—Pero ?por qué no me llamó? ?O a una grúa? ?O algo? No sé, ?en qué estaba pensando? ?Pensaba cambiar la rueda ella sola y en plena noche?
—Estoy segura de que sabremos más a medida que prosiga la investigación —dijo Wedmore—. ?Tienes alguna idea de por qué pudo acercarse Ann al puerto con el coche? ?Era allí donde había quedado con Belinda?
—Puede ser. Quiero decir que, en lugar de ir a tomar algo, a lo mejor solo iban a dar un paseo.
—Pero, si era allí donde habían quedado, Belinda no te habría llamado para preguntarte dónde estaba —se?aló Wedmore—. Habría llamado para decir que había encontrado el coche, pero que Ann no estaba allí.
—Sí, sí, eso tiene sentido —coincidió Darren con ella.
—Lo que me lleva de vuelta a mi pregunta de antes. ?Qué debía de estar haciendo Ann allí, en el puerto? ?Es posible que fuera a encontrarse con alguien más antes de ir a ver a Belinda?
—Yo… no… No se me ocurre nadie. —Darren Slocum estaba llorando otra vez—. Rona, mira, no creo que pueda seguir con… Yo, yo tengo mucho que hacer y…
La detective miró por el parabrisas hacia la ranchera de Darren y vio el cartel de SE VENDE en la ventanilla. Vio a Emily asomarse entre las cortinas de la ventana del salón.
—Debe de estar siendo terrible para tu hija —dijo la detective Wedmore.
—La hermana de Ann, que vive en New Haven, ha llegado a eso de las cinco de la ma?ana —explicó Darren—. Nos está ayudando con todo.
Wedmore alargó una mano y le dio unas palmadas a Slocum en el brazo.
—Ya sabes que vamos a hacer todo lo que podamos.
Slocum la miró con los ojos rojos de llanto.
—Lo sé. Sé que lo haréis.
Vio cómo se alejaba el coche de la detective y, en cuanto desapareció por la esquina, sacó el móvil y marcó un número de teléfono.
—?Diga?
—?Belinda?
—Dios mío, Darren, todavía no puedo…
—Escúchame. Tienes…
—Me estoy volviendo loca —dijo la mujer, sin aliento—. Primero, ese hombre que viene a verme, me amenaza, y luego tú me llamas a las cuatro de la ma?ana y me dices que Ann…
—?Quieres callarte de una puta vez? —Cuando se hizo el silencio al otro lado de la línea, Darren prosiguió—: Rona Wedmore va a ir a verte.
—?Rona qué?
—Es detective de la policía de Milford. La conozco. Va a ir a verte porque sabe que Ann y tú hablasteis, que las dos habíais quedado.
—Pero…
—Tú dile que era solo para hablar de vuestras cosas. Podrías decirle que habías discutido con George o algo así, y que necesitabas hablar. No le digas nada del negocio ni de ese tipo que fue a verte.
—Pero, Darren, ?y si fue él quien la mató? No podemos…
—él no la mató —dijo Darren—. Fue un accidente. Se cayó al agua y se golpeó la cabeza o algo así. Pero, escúchame bien, no les digas nada de lo otro. Ni una palabra. ?Me has entendido?
—Sí, sí, vale. Lo he entendido.
—Y vuelve a decirme qué te dijo Glen anoche, cuando hablaste con él por teléfono.
—Dijo… Dijo que el coche no había ardido. Que el bolso de Sheila no se perdió en el incendio, y que no había ningún sobre dentro.
—?Te dijo eso?
—Así es —confirmó Belinda, quedándose sin voz.
Darren lo pensó un momento.
—O sea, que hay una posibilidad de que el dinero siga existiendo y esté en alguna parte. —Hizo una pausa—. O puede que Glen ya lo haya encontrado.
Capítulo 13
El móvil de Kelly estaba en la mesa, al lado del ratón. La ni?a hizo clic en varios iconos y luego me lo pasó.
—Lo he dejado en pausa —me dijo. La imagen de la pantallita era estrecha y vertical, como una rendija de buzón puesta de lado. A través de la rendija, distinguí un dormitorio. Una cama en primer plano.
—?Por qué se ve así? —pregunté.
—La puerta del armario solo estaba un poquito abierta —dijo Kelly.
—Vale, bueno. ?Cómo lo pongo en marcha?
—Solo hay que apretar… Espera, déjame a mí.
Hizo algo con el dedo y la imagen empezó a moverse. La mano de Kelly debía de temblar un poco mientras filmaba, porque el foco de luz se movía de un lado a otro, la cama iba arriba y abajo.
Más allá de la cama, se abrió una puerta.
—Aquí es cuando entró la madre de Emily —dijo Kelly—. Ahora se está sentando en la cama.
La mujer no debía de estar ni a un metro y medio de la puerta del armario. Alcanzó algo que quedaba fuera del encuadre de la cámara y de pronto tenía un teléfono inalámbrico en la mano. Marcó un número y se llevó el auricular al oído.
La calidad del sonido no era muy buena.
—Hola —dijo Ann Slocum—. ?Puedes hablar? Sí, estoy sola…
—?Se puede subir el volumen? —le pregunté a Kelly.
Frunció el ce?o.
—Pues no.
—… que tengas mejor las mu?ecas —dijo Ann—. Sí, ponte manga larga hasta que desaparezcan las marcas.
—?Lo ves? —dijo Kelly—. No está enferma. No tose ni nada.
—… cuándo podría ser la próxima vez… Podría el miércoles…
—Aquí fue cuando recibió la otra llamada —explicó Kelly.
—Chsss.
—Vale, hasta luego… ?Diga?
—Justo aquí.