El accidente

—No quiero hablar de esto, Glen. Me resulta muy doloroso.

 

—?Cómo…? Espera… Joder, no… Tú mataste a Theo. Fuiste tú.

 

Por primera vez me pareció que lamentaba algo de todo aquello. Se frotó los ojos.

 

—Solo hice lo que tenía que hacer, ?vale? Igual que ahora mismo. Hago lo que tengo que hacer.

 

—Tú… prometido…

 

—Me llamó desde la caravana, me dijo que no podía seguir más tiempo callado. Me dijo que tenía que decirle a Doug que no había sido culpa suya. Yo le dije: ?Theo, no hagas nada hasta que llegue ahí?, y cuando estuve con él le dije que vale, que llamara a Doug y le dijera que fuese a la caravana para contárselo todo en persona, que esa era la forma más noble de hacerlo. Yo había llevado una de las pistolas de mi padre.

 

Le cayó una lágrima por la mejilla.

 

—Escondí mi coche, después aparqué la furgoneta de Theo al principio del camino, junto a la carretera, para que Doug tuviera que acercarse a pie. Mientras él lo buscaba por los alrededores de la caravana, le puse la pistola en el coche. El coche de Betsy.

 

Aún conseguía entender lo que me decía, pero sentía el cerebro cada vez más espeso.

 

—El caso es, Glen, que prefiero quedarme soltera y estar libre, a estar casada y pasarme el resto de la vida en la cárcel. Ahora tienes que ponerte de pie.

 

—?Qué?

 

Se levantó de la silla y se arrodilló junto a mí. Con una mano seguía sosteniendo el arma, y con la otra me cogió del codo. Tiró hacia arriba y me dijo:

 

—Venga, vamos. Arriba. ?Arriba!

 

—Sally —dije, ya de rodillas y tambaleándome—, ?a mí también me vas a dejar en una salida de autopista?

 

—No. Tiene que ser diferente.

 

—?Qué…? ?Cómo?

 

—Vamos, por favor, Glen. No puedes hacer nada para evitar lo que va a ocurrir. No me lo pongas más difícil, ni a mí ni a ti.

 

Tiró con fuerza y consiguió ponerme en pie. Siempre había estado en muy buena forma y me sacaba dos dedos de altura. Además, tenía la ventaja de estar sobria. Intenté liberar mis mu?ecas, pero Sally había hecho un buen trabajo con la cinta adhesiva. Con tiempo suficiente, puede que hubiera logrado soltarme, pero no en aquellas condiciones.

 

—?Adónde vamos?

 

—Al ba?o —dijo Sally.

 

—?Qué? No tengo ganas de ir al ba?o. —Lo pensé un momento—. A lo mejor sí.

 

Andaba dando tumbos. Estaba borracho, no cabía duda.

 

—Por aquí, Glen. Un paso después de otro. —Me acompa?ó pacientemente mientras salíamos de la cocina, cruzábamos el comedor, donde me tropecé con una silla, y llegamos al pasillo que conducía a las habitaciones y al ba?o.

 

No sabía qué era exactamente lo que había pensado Sally, pero yo tenía que intentar algo. Tenía que escapar como fuera.

 

De repente me dejé caer contra ella con todo mi peso y la lancé contra la pared con el hombro. Tiró un plato conmemorativo de cerámica Wedgwood que había allí colgado. Estaba decorado con un perfil de Richard Nixon y se hizo pedazos en el suelo.

 

Me volví para echar a correr, pero mi pie tropezó con la alfombrilla del pasillo. Sin manos para detener la caída, aterricé sobre un pómulo. Un latigazo de dolor me sacudió la mandíbula.

 

—?Maldita sea, Glen, deja de portarte como un capullo! —gritó Sally. Me volví lo suficiente para verla de pie sobre mí, apuntándome a la cabeza con la pistola—. Levántate de una puta vez, y ahora no pienso ayudarte.

 

Despacio, muy despacio, me puse de pie. Con el arma, Sally me se?aló la puerta del ba?o.

 

—Entra ahí —dijo.

 

Me quedé de pie en el umbral del cuarto de ba?o reformado de Sally. El trabajo de Theo se veía por todas partes. El inodoro, el lavamanos y la ba?era eran de porcelana de un blanco resplandeciente. El suelo era una cuadrícula de azulejos blancos y negros, pero estaba desnivelado. Parte de la lechada estaba levantada y se veía el brillo del cableado de la calefacción por debajo. No estaba bien cubierto.

 

La ba?era nueva tenía silicona recién aplicada hasta la mitad. Supuse que nunca se había usado.

 

Pero estaba llena de agua.

 

—De rodillas —dijo Sally.

 

Aun sumido en el estupor que me provocaba el alcohol, empezaba a ver clara una cosa. Igual que a Sheila, iban a encontrarme muerto en mi furgoneta y con un altísimo nivel de alcohol en sangre. Solo que yo no estaría en una salida de autopista.

 

A mí iban a encontrarme en el agua.

 

Si yo tuviera que hacerle eso a alguien, lo llevaría hasta la carretera de Gulf Pond. Sentaría a la víctima al volante, dejaría que el vehículo avanzara hacia el agua del golfo y esperaría a que se hundiera. Desde allí volvería a casa caminando. Cuando recuperaran el cadáver, los pulmones estarían llenos de agua.

 

—No… No funcionará, Sally —dije—. Al final lo descubrirán.

 

—De rodillas —repitió, esta vez con algo más de impaciencia—. De cara a la ba?era.

 

—No pienso hacerlo. No…