Me dio una patada, fuerte, en la parte de atrás de la rodilla derecha, y caí como un peso muerto.
Sentí los duros azulejos bajo las rodillas. Incluso a través de los pantalones, noté la calidez que irradiaba de ellos. Mi rodilla izquierda había quedado entre dos azulejos mal nivelados. Uno hizo un ruido como si se hubiera resquebrajado bajo mi peso, se?al de que la instalación era de risa.
?Si los azulejos se partieran, el agua podría colarse entre ellos y entonces…?
Sucedió todo muy deprisa. Sally dejó la pistola en la repisa del lavamanos, después se abalanzó sobre la parte superior de mi cuerpo. Dejó caer todo su peso en mis hombros para obligarme a inclinar la cabeza sobre el borde de la ba?era.
Lo único que conseguí decir fue:
—Joder, no… —Y entonces me metió la cabeza en el agua.
Supongo que esperaba encontrarla caliente, pero lo cierto es que estaba helada. La boca y la nariz se me llenaron de agua al instante. Al no poder respirar me invadió el pánico.
Conseguí quitarme a Sally de encima medio segundo, saqué la cabeza del agua y cogí aire; pero ya la tenía otra vez sobre mí, agarrándome del pelo con una mano para obligarme a sumergir la cabeza, mientras con la otra me cogía del cinturón por la parte de atrás de los tejanos, intentando inclinarme hacia delante. Aunque yo tenía los brazos atados, el agua salpicaba por todas partes.
Tiene que salpicar más.
La cabeza me iba a mil por hora. Con las pocas facultades mentales y el poco oxígeno que me quedaban, intenté a la desesperada encontrar una forma de escabullirme de debajo de Sally. El borde de la ba?era le servía de palanca y la ayudaba a mantener mi cabeza bajo el agua. Sally esperaba que yo me resistiera, que intentara echarme hacia atrás, y estaba muy bien colocada para impedir que eso sucediera. Me pregunté si lograría desequilibrarla dejando de resistirme de repente, dejando que todo mi cuerpo cayera hacia el interior de la ba?era.
Lo intenté.
Dejé que mi cabeza cayera hacia delante de golpe y que se hundiera más en el agua. Mi frente chocó contra el fondo. Sentí que a la mano de Sally se le escapaba mi cinturón, y entonces giré y me incorporé, sacando la cabeza por encima de la superficie. Había quedado sentado con el culo en el fondo de la ba?era y la espalda contra la pared.
Volví a tomar aire, intentando llenar los pulmones tan deprisa como pude.
El agua revuelta se vertía por el borde de la ba?era, caía en el suelo y se colaba por la rejilla de la calefacción y las numerosas grietas que había entre los azulejos. Empecé a mover el cuerpo con fuerza para tirar más agua. Así, no solo conseguía que a Sally le resultara más difícil sumergirme otra vez la cabeza, también lograría que el agua cayera donde yo quería.
Crucé los dedos por que el trabajo de Theo fuera el de siempre.
Doblé las piernas, luego las estiré del todo y le propiné a Sally un buen golpe en el pecho. Con ese movimiento cayó hacia atrás, al suelo, y yo quedé vuelto de lado en la ba?era. Una de mis piernas seguía colgando por encima del borde.
Sally había lanzado los brazos atrás para parar la caída. Las palmas de sus manos cayeron planas sobre la superficie de los azulejos, con agua casi hasta la altura de los nudillos.
No sucedió nada.
Entonces se oyó un ruido como de chispas. De repente, Sally se quedó paralizada. Los ojos se le abrieron de golpe.
Las luces del ba?o parpadearon y a continuación se apagaron del todo, pero aún llegaba algo de resplandor de una bombilla del pasillo. Lo suficiente para ver cómo el cuerpo de Sally caía al suelo provocando una leve salpicadura.
Se quedó allí tendida, mirando al techo sin mover un músculo.
La calefacción del suelo. El agua había cortocircuitado la instalación y había electrocutado a Sally.
Esa clase de cosas no tenían por qué suceder si la instalación se realizaba correctamente, si se utilizaban componentes de buena calidad. Si los azulejos estaban bien puestos.
Theo. Maestro electricista. Dios lo bendiga.
Conseguí ponerme de pie en la ba?era, tambaleándome. Tenía los zapatos y toda la ropa empapada, pero, como la luz se había apagado, sabía que el diferencial había saltado y que no había peligro al pisar ahí fuera.
Conseguí regresar a la cocina, abrir un cajón de espaldas y sacar un cuchillo. De haber estado sobrio, podría haber cortado la cinta en dos minutos, pero tardé casi diez. El cuchillo se me caía continuamente.
En cuanto me liberé, cogí el teléfono de Sally e hice dos llamadas. La segunda fue a emergencias. La primera, al móvil de Kelly.
—Hola, cielo —dije—. Todo va bien, pero ha habido un peque?o accidente en casa de Sally y voy a tardar un rato.
TRES SEMANAS DESPUéS
EPíLOGO
Tiré del aplicador de cinta de embalar sobre la gran caja de cartón y luego le dije a Kelly:
—Pasa la mano por ahí y asegúrate de que las solapas están bien pegadas.
Ella apretó las dos manos sobre la tira de cinta adhesiva y las pasó varias veces por ella.