Me derrumbé en la silla.
—Ese hombre es más tieso que un palo de escoba. Aunque pudieran demostrar que a Sheila le gustaba beber una copa de vino o tomarse un Cosmo con la comida, ?cómo van a conseguir demostrar que fue culpa mía que cogiera el coche estando borracha la noche del accidente?
—Como ya te he dicho, hay un abismo. Pero cualquier cosa es posible cuando se trata de un caso como este, así que debemos tomárnoslo en serio. Déjamelo a mí de momento. Redactaré una respuesta y te la haré llegar.
Sentí que mi mundo se venía abajo. Justo cuando pensabas que las cosas ya no podían empeorar más…
—Dios mío, menuda semana.
Edwin levantó la mirada de la nota que estaba escribiendo.
—?Qué?
—Todavía no sé qué va a pasar con la aseguradora por lo de la casa que se incendió. Tengo a un tío trabajando para mí que está al borde de la quiebra económica y no hace más que pedirme que le adelante la paga. Los ni?os del colegio llaman ?Borracha? a mi hija por culpa del accidente de Sheila y, encima, la madre de su mejor amiga murió en otro accidente hace un par de noches y ahora el marido no deja de acosarme por no sé qué llamada que Kelly oyó sin querer, porque precisamente ese día había ido a dormir a casa de su amiga. Y, por si todo eso fuera poco, ahora los Wilkinson quieren joderme vivo con esta demanda.
—Caray —exclamó Edwin.
—Sí, no es broma.
—No, vuelve atrás un momento.
—?El qué?
—?La madre de la amiga de tu hija ha muerto y qué más?
Le conté lo de la muerte de Ann Slocum y cómo Darren había venido a casa exigiendo saber todo lo que había oído Kelly esa noche.
—Ann era la otra mujer que iba a esas comidas —a?adí con pesar.
—Vaya, esto sí que es interesante —dijo Edwin.
—Sí.
—?Has dicho Darren Slocum?
—Eso es.
—?De la policía de Milford?
—Pues sí. ?Lo conoces?
—Sé de sus andanzas.
—Eso no augura nada bueno.
—Ha sido objeto de al menos dos investigaciones internas, que yo sepa. Le rompió el brazo a un tipo durante un arresto que se produjo después de una pelea en un bar. En el otro incidente, lo investigaron por un dinero que desapareció durante una redada antidroga, pero estoy bastante seguro de que al final el caso se desestimó. Una media docena de agentes habían tenido acceso a las pruebas, así que no había forma de responsabilizarlo únicamente a él.
—?Cómo sabes tú todo eso?
—?Te crees que me paso el día aquí sentado trabajando en mi colección de sellos?
—O sea, que es un poli malo.
Edwin se detuvo un momento antes de responder, como si pudiera haber más gente en la habitación y no quisiera que lo denunciaran por calumnias.
—Digamos que pende una nube sobre él.
—Sheila era amiga de su mujer.
—No sé demasiado acerca de su mujer. Aparte de que no era la primera que tenía.
—No sabía que hubiese estado casado antes —comenté.
—Sí. Cuando me informaron de los líos en los que se había metido, alguien mencionó que ya había estado casado hacía a?os.
—?Divorciado?
—Ella murió.
—?De qué?
—Ni idea.
Lo pensé un momento.
—Puede que las cosas empiecen a encajar —dije entonces—. Que él sea un poli marrullero, que su mujer vendiera bolsos falsos de marca en su casa. Yo creo que con los bolsos estaban sacando bastante dinero. —No mencioné que seguramente todo ese dinero era negro. Por lo de la paja en el ojo ajeno y eso.
Los labios de Edwin se fruncieron.
—Puede que el cuerpo no vea con buenos ojos a un agente cuya mujer vende mercancía de imitación. Es ilegal. No tener un bolso falso, sino fabricarlos y venderlos.
—Cuando Slocum vino a verme el sábado por la ma?ana, estaba bastante nervioso. Por lo visto, él creía que había alguna relación entre la llamada de teléfono que hizo su mujer y el accidente que la mató.
—Explícate.
—Supongo que, si no hubiera salido para encontrarse con quien fuera que la llamara, podría habérsele pinchado la rueda en otro momento, en un lugar más seguro, y entonces no habría caído al agua y no habría muerto.
Los labios de Edwin volvieron a fruncirse algo más.
—?En qué estás pensando? —pregunté.
—?Sabes si la policía está investigando la muerte de Ann Slocum por circunstancias sospechosas?
—No tengo ni idea.
Edwin se pasó la lengua por los incisivos. Ya le había visto hacer eso antes, cuando estaba absorto en sus cosas.
—Glen —dijo, tímidamente.
—Aquí me tienes.
—?Tú crees en las coincidencias?
—No demasiado —respondí. Me hacía una idea bastante clara de adónde quería ir a parar.