—Kelly, calla.
—Justo aquí, mira más o menos hacia mí y…
—?Chsss!
—… marcas… un nuevo trato si tienes algo más que ofrecer. —En ese momento, Ann miró en dirección al armario.
Y entonces la imagen desapareció.
—?Qué ha pasado? —pregunté.
—Ahí fue cuando guardé el teléfono. Cuando me miró. Me asusté.
—?Fue entonces cuando dejó de hablar?
—No, ahí todavía no me había visto. Estuvo hablando un poco más, de todo eso que te expliqué, y luego se puso hecha una furia.
Le devolví el teléfono.
—?Puedes descargar esto en tu ordenador? —Asintió—. ?Y luego me lo puedes enviar por correo electrónico? ?En forma de archivo o algo así? —Otra vez que sí con la cabeza—. Pues hazlo, anda.
—?Me he metido en un lío?
—No.
—?Por qué quieres que te envíe el vídeo?
—Solo quiero… Puede que quiera verlo otra vez.
Desde abajo, Fiona gritó:
—?Va todo bien?
—?Un minuto! —exclamé en respuesta.
Kelly se mordió el labio y preguntó:
—Y ?qué tengo que hacer con lo de la abuela y Marcus?
—?A ti qué te apetece?
Dudó un poco.
—Si no puedo hacer nada por Emily, supongo que podría salir con ellos un rato. Pero, si salgo, ?me haces un favor?
—Claro —dije—. ?El qué?
—?Puedes descubrir qué le ha pasado a la madre de Emily?
No estaba muy seguro de querer involucrarme en eso, pero se lo prometí:
—Te contaré todo lo que averigüe.
—?Qué ha sucedido? —quiso saber Fiona en cuanto volví abajo.
Les conté lo poco que sabía. Que la madre de la amiguita de Kelly había muerto, pero que no conocía los detalles.
—Pobre ni?a —dijo Marcus, refiriéndose a Kelly, no a Emily—. Una cosa después de la otra.
—Tarde o temprano sabremos qué es lo que ha ocurrido. Saldrá en las noticias, o habrá un anuncio oficial de su muerte en el periódico, un memorial en Facebook. Algo. Seguramente Kelly recibirá un mensaje de texto antes de que ninguno de nosotros nos enteremos de una mierda.
—Aun así, ?pasará el día con nosotros? —Fiona no iba a permitir que ninguna tragedia le estropeara un día con su nieta.
Quince minutos después, Kelly bajó saltando por la escalera, vestida y preparada para la excursión. Antes de que se fueran hacia el Cadillac de Marcus me dio un abrazo en privado en la cocina. Yo me arrodillé y le sequé una lágrima de la mejilla.
—Nunca había conocido a nadie a quien se le hubiese muerto su madre —susurró—. Sé que Emily tiene que estar muy triste ahora mismo.
—Seguro que sí. Pero será fuerte, igual que tú. Superará esto.
Kelly asintió con la cabeza, pero le temblaban las comisuras de los labios.
—No tienes por qué ir con ellos si no quieres —le dije.
—No, no pasa nada, papá. Pero no quiero irme a vivir con ellos. Lo que quiero es volver a casa y estar aquí contigo.
En cuanto tuve toda la casa para mí solo, me puse a hacer café. Antes siempre lo hacía Sheila, por eso yo todavía me peleaba con la cafetera: la cantidad de cucharadas de café, dejar correr el agua del grifo para que estuviera fría de verdad. Me llené una taza y salí a la terraza de atrás. El día estaba algo fresco, pero con una chaqueta fina salir fuera resultaba agradable, incluso tonificante. Me senté, bebí un sorbo. No era ni la mitad de bueno que el de Sheila, pero se dejaba beber. La verdad es que al café tampoco le pedía mucho más.
Aparte de una leve brisa que ayudaba a liberar las últimas hojas oto?ales de los tres robles que había en nuestro jardín trasero, reinaba una extra?a inmovilidad. El mundo parecía, en pocas palabras, en calma. El último par de semanas habían sido un infierno, pero las últimas quince horas habían resultado una vorágine: la noche frustrada de Kelly en casa de su amiga, su historia sobre la llamada que había escuchado sin querer, la inesperada visita de Fiona y su propuesta sobre un cambio de colegio que nadie le había pedido. Y, ensombreciéndolo todo, la muerte de Ann Slocum.
El no va más.
—?Qué piensas de todo esto, Sheila? —dije en voz alta, sacudiendo la cabeza—. ?Qué narices piensas de todo esto?