El accidente

Decidí enviar a Kelly a ver a un terapeuta para que la ayudara a superar toda la tragedia que había presenciado a su alrededor y, de momento, parecía estar ayudándola mucho. Aunque yo seguía durmiendo en el suelo de su habitación alguna que otra noche.

 

Se habían retirado las acusaciones contra Doug Pinder, que volvía a trabajar para mí. Betsy se había quedado en casa de su madre, y Doug encontró un apartamento de una habitación en Golden Hill. Iban a divorciarse, pero nadie esperaba ninguna desagradable pelea por sus propiedades.

 

Yo no sabía si algún día conseguiría que las cosas con él volverían a ser como antes. Lo había acusado de delitos que no había cometido. No le había creído cuando me había declarado su inocencia. Intenté disculparme, al menos en parte, contratando a Edwin Campbell con el dinero que guardaba en la pared para que acelerara el proceso de su liberación.

 

Lo que me hizo sentir más culpable fue la actitud de Doug, que estuvo dispuesto a perdonármelo todo. Intenté explicarle cuánto lamentaba todo aquello, pero él me hizo callar agitando una mano.

 

—No te preocupes por eso, Glenny —dijo—. La próxima vez que estés en un sótano en llamas, primero iré a buscarme una cerveza.

 

Todavía quedaban cosas por solucionar. Yo seguía batallando con mi aseguradora por lo de la casa de los Wilson. Mi argumento era que, lejos de ser negligente, lo que yo había sido era la víctima de un delito. Edwin tenía esperanzas.

 

Los negocios parecían ir algo mejor. Esa semana había presupuestado tres obras, y estaba haciendo entrevistas para encontrar a alguien que se encargara del trabajo de oficina y nos organizara a todos.

 

Kelly ya había llegado a la esquina y volvía pedaleando.

 

—?Mira! —gritó—. ?Sin manos! —Pero solo consiguió soltar el manillar un segundo—. Espera, voy a hacerlo otra vez.

 

Vi un camión de mudanzas avanzando por la calle, despacio. El conductor iba comprobando los números de las casas. Me puse de pie y bajé los escalones del porche, agité una mano para llamar su atención.

 

Se detuvo delante de casa y abrió la parte de atrás del camión antes de cruzar el césped donde esperaba yo.

 

—Qué buen día hace —dijo—, pero, vaya usted a saber, a lo mejor dentro de un par de semanas ya tenemos aquí la nieve.

 

—Sí —dije.

 

—?Son esas cajas? —preguntó.

 

—Eso es.

 

—Es bueno quitarse cosas de en medio, ?verdad? —dijo con un tono alegre—. Hace uno limpieza del armario y la mujer tiene sitio para meter cosas nuevas, ?a que sí?

 

Llevamos todas las cajas en un solo viaje. Al meter la última en el camión y arrastrarla para dejarla junto a las bolsas y cajas de otras donaciones, dijo:

 

—Esta pesa bastante.

 

—Está llena de bolsos —expliqué.

 

Bajó la puerta de persiana, me dijo ?Gracias. Hasta la vista?, y subió otra vez a su camión. Lo puso en marcha y se alejó del bordillo.

 

Y entonces la oí. No fue como las otras veces, cuando imaginaba que oía su voz. Esta vez la oí de verdad.

 

—Vas a estar bien.

 

—Tendría que haberlo sabido desde el principio —dije—. Pero te culpé a ti. Dudé de ti.

 

—Nada de eso importa ya. Cuida mucho de nuestra ni?a.

 

—Te echo de menos.

 

—Chisss. Mira.

 

Kelly pasó a toda velocidad por la acera, con los brazos extendidos.

 

—?Sin manos! —chilló—. ?De verdad!

 

Y entonces agarró el manillar y frenó la bicicleta de golpe, derrapando. Puso los dos pies en la acera y se quedó allí de pie, a horcajadas sobre la bici, de espaldas a mí, la cabeza oculta bajo el casco y mirando al camión, que llegaba al final de la calle y doblaba la esquina. Siguió mirando unos instantes más después de que hubiera desaparecido. Quizá con la esperanza, igual que su padre, de que regresara, de que pudiéramos cambiar de opinión.

 

 

 

 

 

AGRADECIMIENTOS

 

 

Me alegro de que todo lo que tuviera que hacer con este libro fuera escribirlo. Muchas otras personas han contribuido a que llegara a buen puerto. Quisiera darles las gracias en especial a Juliet Ewers, Helen Heller, Kate Miciak, Mark Streatfeild, Bill Massey, Susan Lamb, Paige Barclay, Libby McGuire, Milan Springle y The Marsh Agency.

 

También quiero agradecerles a mi hijo, Spencer Barclay, y a su personal de Loading Doc Productions (Alex Kingsmill, Jeff Winch, Nick Storring, Eva Kolcze) los vídeos promocionales que han creado del libro.

 

En último lugar, aunque ni muchísimo menos son los últimos en importancia, gracias a libreros y lectores. Ellos han hecho que el libro exista.

 

 

LINWOOD BARCLAY, estadounidense y residente en Canadá, es periodista y articulista, además de escritor. Trabajó para medios como el Toronto Star antes de dedicarse por completo a sus novelas. Sin una palabra, que lo catapultó al éxito internacional, es su primera incursión en el género del thriller dramático, nominada al International Thriller Writers y al Barry Award. Ha sido elogiada por los autores consagrados del género, se ha traducido a veintiséis idiomas y ha sido todo un éxito de ventas en los países donde se ha publicado. El accidente es su segunda novela publicada en castellano.

 

Barclay ha escrito tanto libros de humor, sus columnas periodísticas son básicamente humorísticas, como de detectives.

 

 

Notas