El accidente

—Doug, no digas eso. Pero es preciso que tomes una decisión. Vas a tardar bastante tiempo en conseguir salir de este agujero, pero cuanto antes empieces, antes saldrás. No puedes contar conmigo para que te adelante dinero cada vez que te hace falta, pero sí puedes venir a hablar. Te ayudaré en todo lo que pueda. —Me levanté—. Gracias por la cerveza.

 

Doug no podía soportarlo. Otra vez estaba mirando al suelo.

 

—Sí, gracias a ti —dijo, pero a su voz le faltaba sinceridad—. Supongo que hay gente a la que la gratitud solo le dura lo que le dura.

 

Sopesé si debía responder o marcharme de allí. Después de unos segundos, dije:

 

—Ya sé que te debo la vida, Doug. Puede que no hubiera logrado salir de ese sótano lleno de humo, pero no puedes jugar esa baza cada vez que tienes problemas. Son dos cosas distintas.

 

—Sí, lo que tú digas —repuso, mirando hacia el fondo del jardín—. Y supongo…, supongo que tampoco querrás que haga ninguna llamada.

 

Eso hizo que me detuviera en seco.

 

—?Una llamada adónde?

 

—Hace mucho que te conozco, Glenny. Lo bastante para saber que no todos los trabajos que haces aparecen en los libros. Lo bastante para saber que también tú tienes un par de secretillos por ahí.

 

Me lo quedé mirando.

 

—?Me estás diciendo que no tienes nada guardadito para cuando lleguen las vacas flacas? —Su voz iba ganando seguridad.

 

—No me hagas esto, Doug. No es digno de ti.

 

—Una llamada anónima y tendrás a los de Hacienda husmeando tan de cerca de ti que hasta podrán contar los pelos de tu trasero. Pero no, claro, no puedes echarle una mano a un amigo que tiene unos problemillas. Piénsalo bien, Glenny, ?quieres?

 

 

 

 

 

Capítulo 17

 

 

Darren Slocum, de pie en el jardín de atrás de su casa y con un teléfono móvil en la mano, hizo otra llamada.

 

—Sí —dijo el hombre que contestó.

 

—Soy yo. Slocum.

 

—Ya sé quién eres.

 

—?Te has enterado?

 

—?Si me he enterado de qué?

 

—De lo de mi mujer.

 

—Supongo que ahora me lo contarás.

 

—Está muerta. Murió anoche. Se cayó del muelle. —Slocum esperó a que el hombre dijera algo. Al ver que callaba, a?adió—: ?No tienes nada que decir? ?No tienes ni un poco de curiosidad? ?No tienes ni una sola pregunta, joder?

 

—?Dónde puedo enviar las flores?

 

—Sé que anoche viste a Belinda. La acojonaste de verdad. ?Llamaste a Ann? ?Le pediste que se viera contigo? ?Fuiste tú? ?Fuiste tú el que mató a mi mujer, hijo de la grandísima puta?

 

—No. —Una pausa. Después el hombre preguntó—: ?Y tú?

 

—?Qué? ?No!

 

—Anoche pasé con el coche por delante de tu casa, debió de ser sobre las diez o así —dijo el hombre—. No vi el coche de tu mujer ni tu ranchera en la entrada. A lo mejor fuiste tú el que la tiró al agua.

 

Slocum parpadeó.

 

—Solo estuve fuera unos minutos. Cuando Ann se fue, intenté seguirla, pero no pude ver qué dirección había tomado, así que volví a casa.

 

Ninguno de los dos dijo nada durante un par de segundos. Al cabo, el hombre dijo:

 

—?Tienes algo más que decirme?

 

—?Algo más? ??Algo más?!

 

—Sí. Que si tienes algo más que decirme. No soy un psicólogo para viudos. No me interesa lo que haya pasado con tu mujer. Soy un hombre de negocios. Me debes dinero. Cuando me llamas, lo que espero son noticias sobre cómo piensas solucionar eso.

 

—Tendrás tu dinero.

 

—Le dije a tu amiga que le daba dos días. Y de eso ya hace uno. Estoy dispuesto a ofrecerte a ti el mismo plazo.

 

—Mira, si pudieras darme un poco más de tiempo, va a llegarme algo de dinero. No era así como esperaba devolvértelo, pero Ann… tenía un seguro de vida. Acabábamos de hacernos unas pólizas, así que en cuanto paguen tendré más que suficiente para…

 

—Me debes ese dinero ahora.

 

—Oye, lo tendrás. Además, ahora mismo estoy organizando el funeral, por el amor de Dios.

 

Al otro lado de la línea, el hombre contestó:

 

—Seguro que tu mujer te explicó lo que presenció cuando vino a hacerme un pago a Canal Street.

 

El comerciante chino muerto. Las dos mujeres que resultaron estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

 

—Sí —dijo Slocum.

 

—él también me debía dinero.

 

—Está bien, está bien —dijo Slocum—. El caso es que, mientras tanto, creo que a lo mejor he descubierto dónde está ese dinero.

 

—?Cómo que ?ese dinero??

 

—Garber le dijo a Belinda que el coche no ardió del todo. Recuperaron su bolso, y no había ningún sobre dentro.

 

—Sigue.

 

—Quiero decir que supongo que podría haber estado en algún otro sitio del coche, como en la guantera, por ejemplo, pero yo creo que tiene más sentido que, si llevaba el sobre con ella, lo hubiera guardado en el bolso.

 

—A menos —dijo el hombre— que uno de los primeros agentes en llegar al accidente, uno con el mismo irreprochable código ético que tú, lo encontrara.

 

—He trabajado en muchísimos escenarios de accidentes y, créeme, un poli husmeando en el bolso de una muerta es algo que no veo. Vamos, que como mucho podrías esperar encontrar unos cuantos pavos y alguna tarjeta de crédito. Nadie esperaría encontrar un sobre con más de sesenta mil dólares.