—Lo siento, jefe.
Repasamos rápidamente el trabajo que todavía teníamos entre manos. Nuestras obras en marcha eran tres: la reforma de una cocina en Derby; un garaje doble en Devon, en la parte de atrás de la propiedad de un cliente; y terminar el sótano de una casa de East Milford que tenía cinco a?os de antigüedad. Por primera vez en los dos últimos a?os, no estábamos construyendo ninguna casa entera, desde los cimientos.
—Stewart y KF están en el garaje —dijo Sally. Stewart era nuestro aprendiz canadiense, y KF era como llamábamos a Ken Wang, y en realidad era una versión abreviada de su apodo, que era Kentucky Fried Wang, o KFW, por aquello de que era sure?o, igual que la cadena de pollo frito—. Doug ha salido hacia Derby y no hay nadie en la renovación del sótano.
—Vale.
—?Podemos hablar? —preguntó, entrando en mí despacho—. Me siento mal por lo del sábado —dijo, y se sentó al otro lado de la mesa.
—No te preocupes por eso —dije—. ?Theo y tú estáis bien?
—Lo rega?é un poco, después. Entiendo que es tu empresa y es cosa tuya decidir quién trabaja para ti y quién no.
—Eso es.
—Aunque yo creo que es un buen electricista, ?sabes? Ahora está haciendo algunos arreglos en casa de mi padre…, en mi casa. —Sally se había trasladado a casa de su padre cuando su salud había empezado a empeorar. El hombre había sido un cascarrabias y un cabrón, pero ese había sido también su atractivo. Era un fanático de la guerra de Secesión y tenía una considerable colección de armas, antiguas y nuevas, de la que estaba bastante orgulloso; un entusiasmo que yo no compartía (sabía manejar un arma, pero nunca había tenido ninguna propia), como tampoco había compartido muchas de sus opiniones políticas. A él le gustaba argumentar sin descanso que Richard M. Nixon había sido el mejor presidente que Estados Unidos había tenido jamás, siempre que uno pasara por alto esa estúpida cagada que hizo con lo de retomar las relaciones con China.
Sally descubrió enseguida que su padre no tenía ahorros de ningún tipo que le permitieran trasladarse a una institución de cuidados para enfermos crónicos, así que hacía todo lo que podía, se escapaba de la oficina al mediodía para asegurarse de que comía lo que ella le había dejado preparado y que tomaba las medicinas. El coste de esos fármacos de prescripción médica era abusivo. Sally se había gastado el poco dinero que tenía su padre en diferentes medicamentos: insulina para la diabetes, además de lisinopril, warfarina y las inyecciones de heparina para sus dolencias cardíacas. La Seguridad Social no cubría los gastos ni de lejos, así que Sally empezó a sufragarlos con sus propios ahorros. Casi todo el dinero que empezó a ahorrar en alquiler después de trasladarse a casa de su padre se le iba en medicamentos. Si su padre hubiera vivido algo más, seguramente Sally habría tenido que vender la casa y buscar un peque?o apartamento para los dos. Pero ahora la vivienda había quedado para ella sola.
—Theo ha cambiado muchas de las tomas eléctricas viejas, ha instalado una lámpara en el techo del vestíbulo principal y, cuando haya acabado, el ba?o va a tener uno de esos suelos con calefacción. Estoy impaciente por sentir el suelo calentito bajo mis pies cuando me levante pronto por la ma?ana. Los azulejos, bueno, eso ya es otra historia. Los va a poner esta semana y lo de alicatar no es su especialidad, ya sabes, pero siempre puedo llamar a alguien más adelante para que lo arregle. A lo mejor a Doug, si quiere hacerlo.
—Genial —dije, y pensé en las palabras que él y yo habíamos intercambiado el sábado.
—Lo único que digo es que respeto tu decisión, y haré lo que pueda por conseguir que también él la respete.
A mí no me importaba mucho si Theo la respetaba o no, siempre que se mantuviera alejado de cualquiera de mis obras, pero eso me lo guardé para mí.
—Te lo agradezco, Sally.
Se mordió el labio, como si estuviera preparándose para decir algo más.
—Glen…
—?Qué te ronda la cabeza?
—?Tú qué piensas de él? Quiero decir como hombre. Como hombre para mí.
—Sally, te conozco desde hace mucho, incluso desde antes de que empezaras a ser la canguro de Kelly. Y no tengo ningún problema en decirte lo que debes hacer aquí en la oficina, pero tu vida privada no es asunto mío.
—Vale, pongamos que tú conocieras a Theo y que yo no lo conociera aún; ?sería la clase de tío con el que me organizarías una cita?
—Yo no organizo citas.
Sally puso ojos de exasperación.
—Dios, mira que eres imposible. Digamos que yo no lo conozco aún, pero que tú lo has visto en alguna obra y yo te digo: ?Eh, ese tío de ahí es mono, ?y si le dejo que me saque por ahí??. ?Tú qué dirías?
—Es… un tipo guapo. Atractivo. De eso me doy cuenta. Y parece que se preocupa por ti. También sabe ser educado, hasta que… lo presionan.
Sally me miró con atención.