—Kelly quiere hablar contigo.
—?Papá? ?Qué pasa?
—Vas a quedarte esta noche en casa de la abuela. Será solo una noche.
—Vale —dijo, no muy emocionada, pero tampoco decepcionada—. ?Va todo bien?
—Todo va bien, cielo.
—?Ya has descubierto qué le pasó a la madre de Emily?
—Fue un accidente, tesoro —contesté—. Se cayó al agua cuando inspeccionaba una rueda que se le había pinchado.
Kelly se quedó callada un momento y luego dijo:
—O sea, que ahora Emily y yo sí que tenemos algo en común.
Aunque Darren Slocum parecía haberse quedado satisfecho después de que le contara hasta dónde había oído Kelly de la conversación de su difunta esposa al teléfono, el instinto me decía que mentía. Tal como le había dicho a Fiona, me preocupaba que pudiera regresar, así que mantener a Kelly a una distancia segura un día más me parecía una buena idea. Además, tampoco sabía a qué se refería cuando había insinuado que me había caído un dinero del cielo hacía poco. Todavía no había crecido la hierba en la tumba de Sheila ?y él ya estaba dando a entender que yo había tenido una especie de golpe de buena suerte gracias a su accidente mortal?
No sabía qué otra cosa hacer, aparte de achacarlo a los desvaríos nerviosos de un hombre que también acababa de perder a su esposa.
Al final acabé yendo a las oficinas de Garber Contracting después de comer. La empresa daba a Cherry Street, justo antes de llegar al hotel Just Inn Time y a algo menos de un kilómetro del centro comercial de Connecticut Post. Aunque conseguí poner un poco de orden, en cuanto empecé a comprobar los mensajes del contestador ya no fui capaz de concentrarme. Había tenido la firme intención de devolverles la llamada a todas esas personas, pero de repente no me veía capaz de hablar con ninguna de ellas ni de a ir sus casas a escuchar sus quejas sobre por qué no estaba acabada la obra todavía. Sin embargo, tomé nota de los mensajes para que Sally pudiera llamar a todo el mundo el lunes. Aunque sus gustos en cuanto a novios eran, a mi parecer, cuestionables, en el trabajo Sally siempre estaba pendiente de todo. La llamábamos nuestra ?multifunción?; tenía una cabeza capaz de retener detalles sobre una infinidad de proyectos a la vez. Yo la había visto mantener una conversación telefónica complicada con un proveedor de azulejos sobre el material que necesitábamos en una obra mientras tomaba notas sobre los suministros de fontanería que se requerían para otra. A ella le gustaba decir que tenía varios programas en marcha a la vez dentro de la cabeza, y lo remataba diciendo que se había ganado el derecho a sufrir una caída total del sistema algún día.
Después de cerrar la oficina me fui a ShopRite, el supermercado que quedaba más cerca, a por unas cuantas cosas. Un bistec para mi cena, un poco de salami, varias latas de atún y palitos de zanahoria para mis comidas y las de Kelly de toda la semana. No es que me entusiasmaran los palitos de zanahoria, pero a Sheila le habría gustado verlos, no solo en la comida de Kelly, también en la mía. Era extra?o. Estaba tremendamente enfadado con mi difunta esposa, pero aun así deseaba complacerla.
Cuando Kelly iba aún a primero, la primera vez que había tenido que llevarse la comida al colegio todos los días, nos suplicó a Sheila y a mí que le pusiéramos una bolsa de patatas fritas en la mochila. Su amiga Kristen llevaba patatas fritas todos los días, así que ?por qué no podía llevarlas ella también? ?Bueno, si la madre de Kristen quiere darle esa bazofia todos los días, es asunto suyo —le dijimos—, pero nosotros no vamos a hacerlo.?
Kelly preguntó entonces si le dejaríamos llevar barritas de Rice Krispies. Aunque tuvieran dentro malvaviscos fundidos, los cereales eran sanos, ?no? Así que Sheila la había ayudado a hacer una bandeja en el horno. Fundieron la mantequilla y los malvaviscos, mezclaron la masa resultante con los copos de arroz en un cuenco enorme y luego la extendieron en el molde. Entre las dos, dejaron toda la cocina perdida. Kelly, la mar de contenta, se llevó una barrita al cole cada día.
Más o menos un mes después, una tarde que Kristen había venido a casa a jugar con Kelly, preguntó cómo lo más normal del mundo si no podríamos ponerles pepitas de chocolate a las barritas de Rice Krispies. A ella le gustaban mucho así. Había estado cambiándole a Kelly las patatas fritas por barritas de cereales todos los días.
Mientras avanzaba por el pasillo de los cereales, ese recuerdo me hizo sonreír. Parecía salido de otra época. A lo mejor sería divertido hacer barritas de cereales con Kelly alguna de estas tardes. En algún momento a principios de tercero, habían empezado a gustarle mucho.