Estuve a punto de abrir la boca para decir: ??Me toma el pelo? Celebramos una aquí mismo?, pero me contuve a tiempo.
—Seguro que ha oído hablar de ellas —prosiguió el hombre—. Son bastante populares. Las mujeres se reúnen para comprar bolsos falsos de todas las marcas por apenas una peque?a parte de lo que les costaría uno de verdad. Resulta muy divertido, una tarde de chicas, sacan un poco de queso y galletitas saladas, abren un vino. Después se vuelven a casa con un Prada o un Marc Jacobs o un Fendi o Louis Vuitton o un Valentino estupendo, que es casi como estar viendo uno de verdad. La única que sabe que no es auténtico es ella. Y todas las demás que han ido a la fiesta, claro está.
Lo miré detenidamente.
—Y ?no pueden dedicarse a investigar crímenes de verdad?
Arthur me sonrió con complicidad.
—Eso es lo que dice mucha gente, pero vender bolsos de imitación es un delito. Un delito federal.
—No puedo creer que la policía malgaste su tiempo en eso cuando ahí fuera asesinan a la gente, meten droga en el país y hay terroristas planeando no se sabe qué barbaridades. O sea, que unas cuantas mujeres se pasean por ahí con un bolso que no es un Marc Fendi auténtico…
—Marc Jacobs, o Fendi —me corrigió.
—Lo que sea. Van por ahí con un bolso falso. Si eso es todo lo que pueden permitirse, entonces es que de todas formas tampoco iban a comprarse uno auténtico. ?Qué mal hacen?
—?Por dónde le gustaría que empezara? —preguntó Twain—. ?Por las empresas legítimas a las que les están plagiando su trabajo patentado y con marca registrada? ?Por los millones de dólares que les están robando, a ellas y a quienes trabajan para ellas, con este tipo de delitos?
—Seguro que llegan a fin de mes —dije.
—Su hija, Kelly, ?cuántos a?os tiene?
—?Qué tiene esto que ver con Kelly?
—Supongo que…, ?unos siete a?os?
—Ocho.
—?Se la imagina, ahora mismo, trabajando nueve, diez horas al día o más en una fábrica, haciendo imitaciones? Eso es lo que hacen ni?os y ni?as de su edad en China, y trabajan por un dólar al día. Trabajan…
—Eso es, juegue la baza de la explotación infantil cuando lo único que les importa a todas esas empresas es la pérdida de beneficios…
—Trabajan hasta la extenuación en un taller ilegal para que luego una mujer de Milford, Westport o Darien pueda pasearse por ahí intentando enga?ar a la gente haciéndoles creer que son más ricas de lo que en realidad son. ?Sabe dónde acaba ese dinero, se?or Garber? La mujer que organiza la fiesta de bolsos se lleva su parte del pastel, desde luego, pero tiene que pagarle a su proveedor para que le sirva el material. Ese dinero se destina a producir más imitaciones, pero no solo más bolsos; DVD piratas, videojuegos, juguetes (pintados con pintura que contiene plomo y con piezas que pueden desprenderse y acabar asfixiando a un ni?o), materiales de construcción que no alcanzan los estándares de calidad pero que llevan un sello de certificación falso. Incluso leches infantiles, aunque no se lo crea. Existen hasta fármacos de prescripción médica falsos que parecen exactamente iguales que los de verdad, que llevan incluso los mismos sellos de identificación del producto, pero que no tienen los mismos componentes, no pasan ningún tipo de control. No estoy hablando de los medicamentos baratos de Canadá. Estoy hablando de fármacos hechos en India, en China. Algunas de esas pastillas, se?or Garber, no producen absolutamente ningún efecto. Así que tenemos a alguien con una pensión modesta, unos ingresos bajos, que no puede permitirse la medicación para el corazón o lo que sea, y encuentra por internet lo que cree que es el mismo medicamento, o se lo compra al amigo de un amigo, empieza a tomarlo y, antes de darse cuenta, ya está muerto.
No dije nada.
—?Sabe quién hace dinero con todo eso? La gente del crimen organizado. Bandas chinas, bandas rusas, indias, paquistaníes. Todo lo habido y por haber. Y también muchos de nuestros buenos compatriotas de toda la vida. El FBI dice que parte de ese dinero llega incluso a financiar operaciones terroristas.
—De verdad… —dije—. Una vecina se compra un bolso de Gucci y de repente tenemos aviones estrellándose contra edificios.
Arthur sonrió.
—Se lo toma usted a la ligera, pero he visto la expresión que ha puesto antes, cuando he hablado del material de construcción. Usted es constructor, ?me equivoco?
Cierto, sus anteriores palabras me habían llamado la atención, y puede que hubiera parpadeado.
—Sí —corroboré.