Estaban sentados en un coche de la policía sin identificar. Darren Slocum se había llevado una mano a la frente, tapándose los ojos.
—Es que no puedo creerlo —gimió—. No puedo. No puedo creer que Ann ya no esté.
—Sé que es un momento muy duro, pero antes tengo que volver a repasar unas cuantas cosas contigo.
Rona Wedmore conocía a Darren. No demasiado bien, pero al fin y al cabo trabajaban para el mismo jefe. él era un agente que patrullaba las calles de Milford y ella, detective de la policía. Habían trabajado juntos en varios escenarios de crímenes y se conocían lo suficiente para saludarse, pero no eran amigos. Wedmore sabía muy bien cuál era la reputación de Slocum. Al menos dos quejas por uso indebido de la fuerza. También rumores, nunca demostrados, de que se había embolsado algo de dinero durante una redada antidroga. Y todo el mundo sabía lo de las fiestas de bolsos de Ann. Darren le había preguntado una vez a Wedmore si no le apetecía organizar una en su casa, pero ella había rechazado la oferta.
—Adelante —dijo él entonces.
—?A qué hora salió Ann anoche?
—Debían de ser sobre las nueve y media, las diez menos cuarto, más o menos.
—Y ?te dijo por qué tenía que salir?
—Había recibido una llamada.
—?Quién la llamó? —preguntó Wedmore.
—Belinda Morton. Son amigas.
Darren Slocum sabía que esa no había sido la única llamada. Sabía que había existido otra antes. Ann había hablado con alguien más. Había visto encenderse la luz del supletorio. Y sabía, por lo que había hablado con Emily después, que la ni?a de los Garber tenía su propio móvil. O sea, que no había sido ella, como Ann había insinuado, la que había usado el fijo para llamar a su padre y pedirle que fuera a buscarla.
—?Por qué habían quedado Belinda y Ann?
Darren sacudió la cabeza.
—No lo sé. Son amigas. Se cuentan cosas continuamente, lloran una sobre el hombro de la otra. Supuse que irían a tomar una copa a algún sitio.
—Pero ?Ann no llegó a verse con ella?
—Belinda llamó otra vez a eso de las once, preguntando por Ann. Dijo que había intentado localizarla en el móvil, pero que no contestaba. Se preguntaba si le habría pasado algo. Fue entonces cuando empecé a preocuparme.
—Y ?qué hiciste?
—También intenté llamarla al móvil. No hubo suerte. Pensé en salir con la ranchera para intentar encontrarla, buscar su coche en los lugares a los que podría haber ido, pero Emily ya estaba dormida y no quería dejarla sola en casa.
—De acuerdo —dijo Wedmore, tomando alguna nota—. Entonces ?a qué hora lo denunciaste?
—Supongo que alrededor de la una.
Wedmore ya conocía la respuesta. Slocum había llamado a su propio departamento a las 00.58.
—No quería llamar al teléfono de emergencias de la policía. No sé, trabajo allí, me sé todos los números, así que llamé a la centralita, dije que me pasaran con Servicio y pedí, más o menos extraoficialmente, ?sabes?, pedí que, por favor, todo el mundo abriera bien los ojos por si veían el coche de Ann. Dije que estaba preocupado por ella, que temía que pudiera haber tenido un accidente o algo así.
—Y ?cuándo tuviste noticias?
Slocum se pasó las manos por las mejillas y se restregó las lágrimas.
—Hummm, déjame pensar. Creo que fue a eso de las dos. Me llamó Rigby.
El agente Ken Rigby. Un buen hombre, pensó Wedmore.
—Bien. Solo intento hacerme una idea de la secuencia de los hechos, ?entiendes?
—?Nadie vio nada? —preguntó Darren Slocum—. ?Allí, en el puerto? ?Alguien vio lo que sucedió?
—Ahora mismo estamos investigando en busca de testigos, pero en esta época del a?o casi no hay nadie por ahí. Hay gente en las casas de por allí cerca, así que a lo mejor tenemos suerte. Nunca se sabe.
—Sí —dijo Slocum—. Esperemos que alguien haya visto algo. Pero ?tú qué crees que pasó?
—Aún es pronto, Darren, pero el agente Rigby encontró el coche en marcha, la puerta del conductor, abierta, y la rueda posterior derecha, pinchada.
—Vale —dijo Slocum. Rona no estaba segura de que la hubiera escuchado. El hombre parecía aturdido.
—El coche había quedado estacionado muy cerca del borde del muelle. De momento todo son suposiciones, pero es posible que diera la vuelta al vehículo para ver qué había sucedido y que, cuando se agachó para comprobar el neumático, perdiera el equilibrio.
—Y entonces fue cuando cayó al agua.
—Es posible. No es que el agua sea muy profunda en ese punto, y tampoco hay muchas corrientes. Cuando Rigby enfocaba la linterna por los alrededores, la encontró. Todo apunta a un accidente. No hay nada que sugiera un robo. Su bolso estaba en el asiento del acompa?ante. Parece que nadie lo ha tocado. Su cartera y las tarjetas de crédito estaban todas allí.
Darren sacudía la cabeza con tozudez.