El accidente

—Entonces ?dónde está?

 

—A lo mejor nunca tuvo la intención de entregarlo. A lo mejor decidió guardárselo para ella. La empresa de su marido está pasando por dificultades económicas.

 

El hombre se quedó callado.

 

—?Sigues ahí?

 

—Estoy pensando —dijo entonces—. Ella me llamó ese día, algo antes, y me dejó un mensaje. Dijo que había tenido un problema, que iba a retrasarse un poco. A lo mejor ese problema era su marido. él vio el dinero, se lo quitó.

 

—Es una posibilidad —convino Slocum.

 

Varios segundos de silencio, y entonces:

 

—Voy a hacerte un favor. Considéralo una cortesía dadas tus circunstancias. Iré a ver a Garber.

 

—De acuerdo, pero óyeme bien, ya sé que harás lo que tengas que hacer, pero no hagas nada delante de…, quiero decir que ese tipo tiene una ni?a.

 

—?Una ni?a?

 

—Su hija; tiene la misma edad que la mía. Son amigas.

 

—Perfecto.

 

 

 

 

 

Capítulo 18

 

 

Mi padre era un buen hombre.

 

Se enorgullecía de su trabajo. Creía que siempre había que dar el ciento diez por cien. Estaba convencido de que, si tratabas a los demás con respeto, ellos te respetarían a ti. Nunca racaneaba. Si presupuestaba veinte mil para remodelar la cocina de alguien, era porque creía que eso era lo que valía el trabajo. Por ese dinero, conseguiría materiales de calidad y una mano de obra excelente. Si alguien le salía con que podía encontrar a otro que lo hiciera por catorce, mi padre contestaba: ?Si quiere un trabajo de catorce mil dólares, seguramente ese es el tipo al que debería contratar, y que Dios le bendiga?. Y cuando esa misma gente volvía a llamarlo más tarde pidiéndole que arreglara todo lo que el otro contratista había hecho mal, mi padre encontraba una manera delicada de decirles que ya habían elegido y que tendrían que vivir con ello.

 

Con mi padre no se podía hacer ningún trabajo bajo mano. A la gente eso siempre le sorprendía. Pensaban que, si pagaban en metálico, mi padre podría hacerles alguna rebaja del precio porque no tendría que declarar los ingresos.

 

—Pago mis impuestos —solía decir él—. No es que esté encantado de hacerlo, pero es lo que hay que hacer, maldita sea. Cuando llamo a la policía a la una de la madrugada porque hay alguien intentando entrar en mi casa, quiero que vengan enseguida. No quiero que me digan que me las arregle yo solo porque han tenido que despedir agentes debido a recortes presupuestarios. Los que no pagan los impuestos nos perjudican a todos. Es malo para la comunidad.

 

No era una opinión muy extendida. Ni por aquel entonces ni en la actualidad. Sin embargo, yo lo respetaba por ello. Mi padre era un hombre de principios, a veces hasta el punto de volvernos locos a mi madre y a mí, pero siempre se mantuvo fiel a sus creencias. No era un hipócrita.

 

Habría tenido una opinión bastante pobre de algunas de las cosas que había hecho yo.

 

Me considero un hombre bastante respetuoso de la ley. No atraco bancos. Cuando encuentro una cartera perdida, no la vacío y luego la tiro a una papelera; me aseguro de que se la devuelven a su legítimo propietario. Intento, dentro de lo razonable, no saltarme los límites de velocidad. Siempre pongo el intermitente.

 

Nunca he matado ni le he hecho da?o a nadie. Un par de peleas de bar cuando era joven, claro. Yo repartía tanta le?a como me repartían a mí, y luego nos tomábamos una copa todos juntos y nos olvidábamos del asunto.

 

Jamás he conducido bebido.

 

Y todos los a?os declaro mis ingresos y pago los impuestos. Solo que no todos.

 

Sí, lo admito, ha habido alguna ocasión a lo largo de estos a?os en que el negocio no estaba muy boyante y he participado en lo que suele llamarse ?economía sumergida?. Unos cuantos cientos por un lado, un par de miles por otro. Normalmente eran trabajos que no pasaban por la empresa. Trabajos que hacía los fines de semana, en mi tiempo libre…, cuando todavía trabajaba para mi padre y también desde que me hice con la dirección del negocio. Una terraza para alguien de nuestra calle. Acondicionar el sótano de los vecinos. Un tejado nuevo para el garaje de un amigo. Trabajos que quizá eran demasiado peque?os para la empresa, pero que para mí solo resultaban perfectos.

 

O, si necesitaba un poco de ayuda, llamaba a mi buen amigo Doug. Y le pagaba con el dinero que me pagaban a mí.