—?Dónde estaba esta mujer cuando yo era peque?a? —me había preguntado Sheila más de una vez.
Fiona y yo habíamos pactado una especie de tregua durante todos esos a?os. Yo no le caía bien a ella, y ella a mí no me gustaba demasiado, pero manteníamos una relación cordial. No existía una guerra declarada.
Esa situación llegó más o menos a su fin con el accidente de Sheila.
A partir de entonces ya no hubo más contención. Fiona me culpaba a mí. Si yo sabía que Sheila tenía un problema con el alcohol, ?por qué no había hecho nada para solucionarlo? ?Por qué no había hablado con Fiona de ello? ?Por qué no había obligado a Sheila a ir a terapia? ?En qué estaba pensando para dejar conducir a mi mujer por la mitad del estado de Connecticut, cuando había muchas probabilidades de que cogiera el coche habiendo bebido?
Además, ?cuántas veces había estado así de borracha con Kelly (su nieta, por el amor de Dios) en el coche?
—?Cómo puede ser que no lo supieras? —me preguntó Fiona en el funeral—. Dime cómo diablos pudiste pasar por alto todas las se?ales.
—No hubo ninguna se?al —contesté, aturdido y triste—. La verdad es esa.
—Sí, eso es lo que diría yo también si estuviera en tu lugar —me soltó—. Es mejor pensar eso, ?verdad? Y así ya no tienes que sentirte culpable. Pero, créeme, Glen, tuvo que haber se?ales. Solo que tú tenías la cabeza demasiado metida en tu propias miserias para darte cuenta.
—Fiona… —dijo Marcus, intentando apartarla de mí.
Pero no había forma de hacerla parar.
—?O crees que simplemente una noche decidió: ?Mira, me parece que me voy a hacer alcohólica, me pillaré una buena borrachera y me quedaré dormida al volante en mitad de la salida de una autopista?? ?Crees que la gente hace algo así de repente?
—Supongo que tú sí viste algo —dije, herido por su furia—. Claro, porque a ti nunca se te escapa ningún detalle.
Parpadeó.
—?Cómo iba yo a ver nada? Yo no vivía con ella. No estaba con ella los siete días de la semana, las cincuenta y dos semanas del a?o. Pero tú, sí. Eras tú el que podría haber visto algo, y el que podría haber hecho alguna cosa al respecto de haberlo visto. Nos has fallado a todos. Le has fallado a Kelly, pero, sobre todo, le has fallado a Sheila.
La gente nos estaba mirando. De haber sido Marcus el que me hubiera dicho todo eso, lo habría tumbado de un pu?etazo. Aunque puede que el motivo por el que tenía tantas ganas de hacerlo fuera porque sabía que Fiona tenía razón.
Si Sheila tenía un problema con el alcohol, está claro que yo debería haber visto algo, cualquier indicio. ?Cómo podía no saberlo? ?Es que no había habido se?ales? ?Se habían producido advertencias que yo había preferido no ver, quizá porque no quería enfrentarme al hecho de que Sheila estaba atravesando una época con dificultades de algún tipo? Claro que a Sheila le gustaba tomarse una copa de vez en cuando, igual que a todo el mundo. En ocasiones especiales. Cuando salía a comer con sus amigas. En las reuniones familiares. También se había dado el caso de habernos acabado un par de botellas de vino entre los dos en casa, si Kelly se había quedado a dormir con Fiona y Marcus en Darien. Incluso, en una ocasión, había tenido que sostenerla para que no se cayera al tropezar con la alfombra cuando subíamos al piso de arriba.
Sin embargo, eso no podía ser la se?al de un problema más grave. ?O me estaba enga?ando a mí mismo? ?Acaso no quería ver la realidad?
Fiona tenía razón: una mujer no decidía de la noche a la ma?ana ponerse ciega de vodka y luego subirse a su coche.
Tres noches después de la muerte de Sheila, puse toda la casa patas arriba, intentando no hacer mucho ruido porque Kelly ya se había ido a dormir. Si Sheila bebía a escondidas, seguro que había guardado algún licor por alguna parte. Si no en la casa, quizá en el garaje o en el cobertizo de atrás, donde almacenábamos el cortacésped y las viejas sillas de jardín oxidadas.
Busqué por todas partes y no encontré nada.
Así que decidí hablar con sus amigos. Con todo el que la conocía. Con Belinda, para empezar.
—Bueno, una vez, en una comida —recordó Belinda—, Sheila se tomó un Cosmos y medio y se puso un poco piripi. Y luego, otro día…, a George estuvo a punto de darle un síncope cuando nos descubrió, qué estirado que es…, nos fumamos un porro. Yo tenía un par y nos apeteció relajarnos un poco, una noche que habíamos salido las chicas. Solo fue por divertirnos, pero no se colocó ni nada de eso, y siempre que bebía más de una copa insistía en llamar a un taxi para volver a casa. Era muy sensata. Era una chica lista. Para mí tampoco tiene ningún sentido lo que ha ocurrido, pero supongo que nunca se sabe por lo que está pasando la otra persona, ?no crees?