No mucho después de eso sonó el timbre. Kelly seguía sin salir de su habitación.
Abrí la puerta y me encontré con un hombre de traje azul oscuro de pie en el porche. Llevaba alguna clase de identificación en una mano. Le eché casi unos cincuenta a?os, de un metro setenta y cinco de alto, el pelo fino y plateado.
—?El se?or Garber?
—Así es.
—Arthur Twain. Soy detective.
No, mierda, pensé. Darren Slocum había presentado cargos.
Puede que yo tuviera una visión un poco estereotipada de los detectives de la policía, pero Twain me pareció demasiado elegante para ser uno de ellos. El traje (al menos a mis ojos profanos) parecía caro, y sus zapatos negros de piel estaban tan pulidos que brillaban. Su corbata de seda probablemente costaba más que todo lo que llevaba puesto yo, y eso incluía mi reloj a prueba de golpes. A pesar de su evidente sentido para la moda, tenía un poco de barriga y bolsas bajo los ojos. Elegante, pero cansado.
—Sí, bueno —dije—. Pase.
—Siento presentarme sin avisar.
—No, no pasa nada. En fin, supongo que lo estaba esperando.
Parpadeó.
—?Ah, sí?
Kelly, que evidentemente sentía curiosidad por ver quién había llamado a la puerta, puso fin a su autoimpuesto exilio, bajó la escalera y asomó la cabeza en el recibidor.
—Cari?o, este es el detective Arthur… —Ya se me había olvidado su apellido.
—Twain —apuntó él.
—Hola —dijo Kelly, dejando claro que a mí no pensaba ni mirarme.
—?Cómo te llamas?
—Kelly.
—Encantado de conocerte, Kelly.
—?Quería hablar con Kelly primero? —pregunté—. ?O conmigo, o con los dos? No sé, ella estaba allí. ?O quizá debería llamar a mi abogado? —De pronto me di cuenta de que eso sería lo más sensato.
Con delicadeza, Arthur Twain dijo:
—Creo que hablaré con usted, se?or Garber.
—Vale, cari?o —le dije a Kelly—, te llamaremos si te necesitamos.
Sin dignarse a mirarme, mi hija volvió a su habitación.
Acompa?é a Twain al salón. No estaba seguro de si debía dirigirme a él como ?se?or?, ?agente? o ?detective?.
—Siéntese, hummm… ?agente?
—Con Arthur basta —dijo, y se sentó. Me pareció bastante informal para un detective de la policía.
—?Le apetece tomar un café o alguna otra cosa? —Fui lo bastante ingenuo para pensar que ser un anfitrión considerado podría librarme de los cargos por agresión.
—No, gracias. En primer lugar quisiera decirle que siento mucho lo de la se?ora Garber.
—Ah —dije, desconcertado. No esperaba que el detective supiera lo de Sheila ni me preguntara por ella—. Gracias.
—?Cuándo falleció?
—Hace casi tres semanas.
—Un accidente de coche. —No fue una pregunta. Supuse que, si Rona Wedmore había estado al tanto, no debía sorprenderme que Twain lo supiera también.
—Sí. Supongo que los diferentes departamentos comparten información.
—No, simplemente he hecho unas averiguaciones.
Eso sí que me pareció raro, pero lo dejé correr.
—Ha venido usted por lo del incidente de esta tarde.
Arthur ladeó ligeramente la cabeza.
—?Qué incidente, se?or Garber?
Me eché a reír.
—Lo siento, ?qué? En fin, si usted no lo sabe, no se lo voy a contar yo.
—Me temo que no le sigo, se?or Garber.
—Ha dicho que es usted detective, ?verdad?
—Eso es.
—De la policía de Milford.
—No —dijo Arthur—. De Stapleton Investigations. No soy detective de la policía, soy detective privado.
—?Qué es eso de Stapleton? ?Una compa?ía de investigaciones privadas?
—Eso es.
—?Por qué le va a importar a alguien como usted que le haya pegado un pu?etazo a un agente de Milford?
—De eso no sé nada —dijo Twain—. He venido para hablar de su mujer.
—?De Sheila? ?Qué es lo que quiere saber de Sheila? —Entonces caí en la cuenta—. Usted trabaja para ese bufete, el que me ha demandado, ?verdad? Bueno, pues ya puede largarse de aquí cagando leches, hijo de puta.
—Se?or Garber, yo no trabajo para ningún bufete de abogados, y no estoy representando a nadie que haya emprendido ninguna acción legal contra usted.
—Entonces ?para qué ha venido?
—He venido a preguntarle por la posible conexión de su mujer con una actividad delictiva. Estoy aquí para preguntarle por su participación en la venta de bolsos de imitación.
Capítulo 23
—Fuera —dije, avanzando hacia la puerta.
—Se?or Garber, por favor —dijo Arthur Twain, levantándose a desgana de la silla.
—He dicho que fuera. Nadie viene aquí a decir cosas así de Sheila. Ya he oído toda la basura que tengo intención de oír sobre lo que pudo o no pudo haber hecho mi mujer. No pienso escuchar nada más. —Le abrí la puerta.
Al ver que Twain no se movía, insistí:
—Puedo levantarlo y echarlo de una patada en el culo, si es así como prefiere que lo hagamos.