El accidente

—Sí, me lo dijiste.

 

—Medio millón, según me han informado. —Vació un tercio de la copa de una sola vez—. Es una buena suma. Aunque supongo que también podría seguir trabajando, quinientos de los grandes tampoco duran para siempre. De todas formas, sí que dejaría de cuidar ni?os. Es demasiado duro, demasiado estresante. La casa siempre está hecha un caos. —Hizo una pausa—. Me gusta tener la casa limpia. Y seguiría cuidando a Kelly cuando vuelve a casa después del colegio. Siempre estaré encantada de hacer eso por ti. Es una ni?a estupenda. ?Te lo había dicho ya? Es estupenda. Debe de ser terrible para la pobre, haberse quedado sin madre.

 

Alargó un brazo, me dio unas palmaditas compasivas en la mano y dejó la suya sobre la mía unos instantes de más.

 

—Sheila tuvo mucha suerte al encontrarte —dijo.

 

—Tengo que irme ya.

 

—?Seguro que no te apetece esa cerveza? Beber sola no es divertido, aunque, cuando no se tiene más remedio… —Se echó a reír.

 

—Claro. —Me puse de pie, cogí la caja de herramientas y salí de la casa.

 

Me pasé casi toda la noche del sábado tumbado en la cama, despierto, preguntándome si Darren Slocum se presentaría al día siguiente insistiendo una vez más en hablar con Kelly. Esperé haber sido lo suficientemente claro para que no lo creyera necesario. No hacía más que darle vueltas al sentido de aquella llamada de Ann, la que Kelly había oído sin querer. Me preguntaba con quién estaría hablando y por qué no querría que su marido lo supiera. También por qué estaba él tan empe?ado en descubrirlo.

 

Cuando no era Darren lo que me preocupaba, pensaba en Doug, y en si sería una buena idea adelantarle un par de cientos de dólares. No es que me hubiera creído que fuera a echarme encima a los chacales de Hacienda. Estaba convencido de que aquella amenaza suya no había sido seria. A pesar de haber tenido nuestras diferencias, hacía mucho tiempo que éramos amigos. Me planteaba si darle ese dinero porque lo necesitaba. Pero también sabía que, si empezaba a pasarle dinero extra, aquello nunca terminaría. Y yo no tenía suficiente dinero, ni siquiera contando con lo que guardaba escondido detrás del panel, para solucionar la crisis económica de Doug y Betsy.

 

No hacía más que dar vueltas y más vueltas en la cama y pensar en la casa que se nos había incendiado. Pensaba en si la compa?ía de seguros cubriría mis pérdidas. Me inquietaba por si la economía lograría recuperarse, por si tendríamos alguna obra en Garber Contracting dentro de cinco meses.

 

Pensaba en los ni?os que llamaban a Kelly la Borracha Mamarracha.

 

Pensaba en ese hombre que preocupaba a Joan Mueller, también en el interés no deseado que yo parecía despertar de pronto en mi vecina. Sheila me había dicho una vez, en broma, que mejor me anduviera con ojo con ella. Aquello había sido antes incluso de que Ely muriera en la plataforma petrolífera. ?Conozco bien esa forma que tiene de mirarte —había comentado Sheila—. Es la misma mirada que te echaba yo. De eso hace ya mucho tiempo, desde luego.? Y sonreía.

 

Pensé un breve instante en Belinda Morton y en su extra?a pregunta sobre si había encontrado un sobre en el bolso de Sheila.

 

Pero, sobre todo, pensaba en Sheila.

 

—?Por qué? —dije, mirando al techo, incapaz de dormir—. ?Por qué lo hiciste?

 

Todavía estaba furioso con ella.

 

Y la necesitaba con desesperación.

 

Cuando Kelly entró por la puerta, a las seis en punto del domingo, esperaba que tras ella llegaran Marcus y Fiona, pero resultó que solo la acompa?aba Marcus.

 

—?Dónde está tu abuela? —le pregunté.

 

—Marcus me ha traído él solo —respondió. Kelly nunca llamaba al segundo marido de Fiona ?mi abuelo? ni ?abuelito?. Fiona no lo permitiría—. Para poder estar un rato los dos solos.

 

Marcus sonrió, algo avergonzado.

 

—Siempre que estamos los tres, solo se habla de cosas de chicas. Así que le he pedido a Fiona que me dejara traerla a mí.

 

—Y ?te ha dejado? —me sorprendí.

 

Asintió con la cabeza, consciente de que era toda una victoria.

 

—Me parece que no se encontraba demasiado bien, si te digo la verdad.

 

—?A qué huele? —preguntó Kelly.

 

—Es lasa?a.

 

—?Has comprado lasa?a?

 

—La he hecho yo.

 

La mirada de Kelly rayó en el pánico absoluto.

 

—Nos hemos comido unos palitos de pollo mientras veníamos.

 

—Es verdad —dijo Marcus—. Glen, me preguntaba si tendrías un momento…

 

—Sí, claro —repuse—. Kelly, cari?o, ?por qué no subes a tu cuarto a deshacer la bolsa?

 

—Es que no hice ninguna bolsa cuando me fui, ?recuerdas?

 

—Pues entonces sal pitando y punto.

 

Me dio un abrazo y se fue, y Marcus entró en la cocina, cogió una silla y se sentó cómodamente a la mesa. Aunque, para ser sincero, no parecía muy cómodo.

 

—Bueno, y ?tú cómo estás? —preguntó—. Quiero decir de verdad.

 

Me encogí de hombros.