El accidente

—?Un momento tan bueno como cualquier otro para qué?

 

—Me he dado cuenta de que hace ya un tiempo que no me llamas.

 

Asentí.

 

—La cosa está muy floja, Theo.

 

—Eso ya lo sé —dijo—, pero Sally dice que todavía tenéis algo de trabajo previsto antes de que todo se vaya al garete. —Sally se estremeció, era evidente que no le gustaba nada que Theo la utilizara de esa forma—. Así que no es que os hayáis quedado secos de todo. No me has llamado desde que se incendió esa casa, y no es justo.

 

—Tú instalaste el cableado —dije.

 

—Con todo mi respeto, Glen, ?tienes alguna prueba que demuestre que fue culpa mía?

 

—Tampoco he encontrado ningún indicio que demuestre que no lo fue.

 

Miró al suelo, le dio una patada a una piedra con la punta de su bota de trabajo, después me miró.

 

—Eso no está bien —dijo, calmado—. Me condenas sin ninguna prueba.

 

Detestaba decirle a Theo la verdad delante de su novia, sobre todo porque Sally era amiga mía, pero él tampoco me lo estaba poniendo fácil.

 

—Estoy en mi derecho —contesté. Al ver parpadear a Theo, me di cuenta de que no sabía qué quería decir con eso. Aunque no pensaba volver a contratarlo, tampoco tenía intención de insultarlo, así que a?adí—: Es mi empresa. Yo decido quién trabaja para mí y quién no.

 

—Pero eso no está bien —insistió—. Dame una buena razón por la que ya no quieras contratarme.

 

Sally se apoyó en la ranchera y cerró los ojos. Todo aquello eran cosas que no deseaba oír, pero creo que sabía lo que venía a continuación.

 

—No eres de fiar —le dije a Theo—. Dices que vas a presentarte en un sitio y luego no te presentas. Aun sin tener en cuenta lo de ese incendio, tu trabajo no cumple con lo esperado. Siempre aplicas la ley del mínimo esfuerzo.

 

—Ya sabes cómo es esto —dijo a la defensiva—. Algunos encargos se cancelan, no siempre hay trabajo esperándote. Y no sé qué me estás contando con eso de que mi trabajo no es bueno. Eso son gilipolleces.

 

Sacudí la cabeza.

 

—Cuando le prometo a un cliente que vas a estar allí por la ma?ana, y tú no te presentas, estás dando una mala imagen de la empresa y de mí.

 

—Ya te he dicho que no hicieras esto, Theo —dijo Sally.

 

—?Qué han dicho los bomberos? —Theo estaba empezando a levantar la voz—. ?Han dicho que el cableado estaba mal hecho?

 

—Estoy esperando aún su informe final, pero dicen que el fuego se originó en la zona del cuadro eléctrico.

 

—La ?zona?… —dijo—. O sea, que alguien pudo dejarse unos trapos manchados de grasa en esa ?zona? y que fuera eso lo que hizo arder toda la casa.

 

—Yo solo hago lo que me dice mi instinto.

 

—Sí, bueno, pues tu instinto es una mierda.

 

Me estaba haciendo perder el tiempo. Yo estaba decidido a no volver a contratarlo y no había vuelta de hoja. Mis ojos vagaron hasta las pelotas de furgoneta que colgaban de su parachoques trasero.

 

Theo vio que los estaba mirando.

 

—?Te hace falta un par? —preguntó.

 

—Una cosa más —dije—: si alguien se presenta en una de mis obras con eso colgando de la parte de atrás del coche, lo mando directo a casa. No quiero que mi hija tenga que pasearse cerca de una basura como esa.

 

—Lo que yo decida poner para adornar mi camioneta no es asunto tuyo ni de nadie.

 

—Eso es cierto —coincidí con él—, pero yo decido qué camionetas entran en mis obras y cuáles no.

 

Las manos de Theo, aún a sus costados, se cerraron en dos pu?os.

 

—Theo, déjalo ya —dijo Sally, dando un paso al frente—. Ya te he dicho que no hicieras esto, pero tú no has querido hacerme caso. —A mí, me dijo—: Glen, lo siento muchísimo. Te juro que se lo he dicho.

 

—Sube a la ranchera —le ordenó Theo. Tenía la cara congestionada de furia. Se subió al vehículo y cerró de un portazo, pero Sally no subió con él.

 

Sentí una punzada de culpabilidad.

 

—No era mi intención faltarle el respeto a tu novio delante de ti, Sally. Pero él ha preguntado, yo solo he respondido.

 

—Theo no es lo que parece, Glen. Tiene muchos puntos buenos. Tiene un buen corazón. El otro día, en Walgreens, la cajera se equivocó con el cambio y le dio de más, y él lo devolvió.

 

?Qué podía decir a eso?

 

Sally miró al suelo al ver que yo no contestaba nada. Después suspiró y sacudió la cabeza.

 

—Hay otra cosa de la que tengo que hablarte.

 

Esperé.

 

—Me siento rara diciéndote esto. No quiero meterlo en un lío.

 

—?A Theo?

 

—No. A Doug. —Volvió a suspirar—. Me pidió que esta semana le hiciera dos cheques con la paga, y que luego no le hiciera ninguno la semana que viene. Yo le dije que si quería un adelanto tenía que aclararlo contigo, y me contestó que sería nuestro peque?o secreto.

 

Me había llegado el turno a mí de suspirar.

 

—Gracias por contármelo, Sally.

 

—Me parece que tienen graves problemas económicos, Betsy y él.