El accidente

—Betsy está muy guapa —dije.

 

—Sí, no es de las que se descuidan, eso te lo aseguro. —No lo dijo con orgullo—. Si por una mujer guapa me dieran algo… —Esta vez fue él quien forzó una risa—. Te juro que a veces, a juzgar por el ritmo que lleva, parece que tiene una máquina de hacer dinero escondida en el sótano. Debe de tener un colchón escondido en alguna parte.

 

Su mirada aterrizó en la pila de facturas por abrir que había junto al teléfono. Se quedó de pie frente a ellas, abrió un cajón y las metió todas dentro. Allí ya había más sobres.

 

—Hay que tener la casa ordenada —comentó.

 

—Vamos fuera.

 

Sacamos las cervezas al jardín de atrás. Más allá de los árboles se oía el tráfico que aceleraba por la 95. Doug llevaba un paquete de cigarrillos consigo, sacó uno a golpecitos y se lo colocó entre los labios. Cuando había entrado a trabajar para la empresa fumaba como un carretero, pero unos a?os después lo había dejado. Lo encendió, inhaló el humo, lo expulsó por la nariz.

 

—Un día estupendo —dijo.

 

—Precioso.

 

—Hace algo de fresco, pero aun así juegan al golf.

 

—Sally se ha pasado hoy por casa —comenté.

 

Doug me lanzó una mirada.

 

—?Sí?

 

—Con Theo.

 

—Joder, Theo. ?Crees de verdad que se va a casar con él? No es que no me guste ese chico, pero me parece que ella se merece a alguien mejor, ?no crees?

 

—Theo quería saber por qué ya no lo llamamos.

 

—Y ?qué le has dicho?

 

—La verdad. Que su trabajo no está a la altura, y que ese cuadro eléctrico que instaló seguramente fue la razón por la que se quemó la casa de los Wilson.

 

—Caray. —Un trago de cerveza, otra calada—. Y ?ya está?

 

—Sally me ha contado lo tuyo, Doug.

 

—?Hummm?

 

—Siente mucho haber tenido que hacerlo, pero no le has dejado otra opción.

 

—No estoy seguro de adónde quieres ir a parar, Glenny.

 

—No te hagas el tonto. Hace demasiado que nos conocemos.

 

Nuestras miradas se encontraron, después miró al suelo.

 

—Lo siento.

 

—Si necesitas un adelanto, pídemelo a mí.

 

—Ya lo hice, y dijiste que no. Esta última vez.

 

—Pues ahí debería haber quedado todo. Si puedo, lo hago. Si no puedo, no lo hago. Y ahora mismo estamos pasando una época difícil. El trabajo escasea y, si el seguro no cubre la casa de los Wilson, vamos a pasar verdaderos apuros. Así que nunca, pero nunca, intentes dar un rodeo para evitarme y pedirle a Sally que te saque las casta?as del fuego.

 

—Es que estoy entre la espada y la pared —se justificó.

 

—No me gusta decirle a la gente lo que tiene que hacer, Doug. Supongo que la forma en que los demás viven su vida no es asunto mío. Pero en tu caso voy a hacer una excepción. Me doy cuenta de lo que pasa. Me pides que te adelante la paga. Las facturas sin abrir. Betsy de compras al centro comercial cuando tú estás hasta el cuello de deudas.

 

Evitaba mirarme. De pronto, sus zapatos le resultaban terriblemente interesantes.

 

—Tienes que coger las riendas de la situación, y tienes que hacerlo ya. Seguramente no vas a tener más remedio que perder la casa, tendrás que deshacerte del coche, vender algunas cosas. Puede que tengas que empezar de cero, pero no vas a poder hacer otra cosa. Lo único con lo que puedes contar es con tu trabajo en la empresa. Eso, siempre que no me la juegues, claro.

 

Dejó su cerveza, tiró el cigarrillo y se tapó los ojos con las manos. No quería que lo viera llorar.

 

—Estoy jodido de verdad —dijo—. Estoy totalmente jodido, del todo. Esa gente nos dio gato por liebre, ?sabes?

 

—?Qué gente?

 

—Todo el mundo. Nos dijeron que podíamos tenerlo todo. La casa, los coches, los reproductores de Blu-ray, las teles de pantalla plana, todo lo que quisiéramos. Aunque ya nos estábamos yendo a pique, no hacíamos más que recibir ofertas de tarjetas de crédito en el buzón. Betsy se agarra a ellas como si fueran salvavidas, pero no son más que anclas que nos hunden más hacia el fondo.

 

Sollozó, se frotó los ojos, por fin me miró.

 

—No quiere escucharme. No hago más que decirle que tenemos que cambiar las cosas y ella me contesta que no me preocupe, que no nos pasará nada. No lo entiende.

 

—Y tú tampoco —dije—. Porque no está haciendo nada para cambiarlas.

 

—?Sabes lo que estamos haciendo? Ahora mismo tenemos, no sé, unas veinte tarjetas de crédito. Utilizamos unas para pagar el descubierto de las otras. Ya ni siquiera soy capaz de seguir las cuentas. No tengo coraje para abrir las facturas. No quiero saberlo.

 

—Hay gente. Gente que puede ayudarte a superar todo esto.

 

—A veces creo que sería más fácil volarme los sesos y ya está.