—Tu mujer pierde la vida en un accidente que es, me parece que coincidirás conmigo, difícil de aceptar. Unas dos semanas después, su amiga muere en otro accidente, cuyas circunstancias resultan igualmente curiosas, quizá tanto como las del primero. Estoy seguro de que nada de esto habrá escapado a tu atención.
—No —dije, y sentí cómo todo se me removía por dentro—. No se me ha escapado. Pero, Edwin, más allá de esa observación, no sé qué hacer con todo esto. Mira, ya sabes que intentar comprender lo que hizo Sheila, cómo murió…, es lo único en lo que he estado pensando estas semanas. ?Qué no vi? ?Cómo pude no saber que tenía algún problema? Joder, Edwin, si ni siquiera le gustaba el vodka, que yo sepa, y aun así había una botella vacía en su coche.
Edwin tamborileó en la mesa con los dedos de su mano izquierda y lanzó una mirada hacia la librería.
—Ya sabes que siempre he sido un gran admirador de Arthur Conan Doyle. Un fan, supongo.
Seguí su mirada. Me puse de pie, di un paso en dirección a las estanterías de libros e incliné la cabeza un poco para leer los títulos de los lomos. Estudio en escarlata. Las aventuras de Sherlock Holmes. El signo de los cuatro.
—Parecen muy antiguos —dije—. ?Puedo?
Edwin asintió; yo saqué uno de los libros y lo abrí con delicadeza.
—?Son todos primeras ediciones?
—No. Aunque sí tengo algunas, precintadas y guardadas a buen recaudo. Una de ellas lleva incluso la firma del autor. ?Estás familiarizado con sus obras?
—Yo no diría tanto… Quizá esa del perro. Los Baskerville, ?verdad? De cuando era peque?o. Y con Sheila vimos esa película, la del actor que también hizo de Iron Man.
Edwin cerró los ojos un instante.
—Una abominación —comentó—. No Iron Man. Esa me gustó.
Parecía decepcionado, seguramente por las lagunas de mi educación literaria. Eran muchas.
—Glen, déjame que te pregunte algo, una pregunta directa. ?Crees que de algún modo es posible, aunque sea solo remotamente, que Sheila consumiera por propia voluntad una botella de vodka y provocara el accidente en el que perdió la vida y quitó la suya a dos personas más? ?Sabiendo todo lo que sabes sobre ella?
Tragué saliva.
—No. Es imposible. Pero aun así…
—En El signo de los cuatro, Holmes dice, si no recuerdo mal: ?Cuando has eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, debe ser la verdad?. ?Conocías la frase?
—Creo que la había oído, sí. O sea, que me estás diciendo que, si es imposible que Sheila hiciera algo así, entonces tiene que haber alguna otra explicación para lo que ha ocurrido, aunque parezca… de lo más descabellado.
Edwin asintió.
—En pocas palabras.
—?Qué otras explicaciones podría haber?
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero, a la luz de los últimos acontecimientos, de verdad que me parece que deberías empezar a considerarlas.
Capítulo 21
Me alejaba ya del despacho de Edwin en la furgoneta cuando sonó el móvil. Era una de las escuelas privadas a las que había llamado. La mujer respondió a mis preguntas sobre las mensualidades (más altas de lo que había previsto), sobre si Kelly podía matricularse a mitad de curso (sí, podía), y sobre si su expediente académico se tendría en cuenta para decidir su admisión (tal vez).
—Y, desde luego, ya sabe que somos una escuela residencial —me dijo—. Nuestros alumnos viven aquí.
—Pero es que nosotros ya vivimos en Milford —expliqué—. Kelly podría seguir viviendo en casa conmigo.
—No es exactamente así como trabajamos —declaró la mujer—. Nosotros creemos en una experiencia educativa de mayor inmersión.
—Gracias de todas formas —dije. Eso era una tontería. Si Kelly estaba en la misma ciudad que yo, viviría conmigo. Puede que hubiera padres que estuvieran la mar de contentos teniendo a sus hijos en el colegio las veinticuatro horas del día, pero yo no era uno de ellos.
Llamé a Sally por teléfono para recordarle que pensaba asistir al velatorio de Ann Slocum y que seguramente no me pasaría por la oficina ni por ninguna de las obras durante el resto del día. Cuando llegué al colegio de Kelly, aparqué y entré en la sala de despachos para avisar de que me la llevaba toda la tarde. La secretaria que estaba allí me dijo que, además de Kelly pensaban asistir, también un par de ni?os más y la profesora de Emily.
Cuando Kelly entró en el despacho, llevaba un sobre peque?o en la mano. No me miró a los ojos cuando me lo entregó. Lo rompí para abrirlo y leí la nota mientras salíamos hacia la furgoneta.
—?Qué es esto? —pregunté—. ?Es de tu profesora?
Kelly masculló algo que se pareció ligeramente a un sí.
—?Le has pegado un pisotón a un ni?o? ?Has vuelto a hacerlo?
Sacudió la cabeza unos instantes. Tenía los ojos rojos.
—Me ha llamado ?Borracha?. Para que se entere. ?Me has encontrado un colegio nuevo ya?
Le puse la mano en la espalda y la guié por el aparcamiento.