El accidente

Mi pu?o le dio de lleno en la barbilla. Kelly gritó mientras Slocum se tambaleaba hacia atrás y chocaba contra unos estantes cargados de enormes botes. Dos de ellos cayeron al suelo. Unos platillos de orquesta habrían hecho menos ruido.

 

No pasó mucho tiempo antes de que los gritos y el estrépito de los botes atrajeran a la gente. Uno de los directores de la funeraria, una mujer a la que no conocía y un par de hombretones que sospeché que eran policías entraron corriendo por la puerta. Vieron a Slocum frotarse la frente y tocarse el reguero de sangre que le caía de la comisura de los labios; luego me vieron a mí, con la mano todavía cerrada en un pu?o.

 

Los polis empezaron a avanzar hacia mí.

 

—?No, no! —exclamó Slocum, levantando una mano—. No pasa nada. No pasa nada.

 

Lo se?alé con un dedo y dije:

 

—Ni se te ocurra volver a hablar con mi hija, nunca. Acércate a ella otra vez y, joder, te juro que te parto un tablón de madera en la cabeza.

 

Levanté a Kelly en brazos y me la llevé al aparcamiento.

 

Podía imaginar lo que habría dicho Sheila: ?Tumbar de un pu?etazo a un tipo en el velatorio de su mujer. Muy elegante?.

 

 

 

 

 

Capítulo 22

 

 

—?Qué te estaba preguntando? —le dije a Kelly mientras volvíamos a casa en la furgoneta.

 

—?Por qué has pegado al padre de Emily? —contestó entre sollozos—. ?Por qué has hecho eso?

 

—Te he hecho una pregunta. ?De qué te estaba hablando?

 

—Quería saber cosas de la llamada de teléfono.

 

—?Qué le has dicho?

 

—Le he dicho que no podía hablar más de eso.

 

—Y ?qué ha dicho él?

 

—Ha dicho que quería que pensara muy bien sobre todo lo que había oído y entonces has entrado tú y le has pegado y ahora todo el mundo me va a odiar. ?No puedo creer que hayas hecho eso!

 

Apreté el volante con tanta fuerza que se me quedaron los nudillos blancos.

 

—Sabes que tenías que haberte quedado conmigo.

 

—Me has dejado ir con la tía de Emily —dijo Kelly, con lágrimas cayéndole por las mejillas.

 

—Lo sé, lo sé, pero te había dicho que no quería que hablaras con el se?or Slocum. ?O no te lo había dicho?

 

—Pero es que ha entrado en la cocina y le ha dicho a Emily que se fuera, ?y yo no sabía qué tenía que hacer!

 

En ese momento me di cuenta de lo increíblemente poco razonable que estaba siendo. Mi hija tenía ocho a?os, por el amor de Dios. ?Qué podía esperar de ella? ?Que mandara a Darren Slocum a la mierda y lo dejara allí plantado? No tenía ningún sentido que me enfadara así. Podía estar furioso con él, y sin duda también podía estar furioso conmigo mismo por haberla perdido de vista. Pero no tenía ninguna razón para hacérselo pagar a Kelly.

 

—Lo siento. Lo siento. No estoy enfadado contigo. No estoy…

 

—Te odio. Te odio de verdad.

 

—Kelly, por favor.

 

—No quiero hablar contigo —dijo, y me volvió la espalda.

 

No dijimos mucho más en lo que quedaba de trayecto hasta casa. Una vez allí, Kelly se fue directa a su habitación y cerró de un portazo.

 

Yo entré en la cocina y puse un vaso de whisky en la mesa. Me serví una copa. Para cuando fui a coger el teléfono, unos veinte minutos después, ya me había llenado el vaso otras dos veces. Marqué un número.

 

Descolgaron después de dos tonos.

 

—?Diga? ?Glen? —Belinda había visto mi número en el identificador de llamadas—. Dios mío, Glen, ?qué ha pasado? Todo el mundo habla de ello. ?Has pegado a Darren? ?Es eso lo que has hecho? ?Con su mujer de cuerpo presente en la sala de al lado? ?De verdad has hecho eso? No puede ser.

 

—?Qué co?o les has contado, Belinda?

 

—?Qué?

 

—A los abogados.

 

—Glen, no sé de qué…

 

—Con tus declaraciones haces que Sheila parezca una alcohólica y ?luego les cuentas que una vez fumasteis marihuana?

 

—Glen, por favor, no era mi intención…

 

—?Dónde tenías la cabeza?

 

—?Qué se suponía que debía hacer, mentir? —preguntó—. Me hacen ir a un bufete de abogados y ?se supone que debo mentir?

 

—No tenías por qué mentir —dije—, pero hay muchas formas de decir las cosas. Quiere quince millones, Belinda. Bonnie Wilkinson me ha demandado por quince millones de dólares.

 

—Lo siento muchísimo, Glen. No sabía qué hacer. George dijo…, ya sabes cómo es George, no se salta ni una regla…, dijo que si no les decía la verdad podían acusarme de desacato o algo por el estilo. No sé, fue todo muy confuso. De verdad que yo nunca tuve la intención de…

 

—Pues puede que lo consigan gracias a ti. Solo quería llamarte para darte las gracias.

 

—Glen, por favor… Sé que la he cagado, pero es que no tienes ni idea del estrés que he tenido que soportar últimamente. —Se le estaba descomponiendo la voz—. He tomado decisiones muy estúpidas, todo se ha precipitado, yo…

 

—?Te ha demandado alguien por quince millones, Belinda?

 

—?Qué? No, nadie…

 

—Pues entonces considérate afortunada. —Y colgué.