El accidente

Llamé con fuerza, consciente de que a lo mejor no me oían con tanto jaleo.

 

Los gritos cesaron casi de inmediato, como si hubiera accionado un interruptor. Un momento después, Doug abrió la puerta. Tenía la cara roja y se le veían gotas de sudor en la frente. Sonrió y empujó la mosquitera para abrirla.

 

—?Eh! ?Caray! ?Mira quién ha venido! ?Oye, Bets, es Glenny!

 

Desde algún sitio del piso de arriba se oyó:

 

—?Hola, Glen! —Una voz alegre, como si no hubieran estado despellejándose uno al otro no hacía ni cinco segundos.

 

—Hola, Betsy —exclamé.

 

—?Una cerveza? —preguntó Doug, llevándome hacia la cocina.

 

—No, da ig…

 

—Venga, tómate una cerveza.

 

—Claro —accedí—. Por qué no.

 

Al entrar en la cocina me llamó la atención una pila de sobres sin abrir que había junto al teléfono. Todos parecían facturas. Había logotipos de bancos y tarjetas de crédito en la esquina superior izquierda de muchos de ellos.

 

—?Cuál te apetece? —preguntó Doug, abriendo la nevera.

 

—La que tengas me va bien.

 

Sacó dos latas de Coors, me pasó una y abrió la suya. La acercó hacia mí para que pudiéramos hacer un brindis entrechocando latas.

 

—Por el fin de semana —dijo—. No sé quién inventaría el fin de semana, pero me encantaría darle un apretón de manos.

 

—Sí.

 

—Qué bien que te hayas pasado por aquí. Es estupendo. ?Quieres que veamos un partido o algo así? Seguro que retransmiten alguno por la tele. Ni siquiera lo he mirado, pero seguro que por lo menos dan algo de golf. A mucha gente no le gusta el golf, les parece que es demasiado lento, pero a mí me gusta, ?sabes? Mientras haya suficiente gente jugando, la cámara puede ir de un hoyo a otro, así que tampoco pierdes demasiado tiempo viendo cómo recorren una calle.

 

—No puedo quedarme mucho rato —dije—. Llevo la compra en el coche. Hay cosas que tengo que meter en la nevera.

 

—Podrías guardarlas en la nuestra mientras tanto —se ofreció Doug con entusiasmo—. ?Quieres que vaya a buscarlas? No es ningún problema.

 

—No. Mira, Doug, tengo que hablar contigo de una cosa.

 

—Mierda, ?ha habido algún problema en alguna obra?

 

—No, no es nada de eso.

 

El rostro de Doug se ensombreció.

 

—Joder, Glen, no irás a despedirme, ?verdad?

 

—Qué dices. No.

 

Una sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios.

 

—Bueno, eso sí que es un alivio. Joder, qué susto me has dado.

 

Betsy apareció de pronto en la cocina, se acercó y me dio un beso en la mejilla.

 

—?Cómo está mi hombretón? —dijo, aunque con los tacones que llevaba era casi igual de alta que yo.

 

—Hola, Bets —saludé.

 

Betsy era una mujer peque?ita, apenas medía más de metro y medio, pero para compensarlo muchas veces se ponía tacones de aguja. Llevaba también una minifalda cortísima de color negro, una blusa blanca ajustada y una cazadora. Se había colgado del codo un bolso que llevaba PRADA estampado en el lateral. Supuse que lo habría comprado la noche que Ann Slocum usó nuestra casa como pasarela para sus bolsos de dise?o falsos. Si yo fuera Doug, no me sentiría demasiado bien viendo a mi mujer salir de casa vestida así, si no como una puta, por lo menos sí como alguien que iba de caza.

 

—?A qué hora vas a volver? —le preguntó Doug.

 

—Volveré cuando vuelva —contestó ella.

 

—Pero no… —La voz de Doug se desvaneció. Después—: No te emociones demasiado.

 

—No te preocupes, no haré ninguna locura —dijo, y me dedicó una sonrisa—. Doug cree que soy una adicta a las compras. —Sacudió la cabeza—. Adicta a las copas, puede. —Se echó a reír y entonces, tan de repente como había empezado a reír, adoptó una expresión de horror—. ?Ay, Dios mío, Glen, siento mucho haber dicho eso!

 

—No pasa nada.

 

—Es que lo he dicho sin pensar. —Alargó una mano y me tocó el brazo.

 

—Ese es el problema que tienes —dijo Doug.

 

—Que te den —le soltó ella, con un tono no muy diferente al que habría usado para desearle salud después de un estornudo. Todavía con la mano en mi brazo, preguntó—: Bueno y ?qué tal lo estás llevando? ?Cómo está la pobre Kelly?

 

—Nos las apa?amos.

 

Me apretó el brazo cari?osamente.

 

—Si nos dieran un dólar cada vez que meto la pata, viviríamos en el Hilton. Dale un abrazo de mi parte a esa hija tuya. Tengo que irme.

 

—Glenny y yo nos vamos a relajar un poco —dijo Doug, aunque yo creía haberle dejado claro que no tenía mucho tiempo.

 

Me alivió ver que Betsy salía. No quería decir lo que tenía que decirle a Doug delante de su mujer.

 

No esperaba que Betsy se despidiera de su marido con un beso, y acerté. Se limitó a dar media vuelta sobre sus tacones de aguja y marcharse. Cuando la puerta de entrada se cerró, Doug sonrió nervioso y dijo:

 

—El frente tormentoso se aleja.

 

—?Va todo bien?

 

—?Sí, claro! Todo como la seda.