—?Qué? —Marcus había arrugado la frente. Seguramente anticipando una nueva carga de su mujer contra mí, fuese cual fuese el problema.
—?Conocéis a Ann, la amiga de Sheila? Tiene una hija que se llama Emily y que es amiga de Kelly.
Fiona asintió.
—Seguramente te acuerdas de ella —le dijo a Marcus—. Es la que organizó aquí esa fiesta de los bolsos.
Marcus se quedó igual.
—No puedo creer que no la recuerdes. Era un auténtico bombón —dijo Fiona con un deje más que irónico en su voz. A mí—: ?Qué le ha ocurrido?
—La vimos justo anoche. Kelly había ido a dormir a su casa, pero me llamó para que fuera a buscarla antes porque no se lo estaba pasando bien, y un poco después de eso…
—?Papá!
Los tres volvimos la cabeza hacia la escalera al oír gritar a Kelly.
—?Papá, ven aquí! ?Deprisa!
Subí los escalones de dos en dos y llegué a su habitación diez segundos antes que Fiona y Marcus. Kelly estaba sentada a su escritorio, todavía con el pijama amarillo puesto, sentada en el borde de la silla, una mano en el ratón, la otra se?alando la pantalla. Estaba en una de esas páginas donde hablaba con sus amigas.
—La madre de Emily —dijo—. Hablan de la madre de Emily…
—Iba a contártelo ahora —dije, rodeándola con un brazo, al tiempo que les lanzaba una mirada a Fiona y Marcus que decía: ?Largo de aquí?. Se retiraron—. Yo también me acabo de enterar, cari?o…
—?Qué ha pasado? —No había lágrimas en los ojos de Kelly—. ?Se ha muerto, así sin más?
—No lo sé. Bueno, sí, supongo que sí. Cuando he llamado a su casa esta ma?ana…
Kelly se revolvió en mis brazos.
—?Te había dicho que no llamaras!
—No pasa nada, cari?o. Ya no importa. Pensé que había contestado la madre de Emily, pero era su tía, la hermana de su madre. Me ha dicho que la se?ora Slocum ha muerto.
—Pero si yo la vi. Anoche. ?Y no estaba muerta!
—Ya lo sé, cielo. Es una sorpresa horrible.
Kelly lo pensó un momento.
—?Qué tengo que hacer? ?Debería llamar a Emily?
—A lo mejor más tarde, ?vale? Emily y su padre necesitan tiempo para estar solos.
—Me siento muy rara.
—Sí.
Nos quedamos allí sentados durante lo que pareció muchísimo tiempo. Yo abrazándola, acunándola entre mis brazos mientras ella lloraba.
—Mamá, y ahora la madre de Emily —dijo en voz baja—. A lo mejor es que soy gafe, no sé, doy mala suerte o algo así.
—No digas eso, tesoro. No vuelvas a decir eso. No es verdad.
Cuando dejó de sollozar, supe que tenía que mencionar el tema de la visita.
—Tu abuela y Marcus quieren llevarte a dar un paseo esta tarde.
Kelly se sorbió la nariz.
—Ah.
—Y me parece que tu abuela quiere que vayas al colegio en Darien. ?Tienes alguna idea de por qué quiere eso?
Asintió. No parecía sorprendida.
—Supongo que a lo mejor le dije que odio mi cole.
—Por internet.
—Sí.
—Bueno, pues ahora tu abuela quiere que vivas con ella entre semana y vayas al colegio en Darien, y luego vuelvas aquí conmigo los fines de semana.
Me aferró con fuerza entre sus brazos.
—Me parece que no quiero eso. —Una pausa—. Aunque al menos, si lo hiciera, los ni?os de allí no sabrían nada de mí, no sabrían lo que hizo mamá.
Estuvimos abrazados un minuto más.
—Si la madre de Emily tenía alguna enfermedad, como la gripe aliar o algo así, ?me contagiaré? ?Por haber estado en su habitación?
—No creo que nadie pueda pillar la gripe y morir en tan pocas horas —dije—. Quizá haya sido un ataque al corazón. Algo así. Pero seguro que no ha sido nada que pueda haberte contagiado. Y se dice gripe ?aviar?, por cierto.
—?Tener ataque al corazón es contagioso?
—No. —La miré fijamente a los ojos.
—En el vídeo no parece que esté enferma.
Al oír eso me detuve.
—?Qué?
—En mi teléfono. Se la ve normal.
—?De qué estás hablando?
—Cuando estaba en el armario, tenía el teléfono preparado para grabar a Emily cuando abriera la puerta. ?Ya te lo conté, papá!
—Pero no me contaste que habías grabado a su madre. Pensaba que al ver entrar a la se?ora Slocum habías guardado el teléfono.
—Bueno, un poco después.
—?Todavía lo tienes? —pregunté.
Kelly asintió.
—Ensé?amelo.
Capítulo 12
—Darren, tengo que hacerte unas preguntas.
Darren Slocum estaba sentado en el asiento del acompa?ante de un coche aparcado a la entrada de su casa. Al volante estaba Rona Wedmore, una mujer de color, bajita y fornida, de unos cuarenta y tantos a?os. Llevaba una cazadora de cuero color habano, tejanos y una pistola enfundada en el cinturón. Su corte de pelo, corto, era sobre todo práctico, aunque últimamente se había dado algunas mechas, de modo que se veía una línea fina de pelo canoso que cruzaba su cabeza. El tipo de detalle que daba a entender que era una persona muy suya, pero sin hacer de ello un escándalo.