El accidente

A Sally Diehl, de la oficina, también le costó muchísimo encajarlo.

 

—Es que yo tenía una prima…, bueno, todavía la tengo…, que estaba enganchada a la cocaína que no te lo puedes ni imaginar, Glen, pero lo más increíble de todo era lo bien que había conseguido ocultarlo a todo el mundo durante muchísimo tiempo, hasta que un día la policía entró en su casa y lo destapó todo. Nadie tenía ni idea. A veces…, y no estoy diciendo que sea el caso de Sheila…, pero a veces, no sé, uno no sabe nada de la gente con la que se ve todos los días.

 

Así pues, parecía que había dos posibilidades. O bien Sheila había tenido un problema con el alcohol y se le había dado muy bien ocultárnoslo a todos, o Sheila tenía un problema con el alcohol y a mí no se me había dado nada bien ver las se?ales.

 

Supuse que había una tercera posibilidad. Que Sheila no tuviera un problema con el alcohol y que no estuviera bebida cuando cogió el coche esa noche. Para que esa posibilidad fuese cierta, todos los informes toxicológicos tenían que estar equivocados.

 

No existía ni un solo indicio para pensar que eso pudiera ser así.

 

Durante los días posteriores a su muerte, mientras me esforzaba por encontrarle sentido a algo que no lo tenía, intenté ponerme en contacto con otros alumnos de su curso de contabilidad. Resultó que no había llegado a ir a clase esa tarde, aunque sí había asistido a todas las demás sesiones. Su profesor, Allan Butterfield, me dijo que Sheila era la mejor alumna de su clase de adultos.

 

—Ella tenía un motivo real para estar aquí —me dijo mientras nos tomábamos una cerveza en un bar de carretera que quedaba en la misma calle que la escuela—. Un día me dijo: ?Hago esto por mi familia, por mi marido y mi hija, para fortalecer la empresa?.

 

—?Cuándo te dijo eso? —le había preguntado yo.

 

Lo pensó un momento.

 

—?Hará un mes? —Dio unos golpecitos en la mesa con el dedo índice—. Justo en este mismo sitio. Tomándonos un par de cervezas.

 

—?Sheila se tomó contigo un par de cervezas? —pregunté.

 

—Bueno, yo me tomé un par, puede que incluso tres. —Allan se ruborizó—. Pero Sheila, en realidad, creo que se tomó una. Solo una jarra.

 

—?Sheila y tú hacíais eso a menudo? ?Tomaros una cerveza después de clase?

 

—No, solo ese día —dijo—. Siempre quería llegar a casa a tiempo para darle a su hija el beso de buenas noches.

 

Según la reconstrucción de los hechos que hizo la policía, Sheila se había saltado esa tarde la clase para ir a alguna parte a beber. Nunca descubrieron dónde había estado emborrachándose. Tras indagar por los bares de la zona, no encontraron a nadie que la hubiera visto, y no había ninguna tienda de licores cercana en la que recordaran haberle vendido alcohol ese día. Todo lo cual, desde luego, no significa nada.

 

Podía haber estado sentada en el coche durante horas, bebiéndose una botella que hubiera comprado en otro momento, en otra ciudad.

 

Le pregunté varias veces a la policía si había alguna posibilidad de que hubiera un error, y cada una de esas veces me dijeron que los informes toxicológicos no mentían. Me facilitaron copias. Sheila tenía un nivel de alcohol en sangre de 2,2. Para una mujer de su tama?o (pesaba unos sesenta y tres kilos), eso equivalía a haberse tomado ocho copas.

 

—No solo te culpo por no haber detectado las se?ales —me acusó Fiona en el funeral, cuando Kelly no podía oírnos—. Te culpo por haberla llevado a la bebida. Está claro que la conquistaste con esos aires de chico normal que gastas, pero con el paso de los a?os no puedo dejar de pensar en la vida que podría haber tenido. Una vida mejor, más rica, una vida que tú jamás habrías sido capaz de darle. Y todo eso la deprimió.

 

—?Te dijo ella eso? —quise saber.

 

—No le hacía falta —espetó—. Yo lo sabía.

 

—Fiona, sinceramente —dijo Marcus, en un gesto bastante insólito que hizo que ese tipo me cayera muy bien—. Déjalo ya.

 

—Tiene que oírlo, Marcus, y puede que más adelante no me vea capaz de decírselo.

 

—Eso lo dudo —dije yo.

 

—Si le hubieras dado la clase de vida que merecía, jamás habría tenido que ahogar sus penas en alcohol —insistió Fiona.

 

—Me llevo a Kelly a casa. Adiós, Fiona.

 

Sin embargo, como decía, Fiona quería mucho a su nieta. Y Kelly la quería a ella también. Y a Marcus, hasta cierto punto. Los dos la adoraban. Por el bien de Kelly, intenté dejar a un lado mi animosidad hacia mi suegra.