierto, ya no se corresponde con el móvil que ahora tiene Sommer. Cambia de teléfono al mismo ritmo que yo devoro pastel de queso. —Se dio una palmadita en la barriga.

 

—Vale, o sea, que Sheila llamó a Sommer. ?Quién co?o es ese tipo? No sé, ?a qué se dedica?

 

—El FBI lo relaciona con el crimen organizado.

 

—Esto es ridículo.

 

—No, no lo es —dijo Arthur Twain—. Sommer recibe muchas llamadas de mujeres, y de bastantes hombres también, que ni siquiera sospechan que tenga esos vínculos criminales. Puede que sospechen que es un personaje un poco turbio, pero se tapan los ojos… Simplemente creen que es un hombre de negocios, un representante de una empresa que importa artículos que a ellos les interesa vender.

 

—?Qué artículos? Cuando ha entrado me ha hablado de bolsos. ?Ese tipo vende bolsos?

 

—Entre otras cosas.

 

—Parece más bien alguien al que acudir en busca de armas o drogas.

 

—También puede conseguirlas. Sobre todo eso último. De cierto tipo.

 

—No me creo nada de lo que me está diciendo. Ese tipo no parece que se dedique a los bolsos de se?ora.

 

—Sommer se dedica a todo lo que pueda reportarle dinero, y los bolsos son una de esas cosas.

 

—?Qué me está diciendo? ?Que mi mujer intentó comprarle un bolso de imitación a ese criminal?

 

—No estaríamos hablando solo de uno, si es que se trataba de bolsos y de nada más. La gente de Sommer ofrece una amplia variedad de productos, pero los bolsos de imitación son una posibilidad bastante probable. ?Alguna vez ha oído hablar de las fiestas de bolsos, se?or Garber?