El accidente

—Sí, me llamó anoche para hablarme de ello.

 

—Ya sé que tendrás que decirle que te lo he dicho, pero cuando lo hagas, por favor, dile que me he sentido muy mal al hacerlo.

 

—Déjamelo a mí. —Alargué una mano y le toqué el brazo—. Y ?tú cómo estás? —No tenía que preguntarle cuánto hacía que había muerto su padre. Lo había perdido el mismo día que yo había perdido a Sheila—. En la oficina es difícil encontrar un momento.

 

—Bien —contestó—. Lo echo de menos. Lo echo mucho de menos. Todo es tan raro… —siguió diciendo—. Yo pierdo a mi padre, y unas horas después…

 

—Sí —dije, y forcé una sonrisa. Después, aunque Theo nos estaba fulminando con la mirada por el parabrisas y seguramente no iba a gustarle nada, le di un breve abrazo. La última vez que había hecho eso había sido en el entierro de su padre, que se había celebrado un día antes que el de Sheila. Dadas mis circunstancias en aquel momento, yo casi habría preferido saltarme la ceremonia, pero Sally no tenía familia, no tenía hermanos, y estaba cargando con un peso muy grande ella sola. Mi propio dolor era tan descarnado que sabía perfectamente lo mucho que significaría para Sally que pasara dos horas con ella, ayudándola a sobrellevar el suyo.

 

En las dos semanas que habían pasado desde entonces, los médicos habían encontrado una explicación a lo sucedido. El padre de Sally tomaba una medicación que evitaba la formación de coágulos sanguíneos y, por lo tanto, reducía el riesgo de otro ataque al corazón. Sally le había dado su dosis por la ma?ana, pero poco después de que ella se fuera a trabajar, al parecer, él se había confundido y se había tomado otra. La sobredosis le había causado una hemorragia interna que le produjo la muerte.

 

—Hay que sobreponerse como sea y seguir adelante —le dije mientras Theo nos miraba fijamente—. En realidad, no hay mucho más que podamos hacer.

 

—Supongo que no —repuso—. ?Cómo lo está llevando Kelly? ?Está en casa? —Aunque no había venido a cuidarla desde que tenía cuatro a?os, Sally seguía siendo la canguro preferida de Kelly.

 

—Está con su abuela. Sentirá mucho no haberte visto. —Dudé un momento. No es que se me diera muy bien abrirle mi corazón a nadie, pero, no sé cómo, me encontré diciendo—: Nadie me advirtió de que iba a ser tan duro. Hay conversaciones padre-hija más fáciles que otras.

 

—Uy, sí —dijo Sally, y sonrió abiertamente—. Me encantará oírte cuando le des la charla sobre la regla.

 

—Sí, lo espero con ansia. —A lo mejor podía reclutar a Fiona cuando llegara el momento. O mejor aún, a Sally.

 

—Si me necesitas para que le hable de…

 

—Gracias —dije—. Lo tendré muy presente. Oye, tienes que irte ya. A Theo parece que esté a punto de fundírsele un fusible.

 

Volvió la cabeza hacia el parachoques trasero de la ranchera.

 

—Siento lo de las pelotas.

 

—Jamás dejaría que Kelly subiese a un coche con eso colgando —dije.

 

Sally se ruborizó. Mis palabras la habían hecho avergonzarse.

 

—Nos vemos el lunes —dijo, volviéndose ya, y subió a la ranchera. Theo arrancó el coche haciendo rechinar los neumáticos.

 

Volví dentro y me serví otro café que sabía que no me bebería. Sally y yo siempre habíamos tenido una relación como la de dos hermanos, así que mi crítica debía de haberle resultado muy dura. Seguía dándole vueltas a eso cuando sonó el teléfono.

 

—?Diga?

 

—Estás en casa —dijo una voz de hombre que me pareció reconocer.

 

—?Quién es?

 

—Darren Slocum. Tenemos que hablar. Ahora mismo.

 

 

 

 

 

Capítulo 14

 

 

Salí al porche a esperar a Darren Slocum.

 

Me había picado la curiosidad. ?Por qué querría Slocum hablar conmigo? Estaba claro que tenía asuntos más prioritarios de los que ocuparse, como elegir un ataúd.

 

No llevaba esperando ni cinco minutos cuando la ranchera roja de Slocum llegó a toda velocidad por la calle y se detuvo delante de la casa.

 

—Darren —dije, bajando los escalones del porche y tendiéndole una mano mientras él se acercaba por el camino—. Siento mucho lo de Ann.

 

Nos estrechamos la mano; Slocum aceptó mis condolencias con un movimiento de cabeza.

 

—Sí —dijo—. Todavía no me hago a la idea.

 

—Dime ?qué tal está Emily?

 

—Destrozada. La ni?a ha perdido a su madre, de repente. Supongo que ya sabes lo que es eso.

 

—?Cómo ha sido, Darren?

 

Sacó la mandíbula hacia fuera y miró al cielo, como si estuviera intentando hacer acopio de fuerzas antes de empezar.

 

—Tuvo un accidente.

 

Esa palabra me provocó un inesperado escalofrío que me subió por la columna.

 

—?Un accidente de tráfico? —pregunté.

 

—No exactamente, pero más o menos.